ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Un Plan Para Tres

cdelgadovaTrabajo20 de Noviembre de 2017

8.646 Palabras (35 Páginas)236 Visitas

Página 1 de 35

Un Plan Para Tres

Por

J.L. Tormo

[pic 1]


UNO

La calle estaba oscura y en silencio. Sólo un cigarro, al ser inspirado de vez en cuando, creaba pequeños instantes de luminosidad roja. El hombre que fumaba estaba quieto, observando la entrada de la calle que daba a una importante avenida de la ciudad, poco transitada debido a lo avanzado de la hora. De repente se sobresaltó al oír el sonido de unos tacones de mujer que se acercaban presurosos. Tras esperar un momento volvió al cigarrillo cuando entendió que no era quien esperaba. Una joven pasó rápidamente sin llegar a entrar en la calle. El hombre pensó que la tensión le estaba jugando una mala pasada, pues ellos deberían llegar en un automóvil y no andando.

Era evidente que todo este asunto le mantenía con los nervios de punta, tanto era así que había vuelto a fumar en los últimos días, cosa que no hacía desde que tenía veinte años. Pero la realidad es que se estaba jugando demasiado: su vida, millones de euros y a ella. “Si —pensó— los nervios son lógicos”.

Su determinación era clara: se quedaría con todo el dinero y a ella le ajustaría las cuentas cuando regresaran a Madrid, para después echarla definitivamente de su vida. Era cierto que, inicialmente, tras enterarse de la traición de la chica, se había planteado abandonar esta operación, y así se lo había comunicado a aquellos dos. Pero después de reflexionarlo, cuando consiguió tranquilizarse lo suficiente como para volver a pensar, tomó una decisión más inteligente; conocía el plan hasta el más mínimo detalle, así que si ellos eran capaces de ejecutarlo solos —lo cual estaba por ver—, él se quedaría con todo el premio. Pero si no lo conseguían, denunciaría a aquel tío a la policía y ella tendría sus correspondientes noticias suyas una vez que regresaran a Madrid.

Definitivamente la espera merecería la pena. Era cuestión de un poco de paciencia y otro poco de sangre fría.

Observó que le producía hondo malestar recordar cómo había empezado este asunto, pero desechando los pensamientos que llegaban a su mente, con un gesto silencioso, comprendió que sería mejor centrarse en el presente. Concentrarse en su objetivo y nada más. Contaba con la ventaja de la sorpresa pues ellos no le esperaban allí. No la desaprovecharía. Esta era la gran oportunidad de su vida.

DOS


El mar estaba tranquilo como siempre en esa época del año. Las olas rompían mansamente en la playa, y el hombre tumbado en la arena no pudo evitar fijarse en ella. La chica tendría treinta y tantos años –dedujo–, o quizá cuarenta. Era rubia, de piel clara y piernas largas y torneadas; y su bañador, que no biquini, parecía una elegante segunda piel que permitía intuir la curva de sus pechos. No obstante, al cruzar sus miradas por casualidad, descubrió que lo que más le llamaba la atención era la intensidad de su mirada azul. Desde entonces pensó en poseerla.

Al principio ni se dio cuenta de que había un joven que estaba sentado junto a la mujer. Cuando lo descubrió, pudo ver que se trataba de un tipo alto, musculado y moreno, y por cómo se relacionaba con ella dedujo que sería su pareja.

En un principio entendió que dadas las circunstancias debería olvidarla, pero al día siguiente la volvió a encontrar tomando un té en la barra del bar del hotel donde pasaba unos días, y la intención de olvidarla desapareció. En ese instante fue cuando decidió que, definitivamente, tendría que ser suya.

Se acercó a la mujer sentándose en la banqueta más próxima a ella, y pidió al camarero un Chivas de doce años con un par de piedras de hielos. Cuando éste se lo llevó y volvió a alejarse, le dijo a la chica:

— Hola, soy David.

Ella le miró, pero no como la persona a la que se ve por primera vez, sino como a la que ya sabe que estaba allí.

— Hola, soy Adela.

Tras responder la chica volvió a su té, dejando que él, si quería, siguiera con la iniciativa.

— La vi en la playa.

— Lo sé.

— ¿Era su marido quien le acompañaba?

— No.

— ¿Su hermano?

— No.

— ¿Su padre?

— No —esta vez ella no pudo reprimir una sonrisa.

— ¿Alguna especie de familiar?


— No.

— Me rindo. ¿Quién entonces?

— Mi pareja.

— Ya…

Él se quedó un momento callado. Dio un nuevo trago al Chivas, volvió a mirar a la mujer y después pensó: “Si me precipito a lo mejor me rechaza y pierdo mi oportunidad, pero si no lo intento la perderé de todas formas. Así que…”.

— Me llamo David.

— Ya me lo ha dicho.

— Cierto, pero no sé si lo recordaba. En fin, que hace por aquí ¿de vacaciones o trabajo?

Ella dudó un momento, reflexionando si merecía la pena dar juego a la conversación o debía cortarla con el fin de evitar posibles problemas.

Por supuesto que había visto en la playa a aquel hombre, le agradaba; aunque no sabía por qué le producía una cierta sensación de aventura y, contradictoriamente, también de seguridad. Y no era por su atractivo especial, pues era una persona de apariencia normal. Pero algo en él era diferente, aunque no sabía qué.

Pensó que quizá llevaba demasiado tiempo con Fran que tenía aquel fantástico cuerpo de gimnasio, pero del que, tras pasar los primeros tiempos de pasión, cada vez se encontraba más aburrida.

Curiosamente la rutina diaria y la falta de sobresaltos en su vida, cosas que suelen crear una percepción de seguridad en las personas, a ella no le producían esa sensación de estabilidad. Todo lo contrario. De hecho, por eso nunca se había planteado tener un hijo; no quería atarse aún más a una relación frustrante.

Ya hacía muchos años que había pasado esa etapa en que las chicas se enamoran del chico malo, pues había entendido que más que malos, esos hombres solían ser unos indeseables que en nada se parecían a los sofisticados malvados de ficción. Había conocido a Fran con apenas veinte años y entonces le había parecido ese chico malo de las películas. Ahora sabía que no era así, que sólo era imbécil; pero, como sucede frecuentemente a otras muchas personas, nunca había encontrado fuerzas para huir de una relación donde veía sumergirse lentamente su vida.

Es indudable que la insatisfacción es el estado natural del ser humano. De hecho ella, al comenzar a notar los primeros síntomas de cansancio, los


comentarios de las amigas, que relacionaban el físico de su pareja con una supuesta habilidad en la cama, todavía le halagaban. Sobre todo porque percibía que la envidiaban por tener ese amante con ese cuerpo y esto, a veces, suponía la única dosis de satisfacción en su realidad diaria. También a ella, tiempo atrás, le había parecido que sería muy emocionante despertarse cada día con alguien con un cuerpo como aquel. Pero eso ya había terminado. Estaba cansada. La rutina y el desinterés apresaban su existencia diaria, y percibía que no era justo, pues entendía que “si la naturaleza nos ha dotado de la capacidad para sentir emociones, deberá ser con el fin de que las utilicemos, y yo ya no las siento, y necesito sentirlas Si no, ¿cuál es la sustancia de la vida?”.

Él daba clases a diario en el gimnasio del que era propietario. Los primeros síntomas de agotamiento de la relación fueron surgiendo, más o menos, al final del primer año de convivencia. Según pasaban los días se habían ido extinguiendo los temas de qué hablar, y tampoco brotaban cosas nuevas y excitantes que compartir. De hecho ella había tenido la confirmación de la decadencia de la relación cuando observó que ni siquiera le molestaban ya los burdos coqueteos de él con algunas chicas en el gimnasio.

Siempre había pensado que su vida nunca sería la de aquellas parejas — por ejemplo, sus padres—, que, tras mucho tiempo de convivir, sólo continúan juntas por inercia; o la de aquellas otras que buscan hijos con el fin de tener algo que los siga uniendo y para poder hablar de algo común, sin tener que pensar en sus necesidades íntimas y en las carencias personales.

De hecho recordaba cómo al principio se interesaba por el trabajo de él, e incluso iba a ayudarle muchas veces al gimnasio. Pero se habían ido agotando las conversaciones sobre métodos para la musculación, esteroides, concursos de culturismo, o el último chiste estúpido sobre la señora gorda que quería perder kilos. Ahora, la mayor parte de las conversaciones solían girar en torno a los problemas económicos, pues el negocio apenas daba para pagar el crédito que él había pedido para instalarlo. Al parecer, el único futuro que se vislumbraba era el de diez años de restricciones y de pagos al banco que apenas les permitían subsistir.

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (54 Kb) pdf (293 Kb) docx (62 Kb)
Leer 34 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com