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Ensayo sobre Hacia una nueva escuela

Fany2007Ensayo31 de Octubre de 2015

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Hacia Una Nueva Escuela:

 Gestionando el Clima Emocional Adecuado Para Generar Aprendizajes Significativos.

Fany Esparza Díaz

Gestión Pedagógica y Curricular

Abril 2015.

Rancagua

Hacia Una Nueva Escuela:

 Gestionando el Clima Emocional Adecuado Para Generar

Aprendizajes Significativos.

“Si queremos un mundo de paz y de justicia, debemos poner la inteligencia al servicio del amor”.

Antoine de Saint- Exupery

Cuando hablamos de educación son muchos los elementos que entran en juego para determinar una educación de calidad. Muchos de estos elementos han sido objetos de diversos análisis. En esta oportunidad abordaré la siguiente temática expuesta en una aseveración: La salud mental de los docentes impacta directamente en el clima social escolar, e intentaré convencer al lector de su relevancia en la educación de los tiempos actuales en Chile.

Por mucho, la educación sólo orientó su foco de estudio al contenido que se requería enseñar .Qué enseñar, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Sin embargo si se ignora el ingrediente humano de quien enseña, nada de lo demás funcionará tan bien como debiera.

En este sentido el educador debe estar consciente de su papel protagónico en la génesis de un clima de aula, el que puede impactar en el aprendizaje de sus alumnos y en su propio crecimiento integral.

Sin embargo y pese al rol valiosísimos que adquieren los educadores de hoy, muchos de ellos han sido víctima del desgano, el estrés y en general de un deterioro paulatino y creciente de su salud mental. En la escuela carecen del respaldo adecuado que los ayude a mantener el equilibrio emocional,  traduciéndose, en la práctica, en la gran cantidad de licencias médicas que los profesores presentan en sus trabajos, lo que deja en evidencia una problemática no menor que hasta ahora no ha sido abordada por las autoridades con la atención que merece, considerando que el bienestar del docente es uno más de los múltiples elementos indispensables al momento de buscar resultados óptimos en los aprendizajes de los estudiantes.

En efecto, ser profesor es llevar a cuestas una profesión exigente, a veces físicamente agotadora, sujeta siempre al juicio de otros, no sólo por los conocimientos que se manejen, sino también por la propia coherencia personal. Ser profesor exige paciencia, respeto, sabiduría y, sobre todo, humildad. Ser profesor es estar siempre al servicio del aprendizaje de los estudiantes y a la vanguardia de todo cuánto avance tecnológico se produzca.

En tal escenario de exigencia y compromiso personal, no es de extrañar que emerja inexorable y silenciosamente el temido desgaste emocional, conocido también como síndrome de Burnout, un padecimiento que se produce como respuesta a presiones prolongadas que una persona sufre ante factores estresantes emocionales e interpersonales relacionados con el trabajo. Ana María Arón y Neva Milicic lo describen: “El agotamiento profesional o “burnout” se manifiesta en la esfera somática a través de enfermedades como lumbago, dolores de cabeza, disfonías, úlceras, colon irritable y otros trastornos digestivos. En el área de la salud mental se manifiesta por cuadros depresivos y ansiosos, que se caracterizan por la presencia de angustia, irritabilidad, hiperactividad, hipersensibilidad, trastornos del sueño, falta de motivación y desánimos”[1]

El tema del desgaste profesional está relacionado con el concepto de los “buenos o malos tratos” dentro del sistema escolar. No contar con las condiciones apropiadas para el desempeño profesional lleva a los profesores a sentirse injustamente tratados o “mal tratados”, es decir, de algún modo victimizados por el sistema. Este padecimiento profesional se asocia también con un contexto más amplio del sistema educacional y con los comportamientos y actitudes de los estudiantes dentro de la sala de clases.

La sensación de sentirse emocionalmente agotados, como consecuencia del desempeño de sus labores profesionales conduce también a la generación de un clima social y laboral insatisfactorio, altamente preocupante. Más aún, se produce incluso una especie de círculo vicioso, es decir “la angustia del profesor se transmite al niño angustiándolo, la ira del profesor se transmite al alumno asustándolo, el entusiasmo del profesor se transmite a sus alumnos entusiasmándolos”[2]

Para que una escuela funcione como ambiente sano para niños y niñas, sobre todo en situaciones de riesgo, los profesores deben estar presentes física y emocionalmente. Es necesario crear medios que les permitan conservar su bienestar y equilibrio emocional, idealmente dentro de la escuela.

Por otro lado entenderemos que cuando hablamos de clima social escolar nos referimos a las múltiples acepciones que el término tiene, es decir a las percepciones compartidas por los miembros de una organización respecto al trabajo, al ambiente físico en que éste se da, a las relaciones interpersonales que se generan en él y a las diversas regulaciones formales que lo rigen. En este sentido el clima organizacional es un rasgo característico de una escuela.

En este contexto una de las interacciones más importantes y significativas que se da al interior de la escuela es la relación profesor-alumno, básicamente porque en ella se centra el proceso de enseñanza-aprendizaje y, aunque todos estemos de acuerdo que dicho proceso está influenciado por una multiplicidad de otros factores, la relación profesor-alumno juega un rol preponderante en el logro de los objetivos educacionales. De ahí la importancia de reconocer las propias emociones y sentimientos del docente a la hora de hacer clases y al realizar el trabajo cooperativo con sus colegas.

Lo señalado, no es de extrañar si se reconoce en general la conexión que existe entre el bienestar emocional de las personas y su nivel de desempeño. Si los profesores se encuentran estresados no pueden prestar la atención adecuada a sus alumnos. Hoy, no basta con poseer un alto coeficiente intelectual o dominar a cabalidad los contenidos a enseñar para triunfar profesionalmente, o para desarrollarse exitosamente en una escuela; se requiere un control emocional adecuado que permita tener una interacción armónica en el ambiente laboral con los estudiantes, colegas, autoridades, apoderados, etc.

Es importante reconocer que cada uno en su rol de profesor puede influir en el estado de ánimo de los demás. Es absolutamente natural influir en el estado emocional de otra persona, ya sea para bien o para mal; se hace a cada momento, ‘contagiando’ las emociones como si fueran el más poderoso “virus social”.

Durante muchos años el estudio de las emociones tendió a ser ignorado siendo un enfoque más bien experimental, parcelado, escasamente integrado con la psicología de la salud y abordado en exceso desde la psicopatología. Sin embargo, a fines del siglo XX, las emociones ligadas a la salud irrumpieron con inusitada fuerza en el escenario explicativo de los fenómenos humanos, de la mano de la emergente escuela de psicología transpersonal, luego nutridas por la corriente de medicina holística y terapias alternativas y, más tarde, entusiastamente apropiadas por las neurociencias, llevando al ciudadano común las investigaciones sobre salud, adaptación social y emociones, a través de  autores como Damasio, Daniel Goleman y Le Doux, logrando un extraordinario avance en el estudio y aplicación del conocimiento de la vida emocional humana a la vida sana y a la armonía existencial.  

Gracias a los diversos estudios recientes, se entiende que el entorno en el que se da forma a los ambientes de aprendizaje, es todo aquello que rodea al proceso de enseñanza – aprendizaje, es decir, el espacio que rodea al alumno en tanto que está participando de dicho proceso, lo constituye desde elementos materiales como la infraestructura e instalaciones del plantel, así como aspectos que influyen directamente en el alumno tales como factores físicos, afectivos, culturales, políticos, económicos, sociales, familiares e incluso ambientales.  Todos esos elementos se combinan y surten un efecto favorable o no tanto en el aprendizaje del alumno.

El desarrollo emocional sustentado neurocientíficamente nos indica que la única vía para que en cada niño nazca un hombre nuevo es el cambio de mirada sobre la educación emocional, ejercida hoy mayoritariamente por adultos cuya autoridad se sustenta en el dominio del más débil, sembrando en su corazón emociones negativas: miedo, rabia que irán configurando en forma gradual el implacable poderoso sentimiento de encono, ira, impotencia, hostilidad, resentimiento. Sin saberlo, el adulto hace su aporte para perpetuar la violencia. “Nada hay en el ser humano que impida la conquista de la libertad interior, único camino para la construcción individual de un mundo de paz. El dilema reside en que alcanzar esa libertad interior es un trabajo que ningún niño puede llevar a cabo sin ayuda”[3]

Es importante mencionar en este punto al doctor Humberto Maturana cuando nos enseña que “Todo sistema social humano se funda en el amor, en cualquiera de sus formas, que une a sus miembros y el amor es la apertura de un espacio de existencia para el otro como ser humano junto a uno[4][5] Si se entiende que debiera ser el amor por el otro que mueva tanto a docentes, como directivos y todos aquellos que forman parte de una unidad educativa, el clima laboral y de aprendizaje debiera ser también radicalmente diferente al sistema que impera hoy en nuestras aulas. Tomar conciencia de esta relación le permitirá al educador reconocer la emoción del otro y la suya propia en el entendimiento de que la emoción sustenta a la razón, lo que le permitirá establecer relaciones de escucha intencionada y sin prejuicios.

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