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No Has Muerto, Malinche


Enviado por   •  21 de Agosto de 2014  •  1.683 Palabras (7 Páginas)  •  151 Visitas

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“Del mar los vieron llegar mis hermanos emplumados.

Eran los hombres barbados, de la profecía esperada…”

(Amparo Ochoa)

Fiel a la rutina que cumplía desde hacía dos años, Ángela Clarke salió muy temprano de la preciosa y antiquísima casa que les había designado el Director. Como siempre ocurría a fines de enero, hacía mucho frío y nada iba a cambiar esa condición. Sus dos hijas adolescentes -e inglesas- aún desayunaban y no tenían intención alguna de acompañarla, aunque un rato después harían su mismo camino. Atravesó la calle y en tres minutos estuvo a las puertas del monumental colegio donde su marido -adulto e inglés- dirigía el Departamento de Lenguas de origen latino. A través de él había logrado ser contratada para impartir algunas horas de español en el aristocrático establecimiento.

Ángela era chilena, morena, pequeña y delgada. En Chile había nacido y vivido durante 24 años. En Chile había conocido a Robert Clarke. Ella, profesora de Castellano; él, rector de un colegio inglés con nombre mapuche. En Chile había decidido seguir a ese hombre del que nada sabía, y dejar a su numerosa familia que, en medio del bullicio de la despedida, ni se enteró de qué porte era la herida que le estaba desgarrando el corazón.

Antes de dirigirse al laboratorio de idiomas quiso verificar si en su correo electrónico habría alguna información que le cambiara el color a ese día grisáceo y repetido. Tres mensajes nuevos y un spam. Sin pensarlo demasiado, pinchó el nombre de su hermana más querida. La Florencia, como siempre, había titulado el “asunto” con vulgaridades que le alegraban el momento. Se dispuso, entonces, a leer con cierta urgencia:

“Querida hermana:

¡Qué quieres que te diga! La producción que hicimos para hacer a ustedes, los Clarke, el favor de recibirles a un amigui, fue tremenda. Los niños practicaron toda clase de expresiones idiomáticas y nuestro padre sacó a relucir su inglés de doctorado en Oxford. Benjamín echó las patas comprando exquisiteces para agasajar al gringo, pero todo terminó en una charada, hermanita, porque tu familia chilena traduce a la pata de la letra. El único sobreviviente de estos enredos fue tu cuñadito Hernán, porque has de saber que mi marido cree que porque hizo un semestre en el Británico y durmió con una tal Zoe tres meses seguidos, conoce lo que es el ser británico, desde la isla toda, hasta las colonias en América y las bases antárticas…”

Miró la hora en un viejo reloj que vigilaba la historia del mundo desde la pared de esa magnífica sala de profesores, donde sobraban las comodidades y escaseaban las conversaciones. En diez minutos tenía que estar recibiendo a los alumnos inscritos en su asignatura, y el laboratorio estaba más o menos cerca. A pesar del agradable calor artificial que templaba el lugar, Ángela empezó a sentir que la piel se le enfriaba con rapidez. ¿A qué se refería su hermana? ¿Qué “amigui”? Ni siquiera conocía esa expresión.

“…con letrero en mano esperamos, cagaos de la risa. Si hubieras visto a nuestro padre saludando a cuanto hueón aparecía con maletas de suela y ojos azules, gritando a todo chancho: "I am Otto Cid, abogado, escritor, profesor universitario, magíster en Literatura comparada” y otras mentiras. Admiro la capacidad de este viejo para aumentarse el currículum en cosa de minutos, sin ningún pudor. Cuando por fin dimos con un tal Nick, él reaccionó como si le hubieran puesto Pentotal sin su consentimiento. No entendía qué mierda estábamos haciendo ahí ni quiénes éramos. En todo caso regio él, educado y amoroso...”

¿Nick? ¿Cuál Nick? ¿Nick Jefrries? ¿La Flora se estaba refiriendo a ese hijo de puta que se había dedicado a hacerle la vida más amarga todavía? No podía ser. ¿Qué hacía ese desgraciado en Chile? En realidad, si lo pensaba, no lo había visto en el colegio desde comienzos de diciembre. Tampoco le importaba. Menos le habría preguntado a su marido por él. Rob sabía que Nick, el profesor más odiado por los alumnos del Cranleigh School, había desafiado públicamente al directorio del colegio, por permitir que “extranjeros de raza oscura” -así llamaba a los sudamericanos- impartieran clases en una institución de “prestigio internacional”, como insistía en asegurar.

Desde que Ángela le fue presentada, Jefrries había comenzado a hostilizarla sin piedad. No devolvía su saludo, influía en los demás para que no la invitaran a participar

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