Recta promoción de la cultura
iluminadogilipolTesis25 de Febrero de 2014
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CAPÍTULO II
Recta promoción de la cultura
53. Propio es de la persona humana el no llegar a un nivel de vida verdadera y plenamente humano sino mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores de la naturaleza. Luego, cuando se trata de la vida humana, naturaleza y cultura se hallan muy íntimamente unidas.
Con la palabra «cultura», en un sentido general, se entiende todo aquello con que el hombre afina y desarrolla sus múltiples cualidades de alma y de cuerpo: por su conocimiento y su trabajo aspira a someter a su potestad todo el universo; mediante el progreso de las costumbres e instituciones hace más humana la vida social, tanto en la familia como en la sociedad misma; finalmente, con sus propias obras, a través del tiempo, expresa, comunica y conserva sus grandes experiencias espirituales y sus deseos, de tal modo que sirvan luego al progreso de muchos, más aún, de todo el género humano.
Síguese de ahí que la cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico y social; y que el vocablo «cultura» muchas veces encierra un contenido sociológico y etnológico. En este sentido se habla de pluralidad de culturas. En efecto; del diverso modo de usar las cosas, de realizar el trabajo y el expresarse, de practicar la religión y dar forma a las costumbres, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar las ciencias y las artes y de cultivar la belleza, surgen las diversas condiciones comunes de vida y las diversas maneras de disponer los bienes para que sirvan a la vida. Y así, la continuidad de instituciones tradicionales forma el patrimonio propio de cada una de las comunidades humanas. Así también se constituye un ambiente delimitado e histórico, dentro del cual queda centrado el hombre de cualquier raza y tiempo, y del cual toma los bienes para promover la cultura humana y civil.
Sección I
Condiciones de la cultura en el mundo moderno
54. Las condiciones de vida del hombre moderno han cambiado tan profundamente en su aspecto social y cultural, que hoy se puede hablar de una nueva época de la historia humana 401 . De ahí el que se abran nuevos caminos para perfeccionar tal estado de civilización y darle una extensión mayor. Caminos, que han sido preparados por un avance ingente en las ciencias naturales y humanas e incluso sociales, por el progreso de la técnica y por el incremento en el desarrollo y organización de los medios de comunicación social entre los hombres. De ahí provienen las notas características de la cultura moderna: las llamadas ciencias exactas afinan grandemente el juicio crítico; los más recientes estudios psicológicos explican con mayor profundidad la actividad humana; las disciplinas históricas contribuyen mucho a que se consideren las cosas en lo que tienen de mudable y evolutivo; los modos de vida y las costumbres se van uniformando cada día más; la industrialización, el urbanismo y otros fenómenos que impulsan la vida comunitaria dan lugar a nuevas formas de cultura (cultura de masas), de las que proceden nuevos modos de pensar, de obrar y de utilizar el tiempo libre; y al mismo tiempo, el creciente intercambio entre las diversas naciones y grupos humanos, descubre cada vez más a todos y a cada uno los tesoros de las diferentes civilizaciones, desarrollando así, poco a poco, una forma más universal de la cultura humana, que promueve y expresa tanto mejor la unidad del género humano, cuanto mejor respeta las peculiaridades de las diversas culturas.
55. Cada día es mayor el número de hombres y mujeres que, sea cual fuere el grupo o la nación a que pertenecen, son conscientes de ser ellos los creadores y promotores de la cultura de su comunidad. Crece más y más, en todo el mundo, el sentido de la autonomía y, al mismo tiempo, el de la responsabilidad, lo cual es de capital importancia para la madurez espiritual y moral del género humano. Esto aparece aún más claro, si se piensa en la unificación del mundo y en la tarea que se nos ha impuesto de construir un mundo mejor sobre la verdad y sobre la justicia. De este modo somos testigos del nacimiento de un nuevo humanismo, en el que el hombre queda delimitado, ante todo, por su responsabilidad hacia sus hermanos y hacia la historia.
56. En esta situación nada extraño es que el hombre, al sentirse responsable, en el progreso de la cultura, alimente grandes esperanzas, pero al mismo tiempo mire con inquietud las múltiples antinomias existentes, que él mismo ha de resolver:
¿Qué cabe hacer para que la intensificación de las relaciones culturales que deberían conducir a un auténtico y provechoso diálogo entre los diversos grupos y naciones no perturbe la vida de las colectividades ni eche por tierra la sabiduría de los antepasados, ni ponga en peligro la índole propia de cada pueblo?
¿De qué modo se han de favorecer el dinamismo y la expansión de la nueva cultura, sin que por ello perezca la viva fidelidad al patrimonio de las tradiciones? Esto es de excepcional importancia allí donde una cultura, originada por el enorme progreso de las ciencias y de la técnica, se ha de armonizar con aquella cultura que se alimenta con los estudios clásicos, según las diversas tradiciones.
¿En qué modo la especialización, tan rápida y progresiva, de las ciencias particulares se puede armonizar con la necesidad de construir su síntesis y de conservar entre los hombres la capacidad de contemplar y de admirar, que conducen a la sabiduría?
¿Qué hacer para que todos los hombres del mundo participen en los bienes de la cultura, cuando precisamente la cultura de los especialistas se hace cada vez más profunda y más complicada?
¿De qué manera, finalmente, se podrá reconocer como legítima la autonomía que la cultura reclama para sí misma, sin caer en un humanismo meramente terrenal, más aún, contrario a la religión?
Ciertamente, en medio de todas estas antinomias, la cultura humana se debe hoy desarrollar de modo que perfeccione, con un ordenamiento justo, a la persona humana en toda su integridad y ayude a los hombres en los deberes, a cuyo cumplimiento todos están llamados, pero, de forma singular, los cristianos, unidos fraternalmente en una sola familia humana.
Sección II
Algunos principios relativos a la recta promoción de la cultura
57. Los cristianos, que peregrinan hacia la ciudad celestial, deben buscar y gustar las cosas de arriba 402 . Ello no disminuye, antes bien acrecienta, la importancia de su deber de colaborar con todos los hombres para la edificación de un mundo que se ha de construir más humanamente. Y, en realidad, el misterio de la fe cristiana les ofrece excelentes estímulos y ayudas para cumplir con más empeño tal misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de la actividad por la que, dentro de la vocación integral del hombre, la cultura humana adquiera el lugar eminente que le corresponde.
El hombre, en efecto, cuando cultiva la tierra con sus manos o con el auxilio de la técnica, para hacerla producir sus frutos y convertirla en digna morada de toda la familia humana, y cuando conscientemente interviene en la vida de los grupos sociales, sigue el plan de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra 403 y perfeccionar la creación, al mismo tiempo que se perfecciona a sí mismo; y, al mismo tiempo, cumple el gran mandamiento de Cristo, de consagrarse al servicio de sus hermanos.
También el hombre, siempre que se consagra a los variados estudios de filosofía, de historia, de ciencias matemáticas y naturales, o se ocupa en las artes, puede contribuir mucho a que la familia humana se eleve a conceptos más sublimes de verdad, bondad y belleza, así como a un juicio de valor universal, y así sea con mayor claridad iluminada por aquella admirable Sabiduría, que desde la eternidad estaba con Dios, formando con Él todas las cosas, recreándose en el orbe de la tierra y considerando sus delicias estar con los hijos de los hombres 404 .
Por esa misma razón, el espíritu humano, cada vez menos esclavo de las cosas, puede elevarse más fácilmente al culto y contemplación del Creador. Más aún; bajo el impulso de la gracia, se dispone a reconocer al Verbo de Dios, el cual, aun antes de hacerse carne para salvarlo todo y recapitularlo todo en Sí, ya estaba en el mundo como la verdadera luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,9) 405 .
Cierto es que el moderno progreso de las ciencias y de la técnica, que precisamente por causa de su método no pueden penetrar hasta la esencia de las cosas, puede conducir a cierto fenomenismo y agnosticismo, cuando el método de investigación usado en estas disciplinas se convierte, sin razón, en norma suprema para hallar toda la verdad. Más aún, existe el peligro de que el hombre, por su excesiva fe en los inventos modernos, crea bastarse a sí mismo y no trate ya de buscar cosas más altas.
Hechos deplorables, que no brotan necesariamente de la cultura contemporánea, ni deben llevarnos a la tentación de no reconocer ya sus valores positivos. Entre éstos se cuentan: el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a la verdad en las investigaciones científicas, la necesidad de colaborar con los demás en grupos técnicos especializados, el sentido de la solidaridad internacional, la conciencia, cada vez más viva, de la responsabilidad de los peritos en ayudar y, más aún, proteger a los hombres, la voluntad de lograr mejores condiciones de vida para todos, principalmente para quienes carecen de responsabilidad o de la debida cultura. Cosas todas éstas, que pueden aportar cierta preparación para recibir el mensaje del Evangelio; preparación, que recibirá su complemento con la divina caridad de Aquel que vino a salvar el mundo.
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