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Bloquera Empresa Social


Enviado por   •  24 de Marzo de 2013  •  21.072 Palabras (85 Páginas)  •  443 Visitas

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Introducción

Las formas de la emancipación siempre han sido distintas, las luchas contra las opresiones eternas. Mientras el ser humano conserve su capacidad de pensar luchará contra hombres, naturaleza o dioses que pretendan frenar su libertad. El ser humano, como homo sapiens que perdió los colmillos porque aprendió a hablar, mira el mundo girar y siempre ha sabido que la vida es movimiento. Quienes impulsan las transformaciones son los que «quieren ser», los que elaboran su propio dolor y hacen de él una razón para buscar la justicia y la libertad. Por eso, la peor de las opresiones es la que encarcela el pensamiento. De allí que la mejor de las esperanzas es la que sabe que antes de nosotros fueron millones los que pusieron en la balanza su tiempo, su hacienda, su libertad y su vida para reclamar los rostros de la emancipación.

Decía el ensayista francés André Maurois que «En los inicios de un amor los amantes hablan del futuro, y en sus postrimerías, del pasado». Cuando empieza una nueva aventura, soñar es, a todas luces, un requisito. Pero para que el sueño habite el mundo real, para que no se pueble de fantasmas y fantasías, conviene concretar la ruta. Para ello es necesario, como primer paso, reconstruir el mapa que nos llevará a buen puerto. De ahí la obligación de reclamar al pasado toda la información sobre el camino por el que se ha viajado. Si no se sabe el rumbo, correr puede ser la peor de las estrategias.

Paso a paso puede asaltarse el cielo y dicha cautela viene acompañada de una gran ventaja: se evita el riesgo de salir volando. Como supieron los griegos clásicos, el ser humano es «la especie de la hybris (la desmesura)». De la reflexión ecológica hemos aprendido la moderación y la austeridad.

Recuperamos así las palabras escritas en el oráculo de Delfos, «De nada en demasía», como llave maestra para conducirnos hacia el futuro. Determinación y prudencia son, como paradójica compañía, los báculos con los que nos adentramos en el nuevo siglo.

Este texto que aquí presentamos al debate versa sobre el porvenir, un algo que está llegando de ese lugar incierto que es el futuro, y que se asoma desde una distancia tal que no permite ver bien los contornos. Aunque pensamos que al mundo le falta mucha magia, para el análisis social preferimos recurrir a recursos más materiales. Al igual que los faroles de los que se acompañaban los filósofos antiguos, recurrimos a los orígenes para alumbrar el camino y poder explicar por qué tenemos que reinventar tantas cosas. Del pasado nos interesan las preguntas. El nuevo siglo se encargará de otorgar las nuevas respuestas.

Sometemos a su consideración, amable lector, un texto que señala al socialismo del siglo XXI desde una nueva forma de organización económica que apenas empieza a aparecer en el horizonte:

Las Empresas de Propiedad Social (EPS).

Estas empresas rumbo al socialismo son un germen de futuro que grita su necesidad por el agotamiento del modelo capitalista. Un modelo que, visto en perspectiva, no desmerece de la brutalidad que generó la Segunda Guerra Mundial, la barbarie nazi, el neocolonialismo o los campos de concentración. Es un sistema destructor que nunca ha recibido tanta atención en su lado oscuro; al que Hollywood no usa como actor malvado a derrotar en un final feliz; del que no se encuentran tesis, novelas y libros en tanta abundancia como las que van en dirección contraria. Mas no cabe engaño.

Como escribió Eduardo Galeano, el hambre es un genocidio silencioso. Pero no por silencioso es menos genocida. A mediados de los años setenta, un mundo empezó a marcharse. La crisis del modelo de bienestar occidental, marcada por la crisis del petróleo de 1973, dejó clara una de las leyes incuestionables del capitalismo: los límites de su compromiso social son los límites que marque la reproducción de la ganancia. Cuando el beneficio de los grandes capitales se resiente, las

Prioridades cambian de signo y todos los esfuerzos se dedican a garantizar el beneficio insaciable que anida en la esencia del sistema capitalista.

A grandes necesidades, grandes remedios. La urgencia del gran capital, su imperativo de reproducir sus beneficios, sólo podía ser cubierto por el sacrificio de grandes cantidades de población. La precarización de continentes enteros formaba parte del precio. De la reacción popular se encargaría un Estado que reforzaría sus elementos represivos, allí donde no fuera suficiente un discurso mil veces repetido que se justificaba como «la única política posible». Empezaba el neoliberalismo y su escudero: el pensamiento único.

El sistema se quitó la careta afable de la llamada economía de mercado y puso ante los ojos del mundo esa mezcla de horror que se construye cuando se junta un capitalismo dejado a su libre albedrío, un aparato del Estado al servicio de intereses de las transnacionales y una manera de pensar, la Modernidad, productivista, machista, eurocéntrica, lineal, que condena a vivir en un presente eterno que niega el pasado y limita el futuro a una repetición falsa del modelo occidental.

Durante casi tres décadas el pensamiento transformador ha estado a la defensiva. El keynesianismo, es decir, el principio económico que había servido para contrarrestar los ciclos de subida y bajada del capitalismo gracias a la intervención del Estado, quebró en los años setenta, cuando se acumularon subidas de precios (inflación) y altas tasas de desempleo. Las facultades de economía del mundo enterraron al Estado social y gritaron -como ya lo habían hecho antes de las grandes guerras- vivas a la supuesta capacidad del mercado para autorregularse.

Los modelos alternativos al capitalismo, especialmente en el Este de Europa, mostraron en los años 80 señales claras de agotamiento. Por si no bastaran los errores propios, la dureza de la iniciativa neoliberal (que no ha dudado en ningún caso en recurrir a la fuerza), las dictaduras y la agresión frenaron las alternativas y descalificaron cualquier intento de superación del capitalismo. El hundimiento de la Unión Soviética terminó por desalentar las ideologías emancipadoras. América Latina sucumbía ante una forma de entender la economía que se presentaba como un «Consenso» (de Washington). Los socialismos europeos, que ya habían renunciado a superar el capitalismo, ahora lo ensalzaban. Las llamadas terceras vías fueron fórmulas para esconder el hecho de que la socialdemocracia abrazaba, junto al liberalismo político, el liberalismo económico. Pura confusión ideológica al

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