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El laicismo


Enviado por   •  8 de Enero de 2013  •  Exámen  •  2.290 Palabras (10 Páginas)  •  358 Visitas

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El laicismo

principio indisociable de la democracia

Gonzalo Puente Ojea

Gonzalo Puente Ojea es presidente honorario de Europa Laica. Agosto, 2002

1. No me parece adecuado afirmar que el laicismo es simplemente una "praxis de la igualdad", pero que no es ni una filosofía, ni una doctrina, ni una moral social, como escribe Michel Morineau en el libro Laicidad 2000. Ciertamente, el sistema de ideas que define el laicismo no puede asimilarse a una fe ni a una ideología -si con este vocablo se significa, en sentido marxiano, la cobertura intelectual de intereses particulares frente al interés general-, pero es mucho más que una "práctica". Podría aceptarse que designa una "praxis" si ésta se entiende como en si misma inclusiva de dos dimensiones íntimamente asociadas, a saber: a) una concepción o interpretación teórica de la realidad social; b) la plasmación fáctica de esa vertiente teorética en la vida colectiva de un entorno determinado. Sin esta segunda dimensión, toda práctica social resultaría ciega, no-significativa.

Si admitimos, como luego se verá, que el laicismo es un principio indisociable de un sistema política verdaderamente democrático, resulta sorprendente que multitud de gentes, y a veces muy cultivadas, ignoren realmente su esencia y sus consecuencias. Esta ignorancia, o bien su ausencia en el sistema jurídico que debiera incorporarlo inequívocamente, revela la regresión intelectual que sufren hoy los políticos y los legisladores que a toda hora se llenan la boca -en este aspecto y en otros no menos graves- con la palabra democracia. El principio laicista postula, en cuanto señal y cifra de la modernidad como hito histórico irreversible del autoconocimiento y la autoliberación del ser humano, la protección de la conciencia libre del individuo y de su privacidad, desalojando radicalmente de la res publica toda pretensión de instaurar en ella un régimen normativo privilegiado en favor de cualquier fe religiosa que aspire a "institucionalizarse" en forma de ente público al servicio de alguna supuesta revelación sagrada o mandato divino.

El laicismo, como sector relevante de un sistema de ideas, se fundamenta en una ontología, en una filosofía y en una antropología específicas, que permiten desterrar esa confusa amalgama retórica de lexemas como libertad, igualdad, equidad, etc., sin el menor rigor terminológico. Resulta inexplicable que sea reiteradamente omitida o silenciada la brillante contribución del filósofo suizo Alexandre Vinet para una sólida fundamentación del pensamiento laicista que nos ofrece su Essai sur la manifestation des convictions (1839). Sólo encontré una brevísima referencia a él en la entrada dedicada al francés Auguste Sabatier (1839-1901) en el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora, en su cuarta edición. Y al leerla surge de nuevo mi sorpresa al ver que no figura, entre las obras de Vinet que menciona, su precioso Essai, sin duda la de mayor valor para la filosofía política en general y el laicismo en particular. Debo mi conocimiento de este ensayo a la lectura del importante libro del jesuita Joseph Lecler, L'Éclise et la souveraineté de l'Etat (París, 1944), que supo valorar la lógica implacable del helvético, aunque no compartiera algunas de sus premisas.

2. Vinet nos brinda un riguroso asiento teórico del laicismo como elemento necesario para la legitimación del sistema democrático de libertades. Su esquema conceptual es tan lúcido como consistente, aun reducido a este enjuto núcleo: la sociedad como tal no puede tener religión. "Si la sociedad tiene una religión -escribe Vinet-, es que tiene conciencia, ¿cómo prevalecerá la conciencia del individuo contra la de la sociedad? Sólo con su conciencia se enfrenta el hombre a la sociedad (...) Es imposible oponer soberanía a soberanía, omnipotencia a omnipotencia, imposible suponer que de todas las conciencias individuales y diversas resultaría una conciencia social (...) No, si la sociedad tiene una conciencia, lo es a condición de que el individuo no la tenga, y ya que la conciencia es la sede de la religión, si la sociedad es religiosa, el individuo no lo es". Como quiera que es incuestionable que solamente el ser humano como individuo psicofísico, la persona física, posee el atributo óntico de la conciencia y la autoconciencia, sólo él puede ser religioso o profesar una fe. Este sencillo teorema laicista de Vinet está saturado de consecuencias teóricas y prácticas.

A quienes hemos sido educados en la tradición católica, la argumentación diáfana de Vinet nos confronta repentinamente con una evidencia tan insoslayable como inesperada, porque en nuestro repertorio conceptual básico figura, como algo incuestionable, la idea de una Iglesia como sociedad sacramental de fieles a través del bautismo, sociedad que nos integra en creencias recibidas de ella en cuanto sujeto pasivo de una revelación sagrada que instituye un capital carismático (Anstaltsgnade) que administra e interpreta con la nota de su infabilidad, que los creyentes deben asumir como garantía de salvación. En la proclamación prepascual, la ekklesía aún no era más que una asamblea escatológica de individuos expectantes ante la inminencia del Reino. En la proclamación postpascual, la asamblea es ya una comunidad santificada, la ekklesía toñ Theoñ, el pueblo de Dios, la "raza elegida" según 1 Pedro 2.9-10. Será Pablo de Tarso quien construya el pueblo (laos) de Dios como soma tou Xristou (1 Cor 12.12; Efes 1.22-23). El sentido de este corpus mysticum cristiano, al margen de su espiritualidad o su referencia metafísica, de hecho corporaliza y sociologiza la asamblea de fieles, empujándola hacia formas cada vez más reificadas de conciencia, e instalando en los creyentes la noción de la existencia de una conciencia colectiva que los funde en las prácticas de un ritual común. Pese a los esfuerzos teológicos para alegorizar y suavizar el crudo organicismo y sociologismo que laten en la eclesiología católica, en ésta se presiente la fenomenología religiosa de E. Durkheim y su sistematización de las representaciones colectivas, y la psicología del inconsciente colectivo de C. Jung.

3. Frente a la ominosa tradición católica y a los desarrollos organicistas de los totalitarismos de nuestro tiempo, es urgente, en aras de la libertad, afirmar con energía que sólo existe un ser dotado

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