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Sobre verdad y mentira en sentido extramoral


Enviado por   •  28 de Febrero de 2013  •  Ensayos  •  1.757 Palabras (8 Páginas)  •  411 Visitas

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"En algún apartado rincón del universo, desperdigado en innumerables sistemas solares centelleantes, hubo una vez un astro en el que animales astutos inventaron el conocer. Fue el minuto más soberbio y más mentiroso de la «historia universal»: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Después de respirar la naturaleza unas pocas veces, el astro se entumeció y los animales astutos tuvieron que perecer. –Alguien podría inventar una fábula como ésta y, sin embargo, no habría ilustrado suficientemente cuán lamentable, cuán sombrío y caduco, cuán inútil y arbitrario es el aspecto que tiene el intelecto humano dentro de la naturaleza; hubo eternidades en las que no existió; cuando de nuevo se haya acabado, no habrá sucedido nada. Pues no hay para ese intelecto ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano y solamente su poseedor y progenitor lo toma tan patéticamente como si en él se moviesen los goznes del mundo."

Nietzsche, «Sobre verdad y mentira en sentido extramoral», en Antología, Barcelona, Península, 1988, pág. 41. Traducción de Joan B. Llinares.

Comienza con una fábula, como dándonos a entender que su exposición es ella misma un engaño, y que las palabras que usa podrían muy bien no ser usadas, y el mundo seguir igual. Nos muestra la ironía del escéptico: el conocimiento, ese invento en el que se enzarzaron unos animales astutos, pudo ser soberbio, sí, pero al final esa soberbia sólo dura un minuto, y con ese minuto se extinguen soberbia, intelecto e individuo, dejando que el universo continúe gravitando en paz sobre ninguna parte.

La realidad es inasible para el ser humano a través del conocimiento, y todo intento que urda para alcanzar la verdad está condenado al fracaso. Para Nietzsche, la realidad fluye como el río de Heráclito, y ese fluir constante la hace insoportable a la razón, que necesita de cimientos sólidos sobre los que asentarse. Es por ello que la razón elabora el concepto, a partir de la metáfora inicial, con el objetivo de comprender no sólo el mundo, sino también su propia existencia en ese mundo. El mecanismo de defensa actúa desde ese preciso instante cubriendo con un velo el entendimiento: nada existe sino a través de los cauces de la razón, pues el conocimiento de las cosas es la única fuente de verdad para el hombre.

Y esa es la trampa en la que cae el ser humano: si al principio sólo disponemos de sensaciones irrepetibles y únicas, si somos uno más entre los objetos innombrados y únicos del universo –y somos, por ello, también innombrables–, que fluyen al ritmo del constante devenir, imparables en su incesante movimiento, terminamos produciendo en nuestro intelecto imágenes deformadas de las cosas, mediante la igualación de objetos esencialmente desiguales. Extraemos algo así como propiedades o cualidades parecidas para configurar los conceptos: ahí sucumbe el ser y nace el conocer. A partir de esa transformación tan "inteligente" y tan "astuta", el hombre se crea una "telaraña" de conceptos en la que es capaz de autoinmolarse en beneficio de la seguridad de su existencia: ¿fue el temor? ¿fue el vértigo ante el constante ir y venir de un mundo enloquecido? Jamás lo sabremos, pues sólo sabemos lo que el conocimiento nos permite saber. Estamos abocados al nihilismo total para Nietzsche, pues tampoco podemos escapar a las garras del intelecto. ¿Y por qué no podemos?

Para contestar a esa pregunta entra necesariamente en acción el lenguaje. Somos porque nos decimos y porque decimos las cosas, –e incluso porque no las decimos también somos: el callar no es sino ausencia de lenguaje. El lenguaje nos abre la puerta de una habitación cerrada a cal y canto e inhóspita, pero a cambio de darle la llave: de ella no saldremos jamás. El hombre ha elevado a norma el producto de su intelecto: las leyes del lenguaje, nos advierte Nietzsche, son las primeras –y únicas, añadiría yo– leyes de la verdad admitidas por el hombre engañado. Sólos en el mundo, nuestra existencia es cruel y sanguinaria, por lo que necesitamos un tratado de paz: el lenguaje es el instrumento, la palabra es el cauce por el que se logra ese tratado. Mediante las designaciones de las cosas, convenimos una verdad admisible, y en ella nos congratulamos: su uso inveterado por los pueblos transforma esas designaciones, esas palabras, en cánones, en normas consuetudinarias. Ya tenemos verdad y mentira en sentido extramoral: todo aquello que se aparte del cauce de la verdad convenida, obtenida a raíz de la firma del tratado de no agresión, será condenado a la ignominia.

¡Pero qué grandísimo engaño! ¡Y qué obra arquitectónica tan colosal! Nietzsche admirará al hombre por esa gran capacidad constructiva, con tanta intensidad como lo detestará por su soberbia y por su embaucadora artimaña. Somos hombres porque somos seres pensantes, y somos seres pensantes porque poseemos lenguaje, y es ese lenguaje el que nos hace conocer la verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos: en el pozo de la ciencia toda verdad es recuperable para el hombre racional, pues nada escapa a su intelecto. Ahí se envalentona el hombre de letras, el filósofo, el científico, el sabio: construyendo un andamio sobre el que erigir, paso a paso y concepto a concepto, verdades cada vez más lustrosas y esenciales, leyes de la naturaleza

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