Caso “El club de la Piedra”
Enviado por MARCOS ANTONIO VASQUEZ VERASTEGUI • 24 de Julio de 2021 • Tareas • 1.881 Palabras (8 Páginas) • 323 Visitas
Caso “El club de la Piedra”
El Club de Golf de la Piedra estaba considerado como uno de los más selectos clubes
deportivos de Lima. Sus magníficas instalaciones permitían practicar el golf, el tenis (el
club disponía de 15 pistas de tierra batida), el squash, la gimnasia, el frontón y la natación.
Los locales sociales disponían de salas de masaje y sauna, biblioteca, sala de televisión,
sala de póker y de una guardería infantil. Finalmente, el club ofrecía un servicio de
cafetería-restaurante de cierto renombre, que gozaba de un enorme éxito (los socios
tenían un excelente servicio «familiar») en fines de semana, con una magnífica carta que
incluía un menú ejecutivo a 20 nuevos soles, un agradable local para almuerzos o cenas de
negocios y, si se reservaban los comedores con algunos meses de antelación, era incluso
posible organizar fiestas de aniversarios, cumpleaños o banquetes de boda.
El club, como la gran mayoría de instituciones de este tipo, estaba regido por una junta
directiva elegida cada cuatro años por todos los socios mayores de edad. Aunque el
presidente y los distintos vocales supervisaban la buena marcha del club, lo cierto es que,
desde 1985, el día a día había quedado a cargo de un gerente, Luis García, economista de
38 años e hijo de un antiguo capataz del propio club.
Luis García se conocía todos los rincones de la casa pues, no en vano, había vivido de los 4
a los 22 años en una de las viviendas situadas dentro del propio club y que se ofrecían a
los empleados de más antigüedad. Luis, en los 8 años que llevaba como gerente, creía
haberse enfrentado ya a todos los posibles problemas que podían generar los más de 140
empleados (personal de mantenimiento, entrenadores, camareros, personal de vestuarios
y vigilancia) y 10.000 socios (incluso la Federación Peruana de Golf le felicitó por el gran
trabajo que llevó a cabo su equipo al organizar el Master de 1992). Por esto se
encontraba incómodo ante el conflicto que se le había planteado en la peluquería.
En el vestuario de caballeros los socios podían disfrutar de una peluquería que, desde la
fundación del club a principios de siglo, ofrecía un servicio esmerado, barato y, sobre
todo, entretenido (para muchos socios participar en la tertulia de la peluquería se había
convertido en un verdadero ritual). De siempre, el ambiente que se respiraba en aquel
rincón del vestuario era distendido, alegre y, en algún momento, hasta algo ruidoso.
En 1980, Martínez, que se había ocupado de la peluquería desde 1943, enfermó. El
servicio se había degradado en los dos o tres años anteriores, había habido alguna que
otra queja y por ello se le otorgó la baja definitiva y se contrató a Rodríguez que, con 51
años y treinta de oficio, parecía el candidato idóneo.
Rodríguez no defraudó. Era un peluquero extremadamente hábil, clásico, poco dado a
cortes «modernos» y que, rápidamente, se ganó la confianza y respeto de los socios.
«Rodri», como le llamaban todos, era muy trabajador, de fácil conversación y, aunque
solía ser algo socarrón, sabía encontrar en todo momento el tono justo para que cualquier
socio se encontrara cómodo en la que él pronto denominó «su» peluquería.
La peluquería volvió a ir viento en popa, y los sábados y domingos se empezaron de nuevo
a observar aglomeraciones de socios esperando turno, el uno vestido de tenis, el otro
recién duchado, etc.
Para Rodri, el club significó la estabilidad: pasó a ser un empleado más de un gran club y,
aunque el sueldo no era ninguna maravilla, las propinas eran generosas y el horario
cómodo (de martes a viernes de 9 a 2 del mediodía y de 4 a 7 de la tarde, y los fines de
semana de 9 a 2).
Para los socios, la llegada de Rodri fue una gran noticia. Todos querían a Martínez, pero en
los últimos meses había perdido facultades. Ahora todo volvía a ser como antes: un precio
barato y un servicio excelente.
Rodri era una persona culta, casado y padre de tres hijos (una maestra, un estudiante de
ingeniería de telecomunicaciones y otro de informática). Le encantaba conversar, tenía
una memoria prodigiosa y esperaba (al menos eso decía él) escribir sus memorias (hasta
tenía pensado un título: «Las cabezas que corté»).
Cuando tenía una cola de clientes, Rodri establecía una disciplina estricta (era
«implacable» como decía el presidente del club, uno de sus clientes habituales) y
trabajaba a un ritmo asombroso (en veinte minutos podía terminar un servicio).
Rodri se quejaba («me hacéis trabajar mucho») pero no miraba el reloj. Los sábados y
domingos siempre acababa marchándose a las dos y cuarto o dos y media, después de
recoger sus herramientas de trabajo y dejar la peluquería limpia como un quirófano.
Entre semana era menos frecuente que tuviera largas colas y, por tanto, servía
...