Las Siete Peticiones Del Padre Nuestro
valentinam158944 de Noviembre de 2014
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LAS SIETE PETICIONES DEL PADRE NUESTRO
(N. 2803-2856. Resúmenes 2857-2865)
El primer grupo de peticiones (tres) nos lleva hacia Él para Él: santificado sea (...) venga (...) hágase (...).
El segundo grupo de peticiones (cuatro) son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre de las misericordias: danos (...) perdónanos (...) no nos dejes (...) líbranos.
1. “Santificado sea tu Nombre”.
2. “Venga a nosotros tu Reino”.
3. “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
4. “Danos hoy nuestro pan de cada día”.
5. “Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
6. “No nos dejen caer en la tentación”.
7. “Y líbranos del mal”.
8. La doxología final.
“Santificado sea tu Nombre”:
El término santificar no hay que entenderlo en sentido causativo, ya que Dios es Santo, sólo Él santifica y hace santo. Hay que entenderlo en un sentido estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Es a la vez una alabanza y una acción de gracias. Pedir que el Nombre de Dios sea santificado, también, nos compromete para que seamos “santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4).
La escritura llama Gloria a la manifestación en la historia y en la creación de la santidad divina.
“¿Quién podría santificar a Dios puesto que Él santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras: <<Sed santos porque yo soy santo>> (Lv 11, 44), pedimos que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros pecados por una santificación incesante (...) Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta santidad permanezca en nosotros” (San Cipriano de Cartago).
“Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones”.
“Si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: <<el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones>> (Rm 2, 24). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios” (San Pedro Crisólogo).
“Esta petición, que contiene todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que siguen”. “Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado” (Jn 17, 11).
“Venga a nosotros tu Reino”:
La palabra basileia en el Nuevo Testamento se puede traducir por:
- Realeza (nombre abstracto)
- Reino (nombre concreto)
- Reinado (nombre de acción, de reinar)
El Reino de Dios es para nosotros lo más importante.
“Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la mente y Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre”.
Esta petición expresa el deseo de la venida de Cristo en gloria, es el Marana Tha, el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús”.
“Incluso (...) puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en Persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos” (San Cipriano de Cartago).
“En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo. Pero ese deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo”.
El Reino de Dios es justicia, gozo y paz en el Espíritu. En el estado actual está en tensión, en combate entre la “carne” y el Espíritu. “Sólo un corazón puro puede decir con seguridad: <<¡Venga a nosotros tu Reino!>> Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: <<Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal>> (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: <<¡Venga tu Reino!>>” (San Cirilo de Jerusalén).
“Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en la que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz”.
“Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús, presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las bienaventuranzas”.
“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”:
“La voluntad de nuestro Padre es <<que todos los hombres (...) se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad>> (1 Tm 2, 4). Él <<usa de paciencia (...) no queriendo que algunos perezcan>> (2 P 3, 9). Su mandamiento, que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad, es que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado”.
“En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas”. “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42), “se entregó a sí mismo por nuestros pecados (...) según la voluntad de Dios” (Ga 1, 4).
“Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo”.
“Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con Él, y así cumplir su voluntad: de esta forma esta se hará tanto en la tierra como en el cielo” (Orígenes).
“Considerad cómo (Jesucristo) nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. Él ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice <<Que tu voluntad se haga en mí>> o en vosotros<<sino en toda la tierra>>: para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio quede destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo” (San Juan Crisóstomo).
A través de la oración podemos ir conociendo la voluntad concreta de Dios sobre nosotros. Pero no está en palabras el Reino de Dios sino en cumplir la voluntad del Padre. El que hace la voluntad de Dios “a ése le escucha” (Jn 9, 31).
“Danos hoy nuestro pan de cada día”:
a) “Danos”: Es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes “a su tiempo su alimento” (Sal 104, 27). Pedimos para todos los hombres ese pan, solidarios de sus necesidades y sufrimientos.
b) “Nuestro pan”: “El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales”. Jesús quiere que nos abandonemos como hijos en las manos de Dios, sin ser pasivos, no debemos agobiarnos y preocuparnos hasta extremos enfermizos. “A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, Él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios” (San Cipriano de Cartago).
El drama del hombre en el mundo da a esta petición una dimensión de solidaridad con la familia humana.
“Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo. Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos”.
Esta petición invita a compartir por amor los bienes materiales y espirituales para que la abundancia de unos, remedie las necesidades de otros.
“<<Ora et labora>> (San Benito). <<Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros>> (San Ignacio de Loyola). Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre: es bueno pedírselo y darle gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en
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