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La Práctica Educativa

miriamasd3 de Febrero de 2015

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1. La práctica educativa.

Unidades de análisis

Antoni Zabala Vidiella

Objetivo: mejorar la práctica educativa

Uno de los objetivos de cualquier buen profesional consiste en ser cada vez más competente en su oficio. Esta mejora profesional generalmente se consigue mediante el conocimiento y la experiencia: el conocimiento de las variables que intervienen en la práctica y la experiencia para dominarlas. La experiencia, la nuestra y la de los otros enseñantes. El conocimiento, aquél que proviene de la investigación, de las experiencias de los otros y de modelos, ejemplos y propuestas. Pero ¿cómo podemos saber si estas experiencias, modelos, ejemplos y propuestas son adecuados? ¿Cuáles son los criterios para valorarlos? Tal vez la respuesta nos la proporcionen los resultados educativos obtenidos por los chicos y las chicas. Pero ¿con esto basta? Porque, en este caso, ¿a qué resultados nos referimos? ¿A los mismos para todos los alumnos independientemente del punto de partida? ¿Y teniendo o sin tener en cuenta los condicionantes que nos encontramos y los medios de que disponemos?

Al igual que el resto de profesionales, todos nosotros sabemos que de las cosas que hacemos algunas están muy bien hechas, otras son satisfactorias y algunas seguramente se pueden mejorar. El problema radica en la propia valoración. ¿Sabemos realmente qué es lo que hemos hecho muy bien, lo que es satisfactorio y lo que es mejorable? ¿Estamos convencidos de ello? ¿Nuestros compañeros harían la misma valoración? O, por el contrario, ¿aquello que para nosotros está bastante bien para otra persona es discutible, y tal vez aquello de lo que estamos más inseguros es plenamente satisfactorio para otra persona?

Probablemente la mejora de nuestra actividad profesional, como todas las demás, pasa por el análisis de lo que hacemos, de nuestra práctica y del contraste con otras prácticas. Pero seguramente la comparación con otros compañeros no será suficiente. Así pues, ante dos o tres posiciones antagónicas, o simplemente diferentes, necesitamos criterios que nos permitan realizar una evaluación razonable y fundamentada.

En otras profesiones no se utiliza únicamente la experiencia que da la práctica para la validación o explicación de las propuestas. Detrás de la decisión de un campesino sobre el tipo de abonos que utilizará, de un ingeniero sobre el material que empelará o de un médico sobre el tratamiento que recetará, no hay sólo una confirmación en la práctica, ni se trata exclusivamente del resultado de la experiencia; todos estos profesionales disponen, o pueden disponer, de argumentos que fundamenten sus decisiones más allá de la práctica. Existen unos conocimientos más o menos fiables, más o menos contrastables empíricamente, más o menos aceptados por la comunidad profesional, que les permiten actuar con cierta seguridad. Conocimientos y saber que les posibilitan dar explicaciones que no se limitan a la descripción de los resultados: los abonos contienen sustancias x que al reaccionar con sustancias z desencadenan unos procesos que...; las características moleculares de este metal hacen que la resistencia a la torsión sea muy superior a la del metal z y por lo tanto...; los componentes x del medicamento z ayudarán a que la dilatación de los conductos sanguíneos produzca un efecto que...

¿Los enseñantes disponemos de dichos conocimientos? o dicho de otro modo, ¿tenemos referentes teóricos validados en la práctica que pueden no sólo describirla, sino también explicarla, y que nos ayuden a comprender los procesos que en ella se producen? (Por cierto: ¿por qué a los educadores nos produce tanto respeto hablar de teoría?). Seguramente la respuesta es afirmativa pero con unas características diferentes: en la educación no existen marcos teóricos tan fieles y contrastados empíricamente como en muchas de las otras profesiones. Pero me parece que en estos momentos el problema no consiste en si tenemos o no suficientes conocimientos teóricos; la cuestión es si para desarrollar la docencia hay que disponer de modelos o marcos interpretativos.

Algunos teóricos de la educación a partir de la constatación de la complejidad de las variables que intervienen en los procesos educativos, tanto en número como en grado de interrelaciones que se establecen entre ellas, afirman la dificultad de controlar esta práctica de una forma consciente. En la clase suceden muchas cosas a la vez, rápidamente y de forma imprevista, y durante mucho tiempo, lo cual hace que se considere difícil, cuando no imposible, el intento de encontrar pautas o modelos para racionalizar la práctica educativa.

En este sentido, Elliot (1993) distingue dos formas muy diferentes de desarrollar esta práctica:

a) El profesor que emprende una investigación sobre un problema práctico, cambiando sobre esta base algún aspecto de su práctica docente. En este caso el desarrollo de la comprensión precede a la decisión de cambiar las estrategias docentes.

b) El profesor que modifica algún aspecto de su práctica docente como respuesta a algún problema práctico, después de comprobar su eficacia para resolverlo. A través de la evaluación, la comprensión inicial del profesor sobre el problema se modifica y cambia. Por lo tanto, la decisión de adoptar una estrategia de cambio precede al desarrollo de la comprensión. La acción inicia la reflexión.

Elliot considera que el primer tipo de profesor constituye una proyección de las inclinaciones académicas sobre el estudio del pensamiento de los profesores, que suponen que existe una actuación racional en la cual se seleccionan o escogen las acciones sobre la base de una contemplación desvinculada y objetiva de la situación; marco teórico en el que se puede separar la investigación de la práctica. Para el autor, el segundo tipo representa con más exactitud la lógica natural del pensamiento práctico.

Personalmente, creo que un debate sobre el grado de comprensión de los procesos educativos, y sobre todo del camino que sigue o tiene que seguir cualquier educador para mejorar su práctica educativa, no puede ser muy diferente al de los otros profesionales que se mueven en campos de notable complejidad. Si entendemos que la mejora de cualquiera de las actuaciones humanas pasa por el conocimiento y el control de las variables que intervienen en ellas, el hecho de que los procesos de enseñanza/aprendizaje sean extremadamente complejos -seguramente más complejos que los de cualquier otra profesión- no impide sino que hace más necesario que los enseñantes dispongamos y utilicemos referentes que nos ayuden a interpretar lo que sucede en el aula. Si disponemos de conocimientos de este tipo, los utilizaremos previamente al planificar, en el mismo proceso educativo, y, posteriormente, al realizar una valoración de lo acontecido. La poca experiencia en su uso consciente, la capacidad o la incapacidad que se pueda tener para orientar e interpretar, no es un hecho inherente a la profesión docente, sino el resultado de un modelo profesional que en general ha obviado este tema, ya sea como resultado de la historia o de la debilidad científica. Debemos reconocer que esto nos ha impedido dotarnos de los medios necesarios para movernos en una cultura profesional basada en el pensamiento estratégico por encima del simple aplicador de fórmulas heredadas de la tradición o la última moda.

Nuestro argumento, y el de este libro, consiste en una actuación profesional basada en el pensamiento práctico, pero con capacidad reflexiva. Sabemos muy poco, sin duda, acerca de los procesos de enseñanza/aprendizaje, de las variables que intervienen en ellos y de cómo se interrelacionan. Los propios efectos educativos dependen de la interacción compleja de todos los factores que se interrelacionan en las situaciones de enseñanza: tipo de actividad metodológica, aspectos materiales de la situación, estilo del profesor, relaciones sociales, contenidos culturales, etc. Evidentemente, nos movemos en un ámbito en el cual los modelos explicativos de causa-efecto son inviables. Seguramente nuestro marco de análisis debe configurarse mediante modelos más próximos a la teoría del caos -en la cual la respuesta a unos mismos estímulos no siempre da los mismos resultados- que en modelos mecanicistas. Sin embargo, en cualquier caso, el conocimiento que tenemos hoy en día es suficiente, al menos, para determinar que hay actuaciones, formas de intervención, relaciones profesor-alumnos, materiales curriculares, instrumentos de evaluación, etc, que no son apropiados para lo que pretenden.

Necesitamos medios teóricos que contribuyan a que el análisis de la práctica sea verdaderamente reflexivo. Unos referentes teóricos, entendidos como instrumentos conceptuales extraídos del estudio empírico y de la determinación ideológica, que permitan fundamentar nuestra práctica; dando pistas acerca de los criterios de análisis y acerca de la selección de las posibles alternativas de cambio. En este libro intentaremos concretarlo en dos grandes referentes: la función social de la enseñanza y el conocimiento del cómo se aprende. Ambos como instrumentos teóricos facilitadores de criterios esencialmente prácticos: existen modelos educativos que enseñan unas cosas y otros que enseñan otras, lo cual ya es un dato importante. Existen actividades de enseñanza que contribuyen al aprendizaje, pero también existen actividades que no contribuyen de la misma forma, lo cual es otro dato a tener en cuenta. Pues bien, estos datos, aunque a primera vista pueden parecer insuficientes, nos van a permitir entender mejor la práctica en el aula.

Las variables que configuran la práctica educativa

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