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LECTURA 1. HACIA UN NUEVO RELATO NACIONAL

Uslar BlancoApuntes9 de Marzo de 2018

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EL FUTURO ES LA PAZ.

LECTURA 1. HACIA UN NUEVO RELATO NACIONAL

Prof. Eduar el Cuffa

Al revisar en el largo tiempo histórico la configuración de la nación venezolana, la misma comprende dos actos: el primero, heroico y decimonónico, ilustrado y liberal, encarnado en la generación de blancos criollos que plantean la posibilidad de la ruptura colonial como estrategia política para pensar a Venezuela en términos nacionales.   El segundo, capitalista y burgués, imperialista y dependiente; caracterizado por la construcción institucional de un Estado mágico[1], hijo económico de la explotación petrolera y del rentismo[2] que de éste se deriva, y antropológicamente aupado por una cultura del petróleo[3] expresada cotidianamente en el clientelismo y la picaresca criolla[4].

Así, Venezuela asumida como comunidad imaginada[5], invertebrada por un capitalismo que le es propio- rentístico- durante el siglo XX consintió la emergencia y legitimidad de prácticas sociales que aseguraban cierto sistema político de conciliación de élites, de transacción discrecional de la renta. Preciso es detenerse en este aspecto, el uso político de la renta – por no decir partidista-, echó al margen del campo económico al trabajo –entendido este como generador de riqueza-, siendo la acumulación de capital un fenómeno no rastreable en las clases sociales, sino particularmente, en las elites políticas.

        Lamentablemente para los usufructuarios de la renta la ilusión de armonía puntufijista no duro mucho. Arbitrariamente se pudiera señalar el año 1983 como uno de ruptura, punto y final de la Venezuela saudita. La estrategia estadounidense de reganización[6] petrolera hundió los precios de las energías fósiles en los mercados internacionales, ocasionando en el caso venezolano, la depreciación del signo monetario nacional, y por tanto, la perdida acelerada de calidad de vida en todos los segmentos de la sociedad. Ante tal panorama, el rentismo comenzó a perder su barniz encubridor, y uno a uno los problemas sociales, ocultos mágicamente emergerían,  siendo la conflictividad de aquellos años la exteriorización de la deslegitimación del sistema político de conciliación de élites.

        Necesario es hacer referencia a la implosión de los consensos sociales durante esta época (1983-1998). Al desprestigio político de la clase dominante debe sumársele la pauperización del tejido económico nacional, siempre clientelar y dependiente. Mención aparte merece la aplicación de la tesis neoliberal en América Latina en general y en Venezuela en particular, como consumación de la realización de “democracias sin pueblos”. Siendo así, la violencia en sus más diversas formas entro en escena, cosa que era de esperarse; ya que el rentismo no tuvo el poder instituyente para consolidar mecanismos alternativos de resolución de conflictos.

Y sí, la violencia es partera de la historia, su desmonopolización legítima por parte del Estado[7] fracturó los mecanismos transaccionales de la renta, acelerando la represión y la persecución política por parte de la ya menguada élite puntofijista. Durante estos años, el contencioso referido a violación de los DDHH aumentó sostenidamente, teniendo como hito cumbre los sucesos del Caracazo (1989), pero sin olvidar masacres como la de Yumare (1986) y Cantaura (1982). Pero ante la ira de los amos del valle, poco a poco fueron apareciendo nuevos actores políticos, reclamando la formación de nuevos consensos, capaces de recuperar la función del Estado y de darle dirección a un nuevo proyecto histórico.

Mariano Picón Salas, señaló que el siglo XX venezolano comenzaba en 1936 tras la muerte a finales del año anterior del General Gómez, si se toma tal afirmación como cierta, el siglo XX histórico de Venezuela concluyó en 1989 con el Caracazo. Este terrible suceso será el puntapié inicial de una serie de eventos –rebeliones militares, movilizaciones populares, aparición de nuevos sujetos sociales- que darán forma histórica, política y socialmente a una nueva centuria, nuevo ciclo nacional de carácter revolucionario, capaz de jalonar y replantear las relaciones de poder en esta tierra de gracia.

II

Si el siglo XXI histórico venezolano inició en 1989, su institucionalización política se alcanza una década después con la aprobación mediante referéndum popular de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999). La carta magna fue el instrumento utilizado por el presidente Chávez para canalizar e instrumentalizar al poder constituyente, y particularmente, para establecer un nuevo marco de acción del Estado en función de los nuevos consensos sociales. El desplazamiento de los grupos de poder del epicentro de la toma de decisiones, sumado a una pléyade de nuevos intérpretes de lo nacional, facilitó la visibilización de aquellos  nuevos actores políticos, históricamente marginados en la redacción del relato nacional.         

Caracterizar las narrativas que han dado forma e identidad al movimiento que hemos convenido en llamar chavismo es harto complejo. Ciertamente, la fuerza política aglutinada en torno al liderazgo de Chávez bebe de cierto relato invariable – historia patria y Bolívar-, pero a su vez, intenta la descriollización de la sociedad, es decir: contar la nación ya no solo será cuenta de la intelectualidad y de los actores que medran alrededor del poder, ahora, el carácter microfísico que debe caracterizar a la nueva concepción del poderío nacional tiene como fin el empoderamiento de las subalternidades. Si por hegemonía entendemos convertir cierta visión del mundo en sentido común para así regularizar las prácticas sociales de la cotidianidad, el fin de la revolución contrahegemónica, es por tanto,  no solo institucional y/o económico, sino antropológico: superar la cultura del petróleo y con ella, las epistemologías coloniales que la reviste y legitima.

El poder  criollo y neoliberal, encarnado en las instituciones burguesas herederas de la tradición democrática liberal inglesa y popular-revolucionaria francesa no tenían la suficiente capacidad para dar respuesta a las exigencias cada vez mayores de los nuevos actores sociales. Paradójicamente, Venezuela entraba al siglo XXI sumida en la más terrible de las situaciones materiales, traducidas en una pauperización cada vez mayor de la calidad de vida de todos y todas. El relato invariable de la nación había convencido a la sociedad de que existía un derecho inalienable a una riqueza que supuestamente emana como agua de manantial. Así mismo, la comunidad imaginada iba creando geografías de resistencia y patrones de colectivización capaces de darle forma a una nueva narrativa anclada en el trabajo, la solidaridad y el patriotismo.

        Pero si hay algo que debe reconocérsele al rentismo y a su narrativa cultural –clientelismo y patriarcalismo- es que penetró con suma eficiencia al cuerpo nacional.  En esto jugo un papel central la tesis neoliberal, como señala el filósofo camerunés Achile Embembe: “para ser moderno se debe ser neoliberal”. En ese orden de ideas, la arquitectónica del poder derivada de la movilización popular y de la nueva institucionalidad no tendría únicamente como fin derribar al viejo Estado criollo-neoliberal y saldar la deuda histórica social, sino especialmente, alentar la emergencia de condiciones históricas propicias para la configuración de un nuevo tejido solidario capaz de responder con nuevas estrategias de resistencia al poder imperialista de la globalización[8].

        

        Ante una nueva economía de las exigencias sociales y de los derechos consagrados en el texto constitucional, el presidente Chávez alentó la gestación de un nuevo tejido institucional: las misiones sociales. El genio de las misiones no radica en su capacidad estadísticamente verificable de elevar los niveles de felicidad del pueblo, sino, en constituirse en espacios contrahegemónicos. Las misiones son por tanto, la resistencia necesaria frente al poder constituido, no solo al de carácter imperial, sino también, a las pretensiones del mismo poder nacional de conservarse en formas antipopulares.

        La superación del capitalismo rentístico y la transición hacia el socialismo no solo es un tema referido a las estructuras económicas, es uno que se desparrama a las formas en que se cuenta la nación. Las misiones, deben resistir a la intención manifiesta de reducirlas a una función dignificadora, y acudir en el apoyo mutuo de la microfísica del poder a una labor narrativa que asegure el reconocimiento de todos, de inclusión social, de pintar a la nación con los lápices del mestizaje, de alentar nuevas epistemologías y prácticas sociales capacees de superar la colonialidad del saber. Solo así, el hasta entonces relato invariable puede transustanciarse hacia otro, transmoderno y popular, instalador de un nuevo regímenes de verdades

LECTURA 2: LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA. EDUARDO GALEANO (MOMENTO Nº 3- LECTURA COMPLEMENTARIA).

Este escrito crítico y reflexivo que se  nos presenta se sumerge en  develar los dispositivos que se activan desde la puesta en desarrollo del sistema capitalista en  los países Latino Americanos. Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra

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