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El Paraiso De La Otra Esquina


Enviado por   •  1 de Octubre de 2014  •  821 Palabras (4 Páginas)  •  190 Visitas

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Mario Vargas Llosa produce entre sus contemporáneos una incomodidad que se me antoja similar a la que Thomas Mann provocaba entre los suyos. En el novelista peruano todo es anhelo de perfección y oficio labrado con admirable paciencia. Su aspecto impecable, la naturalidad con la que permite a los periodistas seguirlo hasta Tahití mientras prepara El Paraíso en la otra esquina, y sus opiniones políticas, siempre sensatas aun cuando exhiban una valentía radical, hacen de Vargas Llosa una figura ejemplar. Esa singularidad lo convierte en uno de los últimos novelistas burgueses, en la noble acepción que lo cobija junto a Balzac, Victor Hugo, Flaubert, Dickens.

El Paraíso en la otra esquina es una novela escrita y pensada desde la tradición decimonónica, que cuenta las vidas paralelas de Flora Tristán (1803-1844) y de su nieto Paul Gauguin (1848-1903). Como es habitual en Vargas Llosa, ambas historias fluyen naturales y meticulosas, convirtiendo al lector en un espectador agradecido. El periplo de Flora Tristán, menos conocido que el de su célebre nieto, deviene en un riquísimo panorama de la Europa de las utopías socialistas. Flora Tristán se rebeló contra su propio matrimonio, una atrocidad que la llevó a condenar la institución entera; convirtió su vida privada en el combustible de la lucha pacífica por los derechos de los condenados, terminando por ser una admirable precursora tanto del feminismo como del socialismo moderno.

Me conmovió la forma en que Vargas Llosa le dio vida a Flora Tristán, esculpida como una balzaquiana mujer de treinta años que, lejos de plegarse al gazmoño mundo de los rentistas y de los pretendientes, se lanza a la conquista de la ciudad en un sentido inverso al de los codiciosos oportunistas de Las ilusiones perdidas. Para despertar la conciencia de clase de las mujeres y de los obreros, Flora Tristán peregrina, llena de candor y de fuerza, entre los sansimonianos y los cabetianos, los fourieristas y los hegelianos de izquierda, recorriendo esa corte de los milagros con un celo misionero que asume una debilidad no exenta de humorismo. Y al describir los tugurios que, en Londres o en el sur de Francia, habitaban aquellas víctimas de la Revolución Industrial, Vargas Llosa, ahíto de una inmensa piedad, logra lo que se proponía: ser un émulo de Dickens o de Victor Hugo. Y dado que Vargas Llosa es un hombre político, esas páginas son legibles como parte de su prédica liberal: en el origen, la miseria insultante de millones de hombres y mujeres sigue siendo el acertijo sin resolver de todas las libertades.

El recorrido de Paul Gauguin, desde su cómoda vida como agente de bolsa hasta su muerte romántica en las Islas Marquesas de los Mares del Sur, ofrecía, por fuerza, una paleta más rica para el arte de Vargas Llosa. Gauguin, a quien nunca le interesó mucho la vida de Madame-la-Colère, su sulfurosa abuela, es seguido a través de su previsible ansiedad

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