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La Vida del Santo ISA, el mejor de los hijos del hombre

747600Reseña18 de Abril de 2016

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La Vida del Santo ISA, el mejor de los hijos del hombre

Capítulo ILa tierra ha temblado y los cielos llorado por un gran crimen que se ha cometido en la tierra de Israel. Pues han torturado y condenado a muerte al grande y justo Issa, en quien habita el alma del universo. El cual fue encarnado como un simple mortal para hacer el bien a los hombres y exterminar sus malos pensamientos. Y para devolver al hombre degradado por sus pecados una vida de paz, amor y felicidad, y recordarle al Creador único e invisible, cuya piedad es infinita y no tiene límites. Escucha lo que los mercaderes de Israel nos relatan sobre el tema.

Capítulo II

El pueblo de Israel, que habita una tierra fértil que da dos cultivos al año y posee grandes rebaños, causó con sus pecados la cólera de Dios. Quien les inflingió un castigo terrible, separándolos de su tierra, su ganado y sus posesiones. Israel se vio reducida a la esclavitud por los poderosos y ricos faraones que reinaban entonces en Egipto.

Estos trataron a los israelitas peor que a animales, encomendándoles las tareas difíciles y cargándoles de cadenas. Cubrieron sus cuerpos de moretones y heridas, sin darles alimento ni permitirles habitar bajo techo, para mantenerles en estado de continuo terror y privarles de toda semejanza humana. Y en su gran calamidad, el pueblo de Israel recordó a su protector celeste y, dirigiéndose a él, imploró su gracia y su piedad.

Reinaba entonces en Egipto, un faraón ilustre que se hizo famoso por sus numerosas victorias, las riquezas que había amontonado y sus vastos palacios que habían erigido sus esclavos para él con sus propias manos. Este faraón tuvo dos hijos, el más joven de los cuales se llamaba MOSSA. Los israelitas instruidos le enseñaron diversas ciencias.

Llamaron a Mossa en Egipto por su bondad y la compasión que mostraba por todos los que sufrían. Viendo que los israelitas, a pesar de los sufrimientos intolerables que soportaban, no abandonaban a su dios para venerar a aquellos hechos por la mano del hombre, que eran los dioses de la nación egipcia, Mossa creyó en su Dios invisible, quien no permitía que les abandonaran las fuerzas.

Y los preceptores israelitas excitaron el ardor de Mossa y recurrieron a él, rogándole para que intercediera ante su padre, el Faraón, en favor de sus correligionarios. Por eso el Príncipe Mossa fue ante su padre, suplicándole que mejorara el destino de esos desgraciados. Pero el Faraón se enfadó con él y sólo aumentaron los tormentos sufridos por sus esclavos. (Nótese que aquí hay un error, pues, en realidad, el Faraón (padre) ya había fallecido, y es su hijo quien toma el poder. Con él habla Moisés. Moisés es nombrado como su hijo, el segundo, cuando no lo fue realmente, sino rescatado del las aguas del Nilo).

Sucedió que poco tiempo después, un gran mal visitó Egipto. La pestilencia llegó a diezmar a los jóvenes y a los ancianos, a los débiles y a los fuertes; y el faraón creyó en el resentimiento de sus dioses contra él. Pero el Príncipe Mossa le dijo a su padre que era el Dios de los esclavos quien estaba intercediendo en favor de esos desgraciados, castigando a los egipcios.

El Faraón dio entonces a Mossa, su hijo, la orden de llevarse a todos los esclavos de raza judía, conducirlos fuera de la ciudad y fundar a gran distancia de la capital otra ciudad en donde habitara con ellos. Mossa hizo entonces saber a los esclavos hebreos que él les había liberado en el nombre de su Dios, el Dios de Israel, y se fue con ello de la ciudad y de la tierra de Egipto.

Les condujo a la tierra que habían perdido por sus numerosos pecados, les dio leyes y se unió a ellos para rezar siempre al Creador Invisible cuya bondad es infinita. A la muerte del Príncipe Mossa, los israelitas observaron con piedad sus leyes, por lo que Dios les recompensó por los males que les había expuesto en Egipto. Su reino se hizo el más poderoso de todos los de al tierra, sus reyes se hicieron famosos por sus tesoros y una larga paz reinó entre el pueblo de Israel.

Capítulo III

La gloria de las riquezas de Israel se extendió por toda la tierra y las naciones vecinas les envidiaron. Pero el Supremo mismo conducía los ejércitos victoriosos de los Hebreos y los paganos no se atrevían a atacarles.

Desgraciadamente, como el hombre no siempre es fiel consigo mismo, la fidelidad de los israelitas para con un dios no duró mucho. Empezaron a olvidar a todos los favores que se habían amontonado sobre ellos, sólo raramente invocaban su nombre y buscaron la protección de magos y brujos.

Los reyes y capitanes sustituyeron por sus leyes a las que Mossa había escrito para ellos. El templo de Dios y la práctica de la veneración fueron abandonados. El pueblo se entregó al placer y perdió su pureza original.

Varios siglos habían pasado desde que se fueron de Egipto cuando Dios decidió volver a castigarles. Extranjeros empezaron a invadir la tierra de Israel, devastando el país, arruinando los pueblos y levando en cautividad a sus habitantes. Y llegaron allí los paganos del país de ROMELES, del otro lado del mar. Sometieron a los hebreos y establecieron entre ellos jefes militares que les gobernaban por delegación del César.

Destruyeron los templos, obligaron a los habitantes a dejar de venerar al Dios Invisible y a sacrificar víctimas a las deidades paganas. Hicieron guerreros de los que habían sido nobles, las mujeres fueron separadas de sus esposos y las clases inferiores, reducidas a la esclavitud, fueron enviadas por miles mas allá de los mares. En cuanto a los niños, fueron pasados por l espada. pronto, en toda la tierra de Israel, sólo se oían gemidos y lamentaciones. En esta situación extrema, el pueblo recordó a su gran Dios. Imploraron su gracia y pidieron que les perdonara, y Nuestro Padre, en su piedad inagotable, escuchó sus ruegos.

Capítulo IV

En ese tiempo llegó el momento en el que el Juez todo misericordioso eligió encarnarse en el ser humano. Y el Espíritu eterno, habitando en un estado de inacción completa y de suprema beatitud, despertó y se separó del Ser Eterno por un período indefinido, para mostrar, bajo la apariencia de la humanidad, los medios de auto identificación con la divinidad y de alcanzar la felicidad eterna.

Y para demostrar con el tiempo cómo el hombre puede alcanzar la pureza moral y, separando su alma de su envoltura mortal, el grado de perfección necesario para entrar en el Reino de los Cielos, que es inmutable y donde la felicidad reina eternamente. Poco después, un niño maravilloso nacía en la tierra de Israel, hablando el propio Dios por la boca de ese niño sobre la fragilidad del cuerpo y la grandeza del alma.

Los padres del niño recién nacido eran pobres, pertenecían por nacimiento a una familia de notable piedad, que olvidando su antigua grandeza sobre la tierra, alababa el nombre del Creador y le agradecían los males con que quería probarles. Para compensarles por no apartarse del camino de la verdad, Dios bendijo al primer hijo de esa familia. Lo tomó como su elegido y lo envió para ayudar a los que habían caído en el Mal y a curar a los que sufrían.

El niño divino, a quien dieron el nombre de ISSA, empezó desde sus más tiernos años a hablar del Dios único e indivisible, exhortando a las almas de los que se habían perdido, al arrepentimiento y la purificación de los pecados de los que eran culpables.

De todas partes llegaron gentes para oírle y se maravillaban de los discursos procedentes de su boca infantil. Todos los israelitas estaban de acuerdo al decir que el Espíritu Eterno habitaba en ese niño.

Cuando Issa alcanzó la edad de trece años, la época en la que un israelita puede tomar esposa, la casa en donde sus padres se ganaban la vida con un oficio modesto empezó a ser lugar de reunión de ricos y nobles, deseosos de tener como yerno al joven Issa, famoso ya por sus discursos edificantes en el nombre del Poderoso.

Fue entonces cuando Issa abandonó la casa de sus padres en secreto, se fue de Jerusalén y partió con los mercaderes hacia Sind, con el objetivo de estudiar las leyes de los grandes Budas.

Capítulo V

En el curso de su decimocuarto año, el joven Issa, bendecido por Dios, llegó a este lado del Sind y se estableció entre los arios en la tierra amada por Dios. La fama extendió la reputación de este niño maravilloso por todo el Norte del Sind y, cuando cruzó el país de los cinco ríos y el Rajputana, los devotos del dios Jaine le rogaron para que se quedara entre ellos.

Pero abandonó a los veneradores erróneos de Jaine y fue a Juggernaut, en el país de Orissa, donde reposan los restos mortales de Vyasa-krishna, y donde los sacerdotes blancos de Brahma le dieron una alegre bienvenida. Ellos le enseñaron a leer y a entender los Vedas, a curar por medio de la oración, a enseñar, a explicar las Sagradas Escrituras a la gente, y a sacar los espíritus malignos de los cuerpos de los hombres, restaurándoles su cordura.

Pasó seis años en Juggernaut, en Rajagriha, en Benarés, y en otras ciudades santas. Todo el mundo le amaba, pues Issa vivía en paz con los vaisyas y los sudras, a quienes instruía en las Sagradas Escrituras.

Pero los brahmanes y los kshatriyas le dijeron que estaba prohibido por el Gran Brahma acercarse a aquellos a quien él había creado de su costado y de sus pies; que los vaisyas sólo estaban autorizados a escuchar la lectura de los vedas en los días festivos; que los sudras tenían prohibido no sólo asistir a la lectura de los vedas, sino también contemplarlos, pues su condición era la de servir a perpetuidad como esclavos de los brahmanes, los kshatriyas e incluso los vaisyas.

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