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PEDAGOGIA NO DIRECTIVA

VARGAS7726 de Noviembre de 2012

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PEDAGOGÍA NO DIRECTIVA

El buen educador necesita saber transmitir, saber relacionarse. Hay muchos tipos de relación: autoritaria, democrática, libertaria, autogestionaria, etc. ¿Cuál es la mejor? La pedagogía tradicional era intelectualista, directiva, autoritaria, individualista... Modernamente hay muchas corrientes de signo contrario1. Existe también la no directividad de Carl Rogers, en la que nos vamos a centrar2.

Respecto de Rogers, hay que dejar bien claro lo siguiente: 1) Que la expresión no directividad (la que todos usamos) es poco acertada; sugiere rechazo de todo magisterio y autoridad, distanciamiento o desinterés, permisividad3. Pero lo que Rogers propone es «centrarse en el cliente», en el sujeto: propone cercanía, presencia auténtica, valiosa y difícil, puesta al servicio de la autenticidad y crecimiento del otro, por sí mismo y desde dentro. 2) Que muchísimo más que las técnicas y métodos, importa una determinada visión de las cosas (el hombre, la maduración, la educación) y la implicación profunda y personal en las actitudes correspondientes. 3) Que Rogers se mueve dentro de los límites de la experiencia psicoterapéutica (de la que prescindiremos) y de la pedagogía, que también le apasionó. No es filósofo ni mucho menos teólogo (no trata de la estructura metafísica de la persona, ni del sentido último de la vida, del dolor y la muerte).

La no directividad debe modularse según la edad y las circunstancias; es una orientación, una utopía nunca plenamente alcanzable. Esto supuesto, nos vamos a plantear dos cuestiones: ¿Qué interrogantes y aportaciones ofrece Rogers a la educación? ¿Tiene algo que ver todo esto con la educación de la fe?

I. La pedagogía centrada en la persona

En toda educación hay contenidos (tomados en sentido muy amplio); pero lo más importante no es su transmisión, sino su asimilación por el receptor, es decir, el tipo de relación viva que el sujeto establece con dichos contenidos.

1. EL SUJETO DE LA EDUCACIÓN. Para Rogers, la enseñanza es insuficiente, sobre todo en nuestro mundo cambiante. Lo decisivo es estar abiertos al cambio, aprender a aprender, enfrentarse con lo nuevo. O sea, lo más importante no es la enseñanza, sino el aprendizaje; un aprendizaje significativo, auténtico; no el que da saberes, sino el que produce cambios en las actitudes y en la conducta. Se logra mediante la práctica. Es más fácil si uno mismo lleva la responsabilidad del proceso. Y es más perdurable cuando abarca toda la persona (afectividad, intelecto, compromiso personal). La autoevaluación (en vez de la ajena) favorece la independencia, la creatividad y la confianza en uno mismo. Un aprendizaje así no es una preparación para la vida; es la vida misma. Se «aprende siendo y haciendo y, en mi opinión, este es el mejor tipo de aprendizaje» (Libertad y creatividad en la educación [LCE], 156).

Con este aprendizaje se busca (fin de la educación y de la no directividad) ayudar a los individuos a tener iniciativas y hacerse responsables de sus propias acciones; capacidad de elección y autodirección inteligentes; aprender críticamente; adquirir conocimientos relevantes para la resolución de problemas; flexibilidad e inteligencia ante situaciones problemáticas nuevas; capacidad de cooperar eficazmente con los demás y de trabajar no por obtener la aprobación ajena, sino en función de los propios objetivos socializados. La iniciativa la tiene el educando. Este aprendizaje es algo preparado no para él, sino por él. Tiene que pasar de destinatario a protagonista.

La madurez consiste en llegar a funcionar libremente con todas las potencialidades del propio organismo; comprometerse de manera total en el proceso de ser uno mismo más plenamente. La consecuencia principal es la creatividad: maduro es el que aprende siempre a aprender; no es adaptado ni conformista; no sigue ningún modelo rígido de conducta; evoluciona de continuo.

El dinamismo y la garantía del aprendizaje significativo radican en una visión altamente positiva del hombre: el hombre merece confianza; la naturaleza humana es fidedigna; se puede confiar en el educando, en su dinamismo de crecimiento y transformación, porque, si se dan las circunstancias debidas, él mismo se motiva, fija sus objetivos, se organiza y se evalúa; si está en contacto efectivo con la vida, desea aprender, quiere madurar, descubrir, crear.

Este optimismo de Rogers se basa en que el proceso humano de valoración es obra de la persona entera: «tiene una base organísmica», es parte del proceso vital de cualquier organismo sano, que recibe realimentación desde el exterior y adapta continuamente su conducta y sus reacciones, para lograr su autoenriquecimiento. La persona psicológicamente madura confía en la sabiduría de su organismo; tiene presente que «sus sentimientos e intuiciones pueden resultar más sabios que su mente. Confía en la totalidad de su ser» (LCE 188).

Pero todo esto requiere una condición previa, la libertad de experiencia: que el individuo esté abierto a sus vivencias más íntimas y personales, a sus reacciones y sentimientos (aunque sean negativos). Esta receptividad no es fácil. Para lograrla es buena ayuda una relación humana de calidad, como veremos.

En la persona madura, el criterio de valoración se centra en la propia experiencia; es flexible y diferenciado; está abierto a las informaciones provenientes de fuentes externas diversas, «las toma como lo que son —pruebas ajenas a su experiencia— y que no son tan importantes como sus propias reacciones» (LCE 187). Para ella, lo valioso es lo que enriquece su yo y lo hace más completo y desarrollado. «Esto puede parecer un criterio algo mezquino y asocial, pero está comprobado que no es así, puesto que las relaciones profundas y de colaboración con los demás se viven como realizadoras del yo» (LCE 188). Ciertamente nos podemos equivocar. Pero quien está abierto a la realidad y a sus propios sentimientos y experiencias puede corregir sus errores. Cuando el ser humano es internamente libre de elegir sus valores, tiende a valorar lo que contribuye a la supervivencia, al crecimiento y desarrollo de sí mismo y de los demás. «Para mí, esta es una conclusión ineludible de más de 30 años de experiencia en psicoterapia» (LCE 215).

2. PRESENCIA DEL EDUCADOR. ¿Huelga, pues, todo educador? No. El educador no es inútil ni es un mal menor ni un bien peligroso. Puede desempeñar una valiosa labor de facilitación aportando recursos que ayuden al grupo a lograr sus objetivos —libros, métodos, materiales, cursos, el contacto con personas bien preparadas y, especialmente, sus propios saberes y posibilidades y, sobre todo, ofreciendo una relación humana de gran calidad, creadora del clima adecuado para que el educando realice un aprendizaje significativo, es decir, transformador de la propia persona (el clima influye decisivamente en la cantidad y, más aún, en la calidad del aprendizaje). Para ello, el educador debe poseer y hacer experimentar al otro tres cualidades básicas: 1) Autenticidad o congruencia consigo mismo y con los demás. Que el educador sea él mismo; que sea persona, no personaje o cumplimiento de un deber o una función. Resulta más difícil de lo que parece. Pero «es más constructivo ser auténtico que pseudoempático o tratar de parecer interesado» (LCE 97). Sin embargo, no se trata de juzgar a los otros ni de proyectar sobre ellos las vivencias que deberían tener; se trata de compartir humildemente, con los demás, los propios sentimientos. «El factor más importante del éxito es la autenticidad» (LCE 163). Autenticidad es también negarse a funcionar de modo desagradable (no basta obrar porque «hay que hacerlo»). 2) Aceptación incondicional del otro, aprecio, confianza. Aceptar al educando tal como es, dejar que exprese libremente sus sentimientos y actitudes, sin condenarlo ni juzgarlo; planear las actividades del aprendizaje con él y no sólo para él. Apreciar al educando, sus sentimientos, sus opiniones y toda su persona. Aceptarlo como persona independiente, con derechos propios. Confiar en él, como expresión de la confianza en la capacidad del ser humano. 3) Empatía o comprensión empática. Empatía es comprender al otro desde su punto de vista, aunque sin abandonar la propia visión de las cosas. Es el mejor índice de madurez psicológica; sólo quien está seguro de su identidad puede ver, comprender y apreciar a los demás como únicos y diferentes.

En síntesis: el educador crea el clima inicial; ayuda a despertar y esclarecer los propósitos individuales y los objetivos generales; confía en el grupo; ofrece una variada gama de recursos para el aprendizaje; tiende gradualmente a ser miembro activo del grupo y expresa sus propias opiniones, como los demás.

3. FUNDAMENTOS E IDEAS BÁSICAS. 1) Ante todo, la propia experiencia del educador, «corriendo el riesgo de ensayarlo» (LCE 99). Rogers comenzó su carrera convencido de que «se debe manejar a los individuos para su propio bien»; pero la experiencia le fue mostrando que la autenticidad, la aceptación y la empatía eran mucho más constructivas. Rogers aduce múltiples experiencias positivas, tanto personales como ajenas (a nivel primario, de college y de doctorandos; cf LCE 19-31, 32-53 y 54-85 respectivamente). 2) El hombre que se siente aceptado sin condiciones va acogiendo más y más su experiencia profunda, sus reacciones y sentimientos, sin necesidad de negarlos ni distorsionarlos para defender, a todo trance, la imagen que tiene de sí mismo. Y con esta nueva percepción del yo va cambiando su conducta. 3) Si el facilitador crea un clima que disminuya las defensas, en el grupo aumenta la expresión de los sentimientos; surge la confianza mutua;

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