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Historia de un amor violento.


Enviado por   •  27 de Mayo de 2016  •  Apuntes  •  2.482 Palabras (10 Páginas)  •  295 Visitas

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La historia que les voy a contar, sucedió cuando yo estaba en el colegio, cuando era adolescente. Y esta es una historia de un amor violento, es una historia no apta para temblorosos.

Laurita era linda como ninguna. En las mañanas, cuando llegaba al colegio, los muchachitos perdían el control: algunos se quedaban con la boca abierta viéndola pasar; a otros se les calentaba la piel y de a pocos se iban poniendo rojos, hasta que quedaban del color de un Bom Bom Bum tradicional; otros perdían el aliento y tenían que salir corriendo, lejos de ella, a buscarlo; y otros, para que no les pasara nada, cerraban con fuerza los ojos hasta que ella ya no estaba por ahí. Al paso de laurita todo se silenciaba, todo se conmovía. Era como si ella atrapara la atención de todo lo que la rodeaba, de todo lo que encontraba a su camino. Incluso las niñas, las demás niñas del colegio, que a veces parecían morir de envidia, en ocasiones, al paso de laurita, dejaban escapar uno que otro suspiro.

Pero laurita no sólo era linda como ninguna, sino que también era inteligente como ninguna: siempre sacaba las mejores calificaciones del colegio; siempre que participaba en los intercolegiados de matemáticas se los ganaba; y siempre, pero siempre siempre, izaba bandera.

Por supuesto tanta lindura e inteligencia juntas tenían sus enamorados. Los muchachitos del colegio, por más que ella los descontrolara, se esforzaban insistentemente, de una u otra manera, por llamar su atención, por arrancarle una sonrisa o tan siquiera una mirada… Por enamorarla. Algunos, los más tímidos, le dejaban sobre el pupitre florecitas que arrancaban de los jardines del colegio, acompañadas de carticas de amor. Los ricos no hacían más que darle regalos muy costosos. Y los otros, los apuestos del colegio, no desaprovechaban oportunidad para pasearse delante de ella a ver si veía lo lindos que eran y se enamoraba o, al menos, les cogía gusto. Y era tanta, tanta la obsesión de estos muchachitos por laurita, que en los pocos días que ella faltaba al colegio se les veía vagar cabizbajos, tristes, como perdidos sin saber qué hacer o qué decir. Simplemente iban por ahí, pateando piedras y tratando de encontrar en cada lugar un recuerdo de laurita… Un recuerdo que les evitara la enorme soledad que les producía su ausencia.

Pero lo trágico para estos muchachitos, era que a laurita le eran indiferentes todos sus esfuerzos, todas sus flores, todas sus carticas de amor, todos sus regalos costosos y toda su belleza. Y no es que ella fuera creída o algo así. No. Ella era linda e inteligente como ninguna, pero no era creída. Esto lo sé porque ella misma me lo contó, un día en que estando yo en la biblioteca, ella llegó y se me sentó al lado y me dijo que como yo era fanático de Andrés Caicedo, ella quería que yo le leyera los cuenticos cortos de él… Y entre cuento y cuento ella me habló de porqué tanta indiferencia. Me dijo que quería un amor que no fuera pretencioso, sino más bien uno sencillo; que no le prometiera, que no le regalara cosas, sino uno que se arriesgara por ella, que fuera osado.

[Y así el tiempo pasaba en aquel colegio. Niños desesperados haciendo cosas desesperadas por el amor de una jovencita que dentro, muy dentro de su corazón, esperaba alguien y algo diferente.]

Sucedió entonces que un día llegó al colegio un nuevo estudiante. Su nombre era Juanito. No fue sino que apareciera por la puerta del colegio para que llamara la atención de todas y todos. Pero no imaginen que lo hizo porque fuera lindo o atlético o porque llegara en un carro lujoso. No. Juanito llamó la atención porque era pequeñito y estaba medio deformado por una especie de joroba que lo obligaba a caminar inclinado hacia delante, como si fuera Atlas llevando el mundo a cuestas. Y fue por esta razón que, pasada la impresión inicial, el se convirtió en el objeto de las burlas del colegio. Ellas y ellos no desaprovechaban ocasión  para hacerle saber lo graciosa y ridícula que les resultaba su apariencia: “¡Juanito! ¡Juanito!, le gritaban unos, ¿cuándo es que vas a encontrar lo que se te ha perdido?”; “¡Ahí va! ¡Ahí va!, gritaban otros, Quasimodo es el que va”… Sí, en un universo lleno de tanta belleza, Juanito era una extrañeza que causaba risa.

[Juanito] Él era silencioso y solitario. Sólo hablaba cuando le hacían preguntas en clase, y en los descansos se sentaba en algún rincón, lejos de todos los demás, a escribir quién sabe qué cosas en unas hojitas que siempre llevaba consigo. Y aunque las burlas nunca paraban, después de un tiempo todos y todas se comenzaron a dar cuenta de algo en él que les extrañó mucho: al contrario de todos los demás, a Juanito parecía no afectarle la presencia de laurita: no se quedaba viéndola con la boca abierta ni se ponía rojo como un Bom Bom Bum tradicional ni perdía el aliento ni cerraba los ojos cuando ella estaba por ahí. Daba la impresión, inclusive, de que a él ella le era indiferente.

Pero no era cierto. Esto lo sé, porque él mismo me lo contó, un día en que estando yo en la biblioteca, él llegó y se me sentó al lado y me dijo que como yo era fanático de Mario Benedetti, él quería que yo le leyera algunos poemitas de él… Y entre poema y poema el me habló de ella. Me dijo que la primera vez que la vio fue el día que llegó al colegio, cuando entró con la coordinadora al salón, cuando lo iban a presentar. Que ella estaba ahí, sentada en su pupitre, y que al verla él sintió como un viento fresco  que golpeaba su cuerpo y le traía una alegría que él nunca había tenido: que se había sentido sobreviviente de un naufragio, vencedor de una gran batalla, conquistador de un enorme territorio.

El tiempo fue pasando en el colegio. Los muchachitos continuaban con sus esfuerzos inútiles por llamar la atención de laurita; Juanito seguía, lejos de todos los demás, escribiendo quién sabe qué cosas en las hojitas que siempre llevaba consigo; y yo, sentado en la biblioteca, fanático de Andrés Caicedo y de Mario Benedetti.

Pero un día sucedió una cosa extraña, extrañísima. Fue en la última izada de bandera de ese año. Como siempre en esas ocasiones, todos en el colegio estábamos vestidos con el traje de gala. Los de la tuna y los de teatro se alistaban para presentarse, mientras los demás tomábamos puesto en el teatro. Arriba, en la tarima, los profesores y las directivas del colegio estaban listos para decirnos palabras bonitas acerca de los valores y hablarnos de la importancia de educarnos bien y de hacer caso.

Luego de los himnos y de las palabras del rector, la profesora clarita, la de historia, se puso al frente del micrófono para llamar a los estudiantes que izaban bandera. Uno a uno fueron pasando desde los más chiquitos hacia arriba, hasta que le llegó el turno a laurita. Cuando la llamaron todos voltearon a ver el lugar donde ella estaba sentada, y la siguieron con la mirada mientras caminaba por el pasillo y luego cuando se subía a la tarima. Pasó por el lado del profesor de filosofía –que si no recuerdo mal tenía la boca abierta- y por el de educación física –que se le veía medio ahogado-, hasta que llego junto al rector que la esperaba para ponerle la medallita del colegio en donde dice que ella es de las buenas estudiantes del período.

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