Ensayo Sobre Película "El Angel Exterminado"
baladi9 de Noviembre de 2014
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I
“Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. El autor declara no haber querido jugar con los símbolos, al menos conscientemente. Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna.”
Luis Buñuel [2]
Tal ha sido siempre la analogía, el establecimiento de una correspondencia. La vida y el cine. El cine y la vida. Ambos compartiendo rasgos idénticos, ambos inapresables racionalmente. Este pequeño párrafo con el que Buñuel presentaba en 1962 El ángel exterminador no deja de ser paradójico, enigmático e incoherente él mismo. Los dos miembros de la comparación son instalados en el absurdo, nada puede decirse acerca de ellos, pero al tiempo yace una concepción de ambos, un enjuiciamiento, que plantea de entrada un problema crucial dirigido al exégeta y al espectador. ¿Qué lugar queda para comentar un misterio? Podría decirse incluso que el propio texto comparte esa enigmaticidad e incoherencia propias tanto de la vida como de la película. Parece en cierto modo una coartada, una sincera excusa repetida incansablemente por el autor, un parapeto enfrentado a cierto modo de pensar directamente implicado —o enfangado— en buscar razones a todo lo existente, sea como sea y caiga quien caiga. Buñuel sentía desidia por ese pensamiento racionalizante, que de parches creía estar diseñando trajes enteros. De este modo parece indicar una misma desgana hacia toda hermenéutica que fuerce el misterio de la vida y del cine con frases lapidarias llenas de un límpido sentido. El ángel exterminador, como la vida, permanece enigmático e incoherente. Respetemos ese absurdo. Ninguna interpretación puede agotar este esquivo objeto de análisis. La verdad siempre se nos escapa. Los propios personajes permanecen en esta ignorancia.
A pesar de todo ello, admitida la premisa irracional (y al mismo tiempo tan llena de sentido) que preside la película, la mayor parte de las acciones que vemos siguen una lógica implacable, una racionalidad tajante. La premisa es la siguiente: unas personas no pueden salir de una habitación, no porque la puerta esté atrancada o permanezcan secuestradas por uno de los invitados; simplemente no pueden. Pero a partir de aquí, el decurso principal del film se torna en casi todos sus momentos de una verosimilitud aplastante. Surgen el cansancio, la suciedad, el conflicto, la muerte. Se descomponen progresivamente las relaciones sociales, ya antes del encierro seriamente perjudicadas. Esa verosimilitud de descenso a los infiernos está plagada de razones. Es cierto que algunos momentos de la proyección permanecen deliberadamente más en lo oculto. Son sobre todo los que hacen de ella algo “personal”, algo que remite a vivencias, obsesiones y recuerdos del director aragonés. Y son precisamente ellos sobre los que ha pesado mayor intención de simbología por parte de los intérpretes.
El cine de Buñuel no se lleva bien con los símbolos ni con las estrictas alegorías. Buñuel se guía por una intuición y despliega numerosos significantes, indefectiblemente abiertos, por ello mismo susceptibles de ser variadamente interpretados. Para el autor la significación simbólica busca siempre respuestas de lo inexplicable, hasta violentarlo. No lo respeta como tal, lo avasalla y trata de suprimirlo. A pesar de ello, la intuición, la idea subterránea que le guía, habla, dice cosas. Los símbolos no hacen tesis, no demuestran, ni siquiera operan a nivel concreto (el oso que deambula por la casa no es la U. R. S. S., Leticia no es la Virgen María) sino a otro nivel, más abierto, menos delimitado. Para el propio Buñuel, por ejemplo, salir de la casa tiene mucho que ver con la adquisición de una libertad siempre ignota y quimérica.
El hijo de Buñuel eludía también esta tendencia racionalizante asegurando que “los supuestos símbolos a menudo no son más que simples recuerdos” [3] . Pero por el hecho mismo de tratarse de una película que manifiesta lo más íntimo, compuesta también de retazos, de recuerdos, incluso de improvisaciones hechas en la marcha del rodaje, nos hace ver una misma preocupación inconsciente en ella. Como afirmaba algún filósofo idealista, la obra de arte termina por independizarse del autor, que sólo mantiene con ella una relación subterránea, tanto es así que verbalizar tal relación llega a ser imposible. El ángel exterminador trasciende con mucho lo pretendido por Buñuel. Una película guiada por el enigma nos insta más aún que otras a centrarnos en lo visto y en lo oído, a desentrañar su sentido no para agotarlo (siempre permanece el enigma), sino para encontrar su coherencia, que a todas luces posee. Si bien nos encontramos una película misteriosa, fuertemente perturbadora, aparentemente impenetrable y sorprendente, también lo es su profunda lógica interna [4] .
Alrededor de toda película-misterio sobrevuelan múltiples interpretaciones, muchas menos en las películas evidentes. Las que suele recibir El ángel exterminador pueden ser extendidas a toda la filmografía del autor. Por un lado, una lectura sexual, en clave psicoanalítica, muy presente en los exégetas, que ahonda en el mundo interno de alguno de los personajes, en sus deseos más íntimos, en sus pulsiones y obsesiones. Por otro lado, una lectura política, centrada en las confrontaciones de clase, los burgueses y los criados en relaciones de exclusión. Por último, una lectura religiosa, con omnipresencia de acciones e iconos del cristianismo.
Todas estas lecturas son legítimas y sugeridas en algún momento por el autor. La primera enclava la problemática bajo el influjo freudiano —”uno de los tres hombres más importantes del siglo” [5] — y tiene una de sus ejemplificaciones en la interpretación de F. Cesarman. Según éste, las grandes películas de Buñuel son muestrario del mundo interior de uno de los personajes. En nuestro caso, el encierro refleja el cúmulo de represiones y deseos latentes de Leticia en su virginidad. A su vez, la lectura política concibe el film como algo reservado a la condición burguesa, su desmoronamiento y degradación. La inicial salida de los criados, la permanencia del mayordomo entre los cautivos y la revolución ciudadana que se apunta al final, describirían la problemática principal. La lectura religiosa, en cambio, se centra en determinados símbolos que vienen a protagonizar ciertos personajes, el anfitrión y Leticia principalmente, y por supuesto la extraña presencia de los tres corderos.
Nuestra lectura de la película se centra en cambio en otro factor frecuentemente obviado por el resto de investigadores. Se trata del propio desarrollo del encierro, de las maniobras que se despliegan para tratar de explicar lo inexplicable por parte de los implicados, la evolución de las relaciones sociales de una comunidad forzada a serlo. Para ello se centra, como materia de su análisis, exclusivamente en lo visto y en lo oído, en el propio desarrollo de los actos en la filmación, en las conductas explícitas, en las palabras proferidas, sin incorporación de hipótesis desplegadas desde lo no visto y lo no oído [6] .
Esta lectura, que podemos llamar sociológica, no busca en principio razones frente a la premisa inicial de la película. La respeta. Interroga más bien el devenir del encierro, no la causa que lo provocó. Esta causa permanece siempre en el desconocimiento. Pero, hay que decir del mismo modo, que toda interpretación que se adopte, finaliza, mediante el desarrollo de su argumentación, apuntando una respuesta sobre el origen mismo de la reclusión, respuesta siempre vaga e incierta, probablemente innecesaria, pero de ningún modo gratuita, pues viene provocada por un análisis del propio discurrir de los actos.
A su vez, nuestra interpretación parece poder asumir las lecturas política y religiosa, encontrar un fundamento más sólido de ellas. De este modo, considera anteriores y más básicas las relaciones sociales que las exclusivamente clasistas. Pretender que el problema que vemos desarrollado en pantalla compete únicamente a la clase burguesa es un error que escamotea una de las ideas principales de la película y su propia estructura narrativa, como pronto veremos. De igual manera, dota de un fundamento anterior a la lectura religiosa, remitiendo la problemática no sólo a la religión cristiana, sino más esencialmente a la religión primitiva y arcaica.
Nos basamos, para todo ello, en un modelo de comprensión ajeno a la película —del mismo modo que la lectura sexual remitía a Freud o la política a Marx-. Tomamos como base las ideas de René Girard y de otros autores de antropología de la religión, adaptándolas libremente. Nuestro criterio de análisis viene presidido por un mismo interrogante que vertebra nuestra argumentación: en una comunidad crítica como la que se ve en la película, ¿qué razones se dan para dilucidar el encierro, para explicar lo inexplicable?. El film que tenemos ante nuestros ojos despliega sin cesar esta pregunta a todas las entidades relacionadas con él: al autor, a los espectadores, y a los propios personajes.
Por último, cabe señalar que la pertinencia de una lectura sociológica está ratificada por el propio Buñuel. En conversación con J. F. Aranda, el autor declara: “Desde luego no he introducido ni un sólo símbolo en el film, y aquellos que esperen de mí una obra de tesis con un mensaje ¡pueden esperar! Pero que El ángel exterminador es susceptible de ser interpretado, qué duda cabe. Todos tienen derecho a interpretarlo como quieran. Hay quien
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