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Marco Teorico

jashibela24 de Julio de 2012

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Ciencia y fe: nuevas perspectivas

Mariano Artigas

Versión en castellano de: M. Artigas, «Science et foi. Nouvelles perspectives», en: Après Galilée. Science et foi: nouveau dialogue, sous la direction du cardinal Paul Paupard, Desclée de Brower, Paris 1994, pp. 199-214.

Suele reconocerse en la actualidad que ciencia y fe representan dos perspectivas diferentes, y que los eventuales conflictos entre ellas responden a intromisiones ilegítimas que siempre se podrán evitar. Por tanto, su coexistencia pacífica parece asegurada. Pero, ¿deberemos contentarnos con una separación que equivaldría a una ignorancia mutua, o por el contrario, es posible integrar armónicamente esos dos ámbitos? Este es uno de los retos principales de nuestra época.

De hecho, se habla con frecuencia de «cuestiones fronterizas» entre ciencia y fe, lo cual sugiere la existencia de temas comunes y la posibilidad de una colaboración positiva. Sin embargo, esa colaboración sólo será posible si existen puentes entre el mundo de la ciencia y el de la fe. Mis reflexiones se centran en torno a la existencia de esos puentes1.

La racionalidad de la naturaleza

Nadie cree hoy en día que la ciencia pueda solucionar todos los problemas. El cientificismo optimista es una reliquia de museo. Encontramos un claro ejemplo de esta situación en Paul Davies, quien después de escribir en su último libro: «siempre he deseado creer que la ciencia puede explicar todo, al menos en principio», añade: «pero incluso si se descartan los sucesos sobrenaturales, no está claro, a pesar de todo, que la ciencia pueda explicar todo en el universo físico. Permanece el viejo problema acerca del final de la cadena de explicaciones. Por mucho éxito que puedan tener nuestras explicaciones científicas, siempre incluyen algunos supuestos en su punto de partida... Por tanto, las cuestiones últimas siempre permanecerán más allá del alcance de la ciencia empírica»2. La cita es especialmente significativa si se tiene en cuenta que Davies, físico y autor de veinte libros que han alcanzado amplia audiencia, no admite la existencia de un Dios personal, y en uno de sus anteriores libros afirmaba que la ciencia proporciona un camino hacia Dios más seguro que el de la religión3.

La alusión a los supuestos de la ciencia es importante, y Davies la desarrolla con mayor amplitud en los siguientes términos: «El éxito del método científico para descubrir los secretos de la naturaleza es tan sorprendente que puede impedirnos advertir el milagro mayor de todos: que la ciencia funciona. Incluso los científicos normalmente dan por supuesto que vivimos en un cosmos racional y ordenado, sujeto a leyes precisas que pueden ser descubiertas por el razonamiento humano. Sin embargo, por qué esto es así continúa siendo un atormentador misterio... El hecho de que la ciencia funcione, y funcione tan bien, apunta hacia algo profundamente significativo acerca de la organización del cosmos»4. Davies tiene razón. Entonces, la pregunta siguiente que debemos hacernos es: ¿hacia dónde apunta el éxito de la ciencia?

Davies afirma que la ciencia se apoya sobre «un supuesto crucial: que el mundo es a la vez racional e inteligible... Toda la empresa científica está construida sobre la suposición de la racionalidad de la naturaleza». Y añade: «Concedo que no se puede probar que el mundo es racional. Ciertamente es posible que, en su nivel más profundo, sea absurdo... Sin embargo, el éxito de la ciencia es al menos una fuerte evidencia circunstancial en favor de la racionalidad de la naturaleza»5.

En efecto, la actividad científica supone que la naturaleza es racional, inteligibible, cognoscible racionalmente, ordenada. No es caótica; consta de niveles jerarquizados de manera continua y gradual, y tanto cada uno de los niveles como las relaciones mutuas entre ellos responden a leyes. El progreso científico muestra que ese supuesto es verdadero. Puede afirmarse, más en concreto, que ese progreso retro-justifica, amplía y precisa los supuestos realistas que se refieren al orden natural6. Cuanto mayor es el avance de las ciencias, más amplio y preciso es nuestro conocimiento acerca del orden que caracteriza nuestro mundo.

La racionalidad de la naturaleza es una condición necesaria de la actividad científica, un supuesto que no puede ser justificado mediante los métodos científicos pero que resulta indispensable para la existencia de la ciencia. El progreso científico no elimina ese supuesto; por el contrario, muestra su adecuación y amplía su alcance. Por tanto, la racionalidad de la naturaleza constituye un puente entre la ciencia y las preguntas últimas acerca del sentido. El puente puede ser ampliado si consideramos, como lo haremos a continuación, los conocimientos que proporciona la ciencia actual acerca de la organización de la naturaleza.

Una nueva cosmovisión

Por vez primera en la historia, disponemos de una cosmovisión científica que es completa y rigurosa. La imagen actual de la naturaleza no es completa en el sentido de que nada quede por descubrir; sin embargo, es completa en otro sentido más interesante: se extiende a todos los niveles, desde el microfísico hasta el astrofísico, pasando por el geológico e incluyendo el nivel más importante de todos, el de los vivientes. Además, no sólo conocemos muchas leyes en cada nivel, sino también leyes que relacionan unos niveles con otros. La naturaleza se nos muestra como un verdadero sistema que abarca niveles de organización progresiva, de tal manera que los superiores incluyen a los inferiores y los superan.

¿No es exagerado afirmar que nos encontramos en una situación privilegiada con respecto a nuestros predecesores, y que disponemos por vez primera de una cosmovisión completa y unitaria? No lo es, e incluso es fácil comprender por qué esa afirmación es correcta. Las ciencias adoptan perspectivas parciales. Su progreso, desde el siglo XVII, se ha realizado formulando teorías particulares en los ámbitos de la astronomía, la mecánica, la óptica, el electromagnetismo, la teoría atómica, la física de partículas subatómicas, la biología molecular y otros. Hemos ido ascendiendo por una larga escalera, paso a paso, un escalón tras otro. Por fin, en la actualidad disponemos de una perspectiva que hasta ahora resultaba inaccesible y que nos permite relacionar entre sí las diferentes facetas de la naturaleza7.

Nos encontramos verdaderamente en una situación muy ventajosa con respecto a quienes nos han precedido. No se trata sólo de un mayor cúmulo de conocimientos, sino de algo realmente nuevo: disponemos, por vez primera, de una imagen de la naturaleza que es coherente, unitaria, completa y rigurosa. Este hecho está cargado de interesantes implicaciones. Por ejemplo, la imagen mecanicista, que se presentó durante varios siglos como la imagen científica del mundo, ha sido sustituida por una representación mucho más rica e interesante. Pueden mencionarse, en este contexto, la teoría de sistemas y las teorías morfogenéticas.

La teoría de sistemas, propuesta por Ludwig von Bertalanffy, completa la perspectiva mecanicista con factores holísticos y direccionales: los sistemas no son una simple agregación de los componentes, ya que poseen propiedades holísticas que pertenecen al sistema como una totalidad. En este contexto se habla de propiedades emergentes, que no se reducen a las que existen en los niveles inferiores. Además, el holismo implica que los componentes actúan de modo cooperativo; en este sentido manifiestan una direccionalidad, de tal modo que asistimos a una cierta rehabilitación del concepto de finalidad, que parecía desterrado del ámbito científico.

Las teorías morfogenéticas estudian la génesis de nuevas formas. Existen varias teorías de este tipo, y no sólo en el nivel biológico, sino también en el físico-químico. La termodinámica de procesos irreversibles, también denominada termodinámica no-lineal o de procesos lejos del equilibrio, formulada por Ilya Prigogine, permite comprender cómo pueden surgir estructuras de mayor orden a partir de estados de menos orden. La sinergética de Hermann Haken estudia cómo surgen nuevas cualidades y estructuras a partir de fenómenos cooperativos. En una línea semejante se sitúan la teoría de catástrofes de René Thom y las recientes teorías del caos determinista8.

Estas teorías tienden puentes entre el nivel físico-químico y el biológico, y se encuentran en la base de los nuevos planteamientos acerca de la auto-organización de la materia. Está cada vez más claro que la materia no es algo meramente pasivo e inerte, sino que posee un dinamismo propio y unas tendencias que explican la formación de las entidades naturales9.

El despliegue del dinamismo natural

La naturaleza puede ser caracterizada en función de dos aspectos básicos que se encuentran íntimamente entrelazados: el dinamismo y la estructuración10. En efecto, los conocimientos actuales muestran que la materia posee un dinamismo propio en todos sus niveles; sólo es inerte bajo ciertas perspectivas, y lo estático corresponde a equilibrios dinámicos que se producen en circunstancias particulares. Además, la naturaleza ya no aparece como regida por unas leyes que sólo la afectarían de modo externo. La cosmovisión actual está centrada en torno a las «pautas» o patrones («patterns»), que se forman de modo espontáneo en todos los niveles. La morfogénesis no es un fenómeno exclusivo de los vivientes; el nivel físico-químico se encuentra lleno de «tendencias» hacia pautas concretas.

En este contexto, la naturaleza (en el sentido clásico de lo natural-físico o material) puede caracterizarse mediante el entrelazamiento de un dinamismo propio

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