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LA LEGITIMACIÓN POR LA PARALOGÍA

juank7015 de Noviembre de 2013

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LA LEGITIMACIÓN POR LA PARALOGÍA

Decidimos aquí que los datos del problema de la legitimación del saber hoy están suficientemente despejados para nuestro propósito. El recurso a los grandes relatos está excluido; no se podría, pues, recurrir ni a la dialéctica del Espíritu ni tampoco a la emancipación de la humanidad para dar validez al discurso científico postmoderno. Pero, como se acaba de ver, el «pequeño relato» se mantiene como la forma por excelencia que toma la invención imaginativa, y, desde luego, la ciencia 211. Por otra parte, el principio del consenso como criterio de validación parece también insuficiente. O bien es el acuerdo de los hombres en tanto que inteligencias cognoscentes y voluntades libres obtenido por medio del diálogo. Es en esta forma como se encuentra elaborado por Habermas. Pero esta concepción reposa sobre la validez del relato de la emancipación. O bien es manipulado por el sistema como uno de sus componentes en vistas a mantener y mejorar sus actuaciones 212. Es objeto de procedimientos administrativos, en el sentido de Luhmann. No vale entonces más que como medio para el verdadero fin, el que legitima el sistema, el poder.

El problema es, pues, saber si es posible una legitimación que se autorizara por la sola paralogía. Es preciso distinguir lo que es propiamente paralogía de lo que es innovación: ésta es controlada, o en todo caso utilizada, por el sistema para mejorar su eficiencia; aquélla es una «jugada», de una importancia a menudo no apreciada sobre el terreno, hecha en la pragmática de los saberes. Que, en la realidad, una se transforme en la otra es frecuente, pero no necesario, y no necesariamente molesto para la hipótesis.

Si se vuelve a partir de la descripción de la pragmática científica (sección 7), el acento debe situarse de ahora en adelante en la disensión. El consenso es un horizonte, nunca es adquirido. Las investigaciones que se hacen bajo la égida de un paradigma 213 tienden a estabilizarlas; son como la explotación de una «idea» tecnológica, económica, artística. Lo que no es nada. Pero sorprende que siempre venga alguien a desordenar el orden de la «razón». Es preciso suponer un poder que desestabiliza las capacidades de explicar y que se manifiesta por la promulgación de nuevas normas de inteligencia o, si se prefiere, por la proposición de nuevas reglas del juego de lenguaje científico que circunscriben un nuevo campo de investigación. Es, en el comportamiento científico, el mismo proceso que Thom llama morfogénesis. En sí mismo no carece de reglas (hay clases de catástrofes), pero su determinación siempre es local. Llevada a la discusión científica y situada en una perspectiva temporal, esta propiedad implica la imprevisibilidad de los «descubrimientos». Con respecto a un ideal de transparencia, es un factor de formación de opacidades que deja el momento

del consenso para más tarde 214.

Esta puntualización hace aparecer claramente que la teoría de sistemas y el tipo de legitimación que ella propone no tiene ninguna base científica: ni la ciencia funciona en su pragmática según el paradigma del sistema admitido por esta historia, ni la sociedad puede ser descrita según ese paradigma en los términos de la ciencia contemporánea.

Examinemos a este respecto dos puntos importantes de la argumentación de Luhmann. El sistema no puede funcionar más que reduciendo la complejidad, por una parte; y, por otra, debe suscitar la adaptación de las aspiraciones (expectations) individuales a sus propios fines 215.

Reducir la complejidad viene exigido por la competencia del sistema en lo que se refiere al poder.

Si todos los mensajes pudieran circular libremente entre todos los individuos, la cantidad de informaciones a tener en cuenta para hacer las elecciones pertinentes retardaría considerablemente la toma de decisiones y, por tanto, la performatividad. La velocidad, en efecto, es un componente del poder del conjunto.

48La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Jean-François Lyotard

Se objetara que hay que tener en cuenta esas opiniones moleculares si no se quiere exponerse a graves perturbaciones. Luhmann responde, y es el segundo punto, que es posible dirigir las aspiraciones individuales por medio de un proceso de «casi-aprendizaje», «libre de toda perturbación», a fin de que lleguen a ser compatibles con las decisiones del sistema. Éstas últimas no tienen que respetar las aspiraciones: es preciso que las aspiraciones aspiren a esas decisiones, al menos a sus efectos. Los procedimientos administrativos harán «querer» por parte de los individuos lo que el sistema necesita para ser performativo 216. Se ve qué utilidad pueden y podrían tener en esta perspectiva las técnicas telemáticas.

No se podría negar toda fuerza de persuasión a la idea de que el control y la dominación del contexto valen por sí mismos más que su ausencia. El criterio de performatividad tiene sus «ventajas». Excluye, en principio, la adhesión a un discurso metafísico, requiere el abandono de las fábulas, exige mentes claras y voluntades frías, sitúa al cálculo de las interacciones en el puesto de la definición de las esencias, hace asumir a los «jugadores» la responsabilidad, no sólo de los enunciados, sino también de las reglas a las que los someten para hacerlos aceptables. Saca a plena luz las funciones pragmáticas del saber puesto que ellas parecen colocarse bajo el criterio de eficiencia: pragmáticas de la argumentación, de la administración de la prueba, de la transmisión de lo conocido, del aprendizaje a imaginar.

Contribuye así a elevar todos los juegos de lenguaje, incluso si no proceden del saber canónico, al conocimiento de sí mismos, tiende a hacer caer el discurso cotidiano en una especie de metadiscurso: los enunciados ordinarios presentan una propensión a citarse a sí mismos y los diversos puestos pragmáticos a referirse indirectamente al mensaje sin embargo actual que los concierne 217. Puede sugerir que los problemas de comunicación interna que encuentra la comunidad científica en su trabajo para deshacer y rehacer sus lenguajes son de una naturaleza comparable a los de la colectividad social cuando, privada de la cultura de los relatos, debe poner a prueba su comunicación consigo misma, e interrogarse por eso mismo acerca de la naturaleza de la legitimidad de las decisiones tomadas en su nombre.

A riesgo de escandalizar, el sistema incluso puede contar entre el número de sus ventajas, su duración. En el marco del criterio de poder, una demanda (es decir, una forma de prescripción) no obtiene ninguna legitimidad del hecho de que proceda del sufrimiento a causa de una necesidad insatisfecha. El derecho no viene del sufrimiento, viene de que el tratamiento de éste hace al sistema más performativo. Las necesidades de los más desfavorecidos no deben servir en principio de regulador del sistema, pues al ser ya conocida la manera de satisfacerlas, su satisfacción no puede mejorar sus actuaciones, sino solamente dificultar sus gastos. La única contraindicación es que la no-satisfacción puede desestabilizar el conjunto. Es contrario a la fuerza regularse de acuerdo a la debilidad. Pero le es conforme suscitar demandas nuevas que se considera que deben dar lugar a la redefinición de las normas de «vida» 218. En ese sentido, el sistema se presenta como la máquina vanguardista que arrastra a la humanidad detrás de ella, deshumanizándola para rehumanizarla a un distinto nivel de capacidad normativa. Los tecnócratas declaran que no pueden tener confianza en lo que la sociedad designa como sus necesidades, «saben» que no pueden conocerlas puesto que no son variables independientes de las nuevas tecnologías 219. Tal es el orgullo de los «decididores», y su ceguera.

Este «orgullo» significa que se identifican con el sistema social concebido como una totalidad a la búsqueda de su unidad más performativa posible. Si se vuelve hacia la pragmática científica, ésta nos enseña precisamente que esta identificación es imposible: en principio, ningún científico encarna el saber ni descuida las «necesidades» de una investigación o las aspiraciones de un investigador so pretexto de que no son performativos para la «ciencia» en cuanto totalidad. La respuesta normal del investigador a las demandas es más bien esta: es preciso ver, cuente su historia 220. En principio, todavía no prejuzga que el caso esté ya regulado, ni que la «ciencia» se resentirá en su potencia si se la reexamina. Es incluso a la inversa.

Claro está que las cosas no siempre son así en la realidad. No se tienen en cuenta a los investigadores cuyas «jugadas» han sido menospreciadas o reprimidas, a veces durante decenios, 49La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Jean-François Lyotardporque desestabilizaban demasiado violentamente posiciones adquiridas, no sólo en la jerarquía universitaria y científica, sino en la problemática 221. Cuanto más fuerte es una «jugada», más cómodo resulta negarle el consenso mínimo justamente porque cambia las reglas del juego sobre las que existía consenso. Pero cuando la institución savante funciona de esta manera, se comporta como un poder ordinario, cuyo comportamiento está regulado como homeostasis.

Ese comportamiento es terrorista, como lo es el del sistema descrito por Luhmann. Se entiende por terror la eficiencia obtenida por la eliminación o por la amenaza de eliminación de un «compañero»

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