Perdida De Valores En Los Adolescentes
jordy194723 de Enero de 2013
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Republica bolivariana de Venezuela
Ministerio del Poder popular para la Educación
U.E Ymca “Don Teodoro Gubaira”
Edo – Carabobo / Valencia17-01-2013
Pérdida de valores y costumbres en los adolescentes. De la U.E. Ymca “Don Teodoro Gubaira”
Alumnos: Barbara Manzano
Elsy Urbina
Juelvimar Noguera
Virgilio Gonzales
Pérdida de valores y costumbres en los adolescentes.
La pregunta sobre la juventud y los valores morales es hoy un tema de gran actualidad, tal vez porque en las nuevas generaciones se muestran los primeros frutos de todo lo que nuestra civilización planta y cultiva. Superando así, por esta primera hipótesis, una lectura moralizante de la juventud, el tema nos remite a los factores múltiples que contribuyen a la formación de los valores morales y al desarrollo del comportamiento humano. De esta forma, analizar la crisis de los valores morales de la juventud será, en gran parte, analizar la crisis de los valores morales de nuestra sociedad en general.
En el presente análisis, el tema merece inicialmente un esclarecimiento conceptual que no constituye una mera introducción de presupuestos, pero ellos ya son señales sustanciales para una aproximación al tema. Hay dos aspectos fundamentales en este sentido: lo que sería adecuado entender cuando nos referimos a “valores morales”; y de que “juventud” estamos hablando, cuando nos preocupamos por su “crisis de valores morales”. La fuerte interrelación entre estos dos aspectos es una buena entrada para abordar el tema.
1.- De la moral vigente a la crisis de valores
En las introducciones a los tratados de moral, frecuentemente se hace una distinción pertinente entre “moral” y “ética”. El término ética, de origen griego, comprende el estudio crítico y propositivo del actuar humano en sus costumbres, actitudes y prácticas. Este concepto pasó al latín como moralia, usado por primera vez por Cicerón. Pero el término “moral”, sea como sustantivo, sea como adjetivo, llegó a nosotros con cierta ambigüedad. Pues se puede referir tanto al “conjunto de costumbres” dadas y establecidas en un grupo o sociedad como a los comportamientos concretos de las personas; como se puede decir respecto al aparato que estudia y propone críticamente el actuar humano en sus actitudes y prácticas. Sin perdernos en otras distinciones que pueden omitirse aquí, algunos pensadores llaman a la primera “moral vivida” y a la segunda “moral elaborada.
Pero con esta distinción se perfila otra ambigüedad enfatizada especialmente a partir de la teología de la liberación. Esta nos alerta por el hecho de que una moral puede ser elaborada a partir de sus propios presupuestos, costumbres y tradiciones, y por consiguiente, ser auto-justificadora y legitimadora de los valores establecidos en el propio grupo o sociedad. Una moral intrasistémica, como algunos la denominan. Ante esto, existe hoy una preferencia a reservar el término “moral” para referirse a costumbres, comportamientos, actitudes y valores establecidos. Y el término ética, está reservado para el estudio crítico-propositivo del actuar humano en sus costumbres, actitudes y prácticas, usando en este estudio una metodología y los criterios adecuados para superar la mera auto-justificación de lo que ya está establecido moral.
¿Pero todo esto qué tiene que ver con nuestro tema? Tiene mucho que ver porque, cuando nos preocupamos por la crisis de los valores morales de la juventud, generalmente estamos impactados por un cambio de conductas que chocan de algún modo con nuestras referencias establecidas. Este cambio altera las formas del vivir que es lo que genéricamente llamamos “valores” como son la libertad, responsabilidad, fidelidad, amistad, sexualidad, autonomía; y por otra parte, altera también la jerarquía o el orden de importancia de estos valores. El cambio se llama “crisis de valores” y la crisis es frecuentemente entendida en un sentido ético negativo.
La distinción entre moral y ética nos ayuda a percibir que aquí se procesa una crisis de costumbres y comportamientos; esta crisis exige una evaluación crítico-propositiva. La moral vigente está en crisis. No se puede, sin embargo, pasar sumariamente de la crisis a una evaluación negativa. Una crisis también puede ser benéfica, y una juventud anterior a la “crisis de valores” no quiere necesariamente decir que es una juventud éticamente mejor. La inseguridad ante lo nuevo ayuda a ver los nuevos escenarios de una manera pesimista, mientras la seguridad de los valores establecidos lleva a añorar el pasado. Realmente una comparación del comportamiento ético del pasado y del presente será siempre difícil. Y además es, de poca utilidad, si se reduce a una mera comparación. La ética, al asumir las preguntas sobre el deber ser, se coloca ante todo delante de la tarea de proyectar críticamente la vida dentro de los nuevos factores y las situaciones dadas. Por esta razón tiende más a dar lecciones del pasado, que establecer comparaciones entre el pasado y el presente.
Ante los cambios de los valores morales de la juventud, se puede tener una preocupación simplemente verificativa y fenomenológica. Un camino fácil para eso es analizar las conductas. Pero, en la profundización de la ética teológica como tal, a partir de los avances del Concilio Vaticano II, llaman la atención en la importancia de las actitudes que motivan los actos y las conductas humanas en la complejidad de la vida. En ellos se expresa con más propiedad el cualitativo ético de la acción humana. Cuando hablamos de “valor moral”, podemos incurrir en la misma ambigüedad que se origina con la confusión entre moral y ética. De hecho, pagando tributo fuerte a la ontologización de la moral, existe una costumbre de pensar en “los valores morales en sí mismos” y así fácilmente se imponen los valores conforme a un orden establecido.
La valoración ética de los valores tal vez deba pasar antes por la consideración y evaluación del horizonte de sentido y de significados que conducen nuestro actuar. Porque es allí donde se tejen los criterios para la construcción de los valores morales. Los Evangelios puede ser un ejemplo de esto: mientras Jesús propone un sentido de vida, altera consecuentemente el cuadro de valores establecido por la concepción farisaica legalista.
Así, la crisis de los valores morales de la juventud, para que sea adecuadamente pensada, exige una consideración de un conjunto más amplio de cambios en los significados de la vida, cambios que afectan a toda la sociedad contemporánea. Podemos decir que, a propósito del “mundo de los jóvenes” no se puede ver aislado de este conjunto. Los jóvenes “no se les puede entender si no es en el seno de la sociedad en que viven. La juventud actual condensa y refleja los problemas y conflictos de una sociedad compleja.
2.- La crisis de valores en los cambios de producción de la vida
Nuestra sociedad, como sabemos, pasa en líneas generales por el cedazo de grandes cambios. Pero éstos se vuelven más importantes, mientras más afectan el sentido y el significado de nuestra vida y de nuestras relaciones. De hecho, como humanos, nuestra vida se sostiene y se proyecta a través de los bienes de consumo, las relaciones y los significados. En gran parte, producimos los constitutivos de esta forma de sostenimiento de vida, como una gran construcción dinámica que desafía a las generaciones. Para entender el alcance del cambio de valores morales, parece muy útil considerar estas tres dimensiones estrechamente interrelacionadas en los que la vida humana se produce hoy.
La primera podría llamarse, aunque inadecuadamente, cambios de nuevas formas de producción de bienes de consumo y de servicios. Están comprendidos aquí los grandes avances tecnológicos que traen nuevos instrumentos de producción; instrumentos que permiten análisis avanzados de los seres y de los objetos, y al mismo tiempo que propician la creación de nuevos materiales y la reelaboración de sus dinamismos; se abren para una especie de conquista del macro-cosmos así como del micro-cosmos personal y el propio ser humano se descubre objetivo de un reprogramación. Estamos sobreentendiendo aquí las diferentes revoluciones industriales y postindustriales, particularmente la era de la informática en la que vivimos. El conocimiento tecnológico se vuelve una forma privilegiada de poder económico y político.
Una segunda estaría en la producción de relaciones humanas. Directamente relacionada con los cambios instrumentales, estarían aquí comprendidos los cambios profundos que resultan de las relaciones entre los seres humanos, sean grupos, clases, sociedades, individuos; y de los seres humanos con su ambiente. La globalización, en sus diferentes sentidos, sin duda también estaría aquí presente. Pero de modo altamente contrastante con el crecimiento de los recursos en la producción de bienes de consumo, experimentamos profundas desigualdades que desintegran, sin la posibilidad de ocultamiento, el panorama de nuestra civilización en el momento actual. La acumulación de bienes y las formas de poder producirlos agudiza las formas de pobreza y se vuelven en desigualdades profundas e incluso en exclusión de personas y pueblos de la red de relaciones.
Una tercera puede identificarse con la producción de sentido y de significado con que vemos las cosas, los seres vivos, a nuestros semejantes y a
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