ASIGNATURA REGIONAL I

“La educación debe ser buena para todos… implica que lo que cada estudiante reciba durante su escolarización será bueno para él o ella. En este caso bueno significa que logrará los objetivos que la escuela y la sociedad estiman valiosos y que se hacen visibles a través de las calificaciones académicas y las acreditaciones para acceder a otras opciones educativas.” Este párrafo son palabras con las que Teresa Aguado nos explica cómo es que la educación debería favorecer a los estudiantes sin distinción alguna y que este beneficio sea útil totalmente para que pueda el alumno seguir avanzando y terminar satisfactoriamente su educación.

Pero ¿qué pasa cuando miramos a la realidad y nos percatamos que sucede todo lo contrario? Lo ideal es que las diferencias no sean un impedimento para que dentro de la escuela no sucedan situaciones en las que ciertos individuos se vean excluidos; ya decía la misma autora que al aparecer la diversidad aparecen las clasificaciones y con ella la exclusión; y en nuestro estudio de caso sucedió algo similar: las niñas estaban recibiendo educación, sin embargo sus condiciones no les permitían desenvolverse igual que un niño que a lo mejor sí tenía todo lo necesario para realizar las actividades organizadas por el docente. Por tal razón las niñas de inicio ya estaban siendo marcadas con un “bajos recursos” o con un “padres desinteresados que no las apoyan”, y esto podría decirlo alguien que no conoce y no ve más allá de lo que se puede notar por encima; consecuencia de eso será que las niñas obtendrán una baja calificación tal vez por no asistir al museo además de que ellas se sentirán mal por no poder asistir y porque se han estado limitando en su alimentación con tal de cubrir las exigencias de su tarea; seguramente el docente no lo notó y no pensó en las posibles dificultades a las que podrían enfrentarse sus alumnos. Entonces, donde queda eso que se oye tan bonito que dice que la educación ayudará a todos los estudiantes a lograr los objetivos para que sigan avanzando en el camino de su educación.

Sabemos que los problemas no siempre son originados en la escuela, sino que desde el exterior desde su contexto la distinción ya se está generando, pero en lugar de sólo mirar y seguir incrementando esa desigualdad, deberíamos “incrementar, favorecer y extender” esa igualdad de oportunidades, para que ninguno de nuestros niños se quede sin acceder a lo que le podemos ofrecer en su totalidad.

Coincido totalmente con Aguado cuando dice que el término diversidad debería dejarse de usar como pretexto para la exclusión, porque incluso dentro de una misma cultura o un mismo grupo existen diferencias entre sus integrantes; no todos se apropian de las costumbres o características del mismo. Tan bien se resume esto cuando dice la autora que todos somos iguales en términos de dignidad; todos somos seres humanos y desde esa mirada nadie debería tener más privilegios que otros. Sabemos que es difícil pero se puede luchar, la escuela es un buen punto de partida porque es aquí donde encontramos alumnos con circunstancias totalmente distintas y es nuestra tarea eliminarlas, sin llegar a homogeneizar porque de nueva cuenta estaríamos clasificando frente a otros grupos de alumnos, además de que como individuos tenemos nuestras propias necesidades.

La prioridad que debemos tener es “garantizar una distribución de recursos materiales y humanos que hiciera posible experiencias educativas enriquecedoras para todos”. En nuestro caso revisado, por qué no buscar otro sitio que esté al alcance de las posibilidades de todos nuestros niños, o por qué no hacer gestión para que sean apoyados desde otra instancia para asistir con un coste menor al establecido o incluso sin pagar nada. Por otro lado el docente debería ser consciente de los trabajos que encarga, asegurarse que no impliquen gastar más de lo que los niños

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