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Concentrado De Lectura Por Alumno


Enviado por   •  3 de Julio de 2013  •  1.127 Palabras (5 Páginas)  •  615 Visitas

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CONCENTRADO DE RESULTADOS POR ALUMNO

____ Periodo – ¬¬¬¬____ Momento

Nombre del alumno: Grado: 2o Grupo: “B” NL:

Nombre del docente: JOAQUIN GARCIA VALENCIA Fecha de valoracion:

Título de la lectura: HERMANA

NP PÁRRAFO NUMERO DE PALABRAS VELOCIDAD

(cantidad de palabras que lee el aluno en un tiempo determinado) ACENTUACIÓN

(Cantidad de palabras con acento, tilde o no, que el alumno no pronunció correctamente) OMISIÓN DE PALABRAS

(Cantidad de palabras escritas que el alumno omitió durante su lectura) PRONUNCIACIÓN

(Cantidad de palabras escritas que el alumno mutiló, sustituyó o agregó en su lectura) ENTONACIÓN

(No aplicó los tonos que indican las modulaciones como exclamaciones, preguntas, énfasis a cursivas, etc.) RITMO, CONTINUIDAD Y PAUSAS

(no leyó sin interrupciones arbitrarias y con las pausas derivadas de la puntuación)

1 Hermana

Silvina y su brazo tullido habían partido un día a la gran ciudad, en búsqueda de una cura. Teníamos trece años. No olvido la tristeza de mamá al despedirla. La pobrecita viajaba sola, indefensa con su discapacidad, a enfrentar una urbe desconocida. Unos parientes la recibirían; sería atendida en un centro de rehabilitación que, según aseguraban, era de lo mejor. 61

2 Mientras vivíamos juntos, mamá no cesaba de hacer recomendaciones; había que ayudar a Silvina con sus tareas. Supongo que tenía razón; aunque para todos era la más bonita de las dos, también era la más necesitada. Por eso casi todas las atenciones de mis padres fueron para ella. La desdichada no era capaz de usar una escoba. Pero allí estaba yo, para paliar esa tacha del destino. 67

3 Se marchó y quedé yo entonces en el pueblo, con la misma vida de siempre, aunque ya no debía cargar las mochilas de ambas camino a la escuela. Ni tampoco –por suerte- debía tender su cama. Mamá, entretanto, no pasaba día sin recordarla. -Pobrecita, mi hija. Tan sola y débil… ¡Cómo estará…! 52

4 Mientras tanto, yo callaba. Y, tiempo al tiempo, llegaron las buenas noticias de la ciudad: Silvina mostraba una recuperación lenta pero efectiva. Recuerdo que su evolución –ya real, ya probable y o imaginada- era el tema obligado en la mesa familiar. Unos meses más tarde supimos que movía su brazo con una facilidad tal que, como parte de la terapia, pudo comenzar con algunas prácticas elementales de esgrima. Ello, según sus médicos, terminaría de completar la ansiada cura, lo que al fin se concretó. Me acuerdo que lo dijo en una carta. Nunca había visto a mamá con ese brillo tan alegre en los ojos. Y no abandonó el deporte; por el contrario, prosiguió con la actividad y se convirtió en una muy buena esgrimista. 125

5 Hoy, cinco años después, ha vuelto al pueblo entre vítores y aplausos. Trae una medalla dorada como campeona juvenil de florete. Fiesta, globos, mucho júbilo. Música y brindis hasta entrada la noche. Todos los festejos se hacen en su honor. -Un orgullo, un orgullo...-repite mi madre, como un loro. La observo, a la distancia, y se me figura sentada en su trono, luciendo las galas de una reina. Ella ríe, pero su risa no empalidece el brillo de la medalla de oro que lleva prendida de su vestido. 88

6 Ahora está en casa, entre nosotros, como antes. Ha vuelto a compartir conmigo el dormitorio, ocupando la cama de enfrente. Veo como duerme, serena, sosegada tras las emociones de los recibimientos. 31

7 No logro dormir profundamente. Una inquietud lastima mi calma, me acicatea e impulsa. Se mete en mis sueños como un bisturí explorador de mi sentimiento. Hasta que por la madrugada, entre sueños, me levanto del lecho y, al tanteo, meto la mano en el cajón de su mesa de luz y busco la medalla. La tomo. La media luz del amanecer me permite observarla. Entre mis manos es un ojo amarillo que me incita sin tregua. Entonces, sin hacer ruido, voy hasta el cuarto de baño y, de un sólo manotazo, la arrojo con fuerza. Hago correr mucho el agua del inodoro. 102

Total 526

Palabras leídas

Tiempo Palabras por minuto (ppm):

NIVELES DE LOGRO

VELOCIDAD LECTORA FLUIDEZ LECTORA COMPRENSIÓN LECTORA

ppm NIVEL NIVEL NIVEL

RA AE ES AV RA AE ES AV RA AE ES AV

OBSERVACIONES

____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

HERMANA

LEOBRIZUELA

Silvina y su brazo tullido habían partido un día a la gran ciudad, en búsqueda de una cura. Teníamos trece años. No olvido la tristeza de mamá al despedirla. La pobrecita viajaba sola, indefensa con su discapacidad, a enfrentar una urbe desconocida. Unos parientes la recibirían; sería atendida en un centro de rehabilitación que, según aseguraban, era de lo mejor.

Mientras vivíamos juntos, mamá no cesaba de hacer recomendaciones; había que ayudar a Silvina con sus tareas. Supongo que tenía razón; aunque para todos era la más bonita de las dos, también era la más necesitada. Por eso casi todas las atenciones de mis padres fueron para ella. La desdichada no era capaz de usar una escoba. Pero allí estaba yo, para paliar esa tacha del destino.

Se marchó y quedé yo entonces en el pueblo, con la misma vida de siempre, aunque ya no debía cargar las mochilas de ambas camino a la escuela. Ni tampoco –por suerte- debía tender su cama. Mamá, entretanto, no pasaba día sin recordarla. -Pobrecita, mi hija. Tan sola y débil… ¡Cómo estará…!

Mientras tanto, yo callaba. Y, tiempo al tiempo, llegaron las buenas noticias de la ciudad: Silvina mostraba una recuperación lenta pero efectiva. Recuerdo que su evolución –ya real, ya probable y o imaginada- era el tema obligado en la mesa familiar. Unos meses más tarde supimos que movía su brazo con una facilidad tal que, como parte de la terapia, pudo comenzar con algunas prácticas elementales de esgrima. Ello, según sus médicos, terminaría de completar la ansiada cura, lo que al fin se concretó. Me acuerdo que lo dijo en una carta. Nunca había visto a mamá con ese brillo tan alegre en los ojos. Y no abandonó el deporte; por el contrario, prosiguió con la actividad y se convirtió en una muy buena esgrimista.

Hoy, cinco años después, ha vuelto al pueblo entre vítores y aplausos. Trae una medalla dorada como campeona juvenil de florete. Fiesta, globos, mucho júbilo. Música y brindis hasta entrada la noche. Todos los festejos se hacen en su honor. -Un orgullo, un orgullo...-repite mi madre, como un loro. La observo, a la distancia, y se me figura sentada en su trono, luciendo las galas de una reina. Ella ríe, pero su risa no empalidece el brillo de la medalla de oro que lleva prendida de su vestido.

Ahora está en casa, entre nosotros, como antes. Ha vuelto a compartir conmigo el dormitorio, ocupando la cama de enfrente. Veo como duerme, serena, sosegada tras las emociones de los recibimientos.

No logro dormir profundamente. Una inquietud lastima mi calma, me acicatea e impulsa. Se mete en mis sueños como un bisturí explorador de mi sentimiento. Hasta que por la madrugada, entre sueños, me levanto del lecho y, al tanteo, meto la mano en el cajón de su mesa de luz y busco la medalla. La tomo. La media luz del amanecer me permite observarla. Entre mis manos es un ojo amarillo que me incita sin tregua

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