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LA ETICA DEL TRABAJO Y NUEVOS POBRES

BRENN22Ensayo4 de Abril de 2017

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La ética del trabajo y los nuevos pobres A comienzos del siglo XIX, quienes iniciaron la predica de la ética del trabajo sabían muy bien de que estaban hablando. Por aquellos años, el trabajo era la única fuente de riqueza; producir más, y aumentar la mano de obra en el proceso de producción significaban prácticamente lo mismo. Los empresarios deseosos de producir aumentaban sin cesar; crecía también, el número de miserables que se resistían a trabajar en las condiciones impuestas por esos empresarios. Y la ética del trabajo aparecía entonces, como la formula para que ambos grupos coincidieran. El trabajo era el camino que, al mismo tiempo, podía crear la riqueza de las naciones y acabar con la pobreza de los individuos. A fines del siglo XX, la ética del trabajo vuelve a ocupar el primer plano en el debate público, tanto en el diagnóstico de los males sociales como en su curación. Su importancia es decisiva en los programas de asistencia para reinserción en nuevos trabajos [welfare-to-work]: inaugurados en los Estados Unidos y que desde su iniciación (y a pesar de sus dudosos resultados) fueron vistos con envidia por un creciente numero de políticos en otros países ricos, entre ellos Gran Bretaña. Como señalan Handler y Pointer al referirse a los WIN [sigla de los programas de reinserción laboral estadounidenses que a su vez, como palabra, significa triunfar]: Desde los comienzos, y a lo largo de su complicada historia , la retórica que justificaba los WIN tuvo escasa relación con su impacto real. La experiencia indica que el programa obtuvo tristes resultados… Las políticas de asistencia laboral subsisten en sus divers as formas a pesar de una abrumadora comprobación: no lograron reducir en cifras apreciables la cantidad de personas dependientes de los programas sociales, ni devolver a los pobres su autosuficiencia. Por lo tanto las causas de su mantenimiento no pueden s er sus efectos beneficiosos para los pobres, sino su evidente utilidad para quienes no lo son. 1 La resistencia, real o aparente, a apoyar a los servicios sociales destinados a que los pobres se incorporen al esfuerzo productivo no detiene en modo alguno el crecimiento de la productividad. Las corporaciones ya no necesitan más trabajadores para aumentar sus ganancias, y, si llegan a necesitarlos, los encuentran fácilmente en otras partes y en mejores condiciones que en su país, aunque esto contribuya a aumentar la pobreza en los países tradicionalmente considerados ricos. De acuerdo con el ultimo Informe sobre Desarrollo Humano de 1as Naciones Unidas, 1.300 millones de seres humanos, viven, en todo el mundo, con alrededor de un dólar diario. Frente a esta perspectiva, basta los 100 millones de personas que están bajo la línea de pobreza en los países ricos de Occidente, donde nació la ética del trabajo tienen mucho que perder todavía. En el mundo de las grandes corporaciones el progreso es ante todo “reducción de personal”, y el avance tecnológico equivale a reemplazar seres humanos por software electrónico. La medida de lo engañosa que suena la condena a los beneficiarios de los nuevos programas sociales -a quienes se acusa de no querer trabajar, de que bien podrían ganarse la vida si abandonaran sus hábitos de dependencia- le da el modo en que las Bolsas de Valores, esos involuntarios pero muy sinceros portavoces de las corporaciones, reaccionan ante cada fluctuación en las cifras de empleo. No solo no manifiesta signo alguno de ansiedad, menos aun de pánico, cuando crece el nivel de desempleo; reaccionan, si, y lo hacen con entusiasmo, frente a la noticia de que la proporción de trabajadores ocupados probablemente no aumentara. La noticia de que entre junio y julio de 1996 disminuyó el numero de nuevos puestos de trabajo en los Estados Unidos y se elevó por lo tanto, el porcentaje de personas sin empleo, apareció bajo el titulo de "Employment Data Cheer Wall Street [Las cifras sobre empleo alegran Wall Street] (en forma coincidente las acciones de Dow Jones subieron 70 puntos en un día) 2 En el gigantesco consorcio AT&T, el valor de sus acciones aumentó de golpe el día en que sus directivos anunciaron el recorte de 40.000 puestos de trabajo.3 Y esta experiencia se repite prácticamente a diario en todas las Bolsa de Valores del mundo A medida que la idea de “reinserción laboral” se torna nebulosa, ingenua y falsa, mas claramente se manifiesta la profunda transformación que se viene produciendo en lo que hasta ahora se entiende por “prosperidad”, así como por “buenas” o “malas” tendencias en la vida económica. En un serio y profundo análisis sobre el estado actual de las grandes corporaciones europeas (publicado en International Herald Tribune del 17 de noviembre de 1997 con el titulo de “European Companies Gain from the Pain”) [Las empresas europeas se benefician con las dificultades], y suyo sintomático copete afirmaba “Costcutting had led to profits, if not jobs [El recorte de costos produce ganancias, no puestos de trabajos], Tom Buerkle festeja el “desarrollo positivo” de la economía europea: La perspectiva que ha mejorado notablemente, indica que Europa Inc. Empieza a cosechar los frutos de la dolorosa restructuración vivida en los ultimo años. Siguiendo los métodos señalados por las compañías en la década de 1980, y en su afán de lograr mayores ganancias, numerosas firmas europeas se deshicieron de mano de obra, cerraron o liquidaron negocios no esenciales y racionalizaron su gestión. Por cierto que las ganancias crecen a pasos acelerados –lo que provoca la alegría de los accionistas y merece la entusiasta aprobación de los expertos - a pesar de los “efectos secundarios”, pretendidamente menos importantes, del nuevo éxito económico. “Es poco probable que esta vigorosa y saludable reorganización de las corporaciones reduzca el desempleo en un futuro próximo”, admite Buerkle, En efecto solo en los últimos seis años, la fuerza de trabajo ocupada por la industria se redujo en un 17,9% en Gran Bretaña , un 17,6% en Alemania y un 13,4% en Francia. En los Estados Unidos donde el “desarrollo positivo” comenzó aproximadamente una década antes, la mano de obra industrial se redujo en “solo” un 6,1% . Pero esto solo pudo ser así porque, ya con anterioridad, se habían efectuado reducciones a casi lo esencial… No es de extrañar, por eso, que en las encuestas sobre preocupaciones y temores de los europeos contemporáneos figure en un indiscutido primer plano -como realidad o como amenaza- la falta de trabajo. Según una de esas encuestas (realizada por MORl), el 85% de los finlandeses, el 78% de los franceses y los suecos, el 73% de los alemanes y el 72% de los españoles consideran a la desocupación como el problema mas importante de su país. Recordemos que para ingresar a la unión monetaria europea se establecieron criterios que debían asegurar una “economía saludable” ; entre esos criterios, sin embargo, no se encontraba una reducción en el nivel de desempleo. En verdad, los desesperados intentos por conseguir un nivel de "salud económica" aceptable se consideran el principal obstáculo para elevar los niveles de empleo a través de la creación de puestos de trabajo. En otras épocas, la apología del trabajo como el más elevado de los deberes - condición ineludible para una vida honesta, garantía de la ley y el orden y solución al flagelo de la pobreza- coincidía con las necesidades de la industria, que buscaba el aumento de la mano de obra para incrementar su producción. Pero la industria de hoy, racionalizada, reducida, con mayores capitales y un conocimiento mas profundo de su negocio, considera que el aumento de la mano de obra limita la productividad. En abierto desafío a las ayer indiscutibles teorías del valor -enunciadas por Adam Smith, David Ricar do y Karl Marx-, el exceso de personal es visto como una maldición, y cualquier intento racionalizador (esto es, cualquier búsqueda de mayores ganancias en relación con el capital invertido) se dirige, en primer luga r, hacia nuevos recortes en el numero de emp leados. El “crecimiento económico” y el aumento del empleo se encuentran, por lo tanto, enfrentados; l a medida del progreso tecnológico es ahora, el constante reemplazo y -si es posible- la supresión lisa y llana de la mano de obra. En estas circunstancia s, los mandatos e incentivos de la ética del trabajo suenan cada vez más huecos. Ya no reflejan las "necesidades de la industria", y difícilmente se los pueda presentar como el camino para lograr la "riqueza de la nació n". Su supervivencia, o mejor su reci ente resurrección en el discurso político, sólo puede explicarse por algunas nuevas funcio nes que de la ética del trabajo se esperan en nuestra sociedad posindustrial. Como sugieren Ferge y Miller, 4 la moderna propaganda en favor de la ética del trabajo sirve para “separar a los pobres que merecen atención de los que no la merecen, culpando a estos últimos y, de ese modo, justificando la indiferencia de la sociedad hacia ellos” . En consecuencia, lleva a "aceptar la pobreza como un flagelo inevitable originado en defectos personales; de allí sigue, inevitablemente, la insensibilidad hacia los pobres y necesitados". O en otras palabras: aunque ya no prometa reducir la pobreza, la ética del trabajo puede contribuir todavía a la reconciliación de la sociedad, que al fin acepta la eterna presencia de los pobres y puede vivir con rela tiva calma, en paz consigo misma, ante el espectáculo de la miseria. El descubrimiento de la “clase marginada” El término "clase obrera" corr esponde a la mitología de una sociedad en la cual las tareas y funciones de los ricos y los pobres se encuentran repartidas: son diferentes pero complementarias. La expresión "clase obrera" evoca la

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