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Género, Cultura Y Educación: Una Mirada Para Pensar Las Prácticas Cotidianas De Docentes Y Estudiantes

carolinabfp23 de Mayo de 2013

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Género, cultura y educación: una mirada para pensar las prácticas cotidianas de docentes y estudiantes

Al pensar en los espacios que recorremos cotidianamente como docentes y como seres humanos, debemos pensar en las distintas formas de conformación de identidades. Y en esa conformación está presente, de modo muy fuerte y casi definitivo, la sexualidad.

Pensar que la sexualidad está presente en todas nuestras prácticas cotidianas (familiares, laborales, amistosas) implica que reconozcamos y visibilicemos factores que durante siglos y décadas estuvieron naturalizados, y por eso invisibilizados. Y pensar en la sexualidad en el ámbito escolar y laboral (al fin y al cabo, es ambas cosas para nosotras, docentes) implica pensar cómo nos posicionamos nosotras, educadoras, frente a las diferentes manifestaciones de la sexualidad y ante la perspectiva de género en el aula, ante nuestros alumnos y alumnas, y ante nuestros colegas.

Transitamos cotidianamente las aulas; llegamos a ellas como docentes de algún área específica, pensando en los contenidos que ya conocemos y que dictaremos a nuestras/os alumnas y alumnos en cada clase. Sin embargo, hay muchos otros aspectos formadores que escapan a nuestro ámbito “específico” de saber: son todos aquellos aspectos que tienen que ver con esa otra faceta de la enseñanza, la de formar personas. Tal como plantean los lineamientos curriculares de Construcción de Ciudadanía referentes al ámbito de Género y sexualidad, la temática de género “no abarca solamente los proyectos que puedan desarrollarse en Construcción de la ciudadanía vinculados a la sexualidad, sino que el propósito de contribuir a la modificación de desigualdades y estigmatizaciones de larga data en las representaciones sociales, que los docentes y jóvenes suelen reforzar y reproducir” .

Debemos pensar, entonces, que esa formación la hacemos de todas las formas posibles, tanto desde la toma de este aspecto en temas o aspectos específicos de nuestra área curricular como –y casi aún más- en nuestro comportamiento cotidiano: desde nuestra entrada al aula, el modo de dirigirnos a alumnos y alumnas, en las valoraciones que desplegamos en cada cosa que decimos, en nuestro lenguaje. En eso estamos involucrados todos los agentes educativos, en todas nuestras manifestaciones, incluso en aquellas tan pequeñas y sutiles que por lo mismo quedan naturalizadas e invisibilizadas.

¿Cómo nos posicionamos frente a nuestras/os alumnas y alumnos? ¿Cómo entramos al aula con nuestra carga a cuestas, frente a las cargas, valoraciones y representaciones que ellos y ellas traen consigo desde sus hogares, desde sus vidas, desde sus vivencias? ¿Cómo se establece la relación entre docente y alumnos/as pensando en estas cuestiones que hasta la actualidad parecían no permear, no penetrar en el ámbito educativo? ¿Cómo pensamos, al fin de cuentas, las constituciones de género y sexualidad y, con ello, los roles genéricos?

Son todas preguntas que nosotras aún no tenemos resueltas, pues tenemos las preguntas, pero aún nos falta ir encontrando las respuestas en nuestro hacer cotidiano en el aula. Sin embargo, pese a que aún no las tenemos resueltas, son preguntas que nos impulsan a trabajar en pos de su resolución y consecución, de todas las formas posibles. Pero nos preguntamos también: ¿nuestros roles de género facilitan o entorpecen esa tarea? Queremos creer que la facilitan, o que al menos nos lo hace todo un poco más visible. Y por ahora, creemos, todos estamos en el camino inicial de la visibilización y la desnaturalización de un bagaje cultural ancestral, que poco a poco hay que comenzar a desandar.

¿Es fácil hacer eso? Por supuesto que no. Este proceso no es fácil ni para hombres ni para mujeres, aún para aquellas que estamos un poco más atentas a las cuestiones de discriminación en general, e incluso a quienes estamos atentas a aspectos discriminatorios en cuestiones de género en particular. Y eso sucede, ante todo, porque hay aspectos que, como ya hemos mencionado, están naturalizados, y por ellos invisibilizados; aspectos que muchas veces reproducimos casi sin darnos cuenta. Pensar, entonces, en qué tipos de prácticas llevamos a cabo cotidianamente en el aula y en la institución escolar de modo global, es un primer paso para poder pensar en qué cosas hacemos nosotras mismas, cuáles podemos percibir, claramente, cuáles conllevan un esfuerzo, cuáles no podemos ver, cuáles podemos cambiar… Pensemos en cómo nos posicionamos (parados dentro y fuera del conocimiento enciclopédico) ante nuestras/os alumnas y alumnos. ¿Tenemos en cuenta nuestra propia sexualidad/identidad de género, nuestro posicionamiento respecto de ello? ¿Pensamos alguna vez si eso influye de manera positiva o negativa en los modos de relacionarnos con los/as alumnos y alumnas de alguna manera? ¿Tenemos en cuenta la sexualidad/identidad sexual de nuestras/os alumnas y alumnos? ¿Consideramos y hacemos conscientes las representaciones y estereotipos que nuestras/os alumnas y alumnos tienen acerca de ellos mismos, de los hombres y mujeres, en relación con sus pares y sus docentes? ¿Tenemos en cuenta las formas de relacionarnos con los varones y las chicas? (y nos preguntamos: ¿son diferentes? ¿en qué modo lo son? ¿qué diferencias establecemos –o se establecen- en ese trato?) ¿Percibimos formas diferenciadas de relacionamiento de ellas y ellos con nosotras/os, docentes, en función de nuestro género? ¿Cómo les hablamos a unas y a otros? ¿Cómo nos hablan unas y otros? ¿Cómo se hablan entre ellos? ¿Qué esperamos de unas y otros, en cuanto a su comportamiento, a su lenguaje…? ¿Les permitimos o “toleramos” lo mismo a unas y a otros?

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Entramos todos los días al aula y saludamos. ¿Cómo lo hacemos? ¿Distinguimos el saludo entre chicos y chicas, o naturalizamos y repetimos el “chicos” como saludo genérico aún aquellas veces en que tenemos mayoría de alumnas? Seguramente no lo cambiamos. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por una falta de costumbre, por el principio de economía del lenguaje, porque realmente creemos que el “chicos” es el genérico más inclusivo, el más neutro, el menos marcado…? Quizá seguramente no lo pensamos, pero quizá también suceda que aunque lo pensemos suene ridículo o forzado, tanto para nosotras mismas como para nuestros receptores (pensemos un momento: ¿qué comentarios hacen nuestras/os alumnas y alumnos acerca del uso constante de los dos géneros por parte de nuestra presidenta en sus discursos?)

Primera cuestión a pensar: ¿pensamos nosotras, y piensan nuestros alumnos que el lenguaje es “neutro”? ¿Es normal y natural, entonces, que le genérico para dirigirnos a profesores, alumnos, docentes, directivos sea la norma? Bien, aunque aceptemos que los cambios de este tipo en el lenguaje requieren de modificaciones conceptuales profundas de una sociedad en un tiempo prolongado (Voloshinov, 1929), pensemos en los usos y prácticas del lenguaje: qué está bien o mal que digan mujeres y varones.

Nos encontramos en un recreo cualquiera de Polimodal. Escuchamos hablar a nuestras/os alumnas y alumnos. Escuchamos a varones que se dicen cosas entre sí, incluso insultos subidos de tono, bastante fuertes para el ámbito de la escuela –en principio-; pero también escuchamos a varias chicas utilizar ese mismo vocabulario entre sí o dirigido hacia los varones. Escuchamos a una profesora que, ante esa utilización “soez” del lenguaje por parte de las chicas, dice “qué ordinarias son estas pibas, mirá cómo hablan”. El comentario suscita algunas preguntas: ¿por qué molesta tanto que las chicas utilicen vocabulario “soez”? ¿Se condena de igual manera a los varones cuando hablan de igual modo? ¿Por qué se “tolera” cierto comportamiento por parte de los varones y se lo condena –aún peor- en las chicas? ¿Por qué no se condena el mismo comportamiento de igual modo en ambos géneros? No hablamos de sanciones, sino de una condena moral, de una valoración diferenciada hacia ambos géneros ante el mismo tipo de acción. Esa condena desigual tiene que ver con las representaciones y estereotipos que pesan –y que casi todos tenemos- sobre hombres y mujeres.

Ahora, ¿es natural que sea así? ¿Es natural que consideremos que eso es así? No lo creemos. Consideramos, por el contrario, que los comportamientos y

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