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Relato de un sobreviviente

Josseph LagrañaBiografía5 de Septiembre de 2022

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Condena (Relato de un sobreviviente)

…Y volví al mundo, en una época diferente y un entorno social también diferente. Y Hubo en mi vida una mujer, ese ser al que nunca se puede renunciar. Ella era dulcemente autoritaria y amorosamente severa. Pulcra por donde se la mire y excesivamente ordenada. Hábil con sus manos pero mucho más con su inteligencia. Cuidadosa de lo suyo pero mucho más de los suyos. Esa es la mujer que me dio la existencia. Desde muy joven cargó con una familia en sus espaldas, seis vástagos más uno difunto del que yo vine a ser su consuelo. Supo tolerar estoicamente las inclemencias de una vida dura donde las mujeres apenas comenzaban a tomar conciencia de su condición humana, ella ya tenía la revolucionaria idea de la igualdad porque trabajaba palmo a palmo junto a aquel hombre que la sometía, la humillaba con su lengua ofídica y la lastimaba con las manos que Dios le había provisto para protegerla. En esas condiciones fue esposa, sirvienta y madre.

Mientras nosotros, sus hijos crecíamos bajo su amparo y protección, su vida pasaba desgraciadamente concibiendo cada año un nuevo ser. La familia crecía mientras Rosa Lagraña cada vez se desgataba más en su persona. Era una anciana de treinta años y ya cargaba con la responsabilidad de tres hijos, tres hijas y la obligación de administrar los recursos que proveía aquel hombre que cuando todavía no salía el sol partía a su duro trabajo de camionero y regresaba por la noche cuando todos dormíamos. Sólo ella hacía la interminable vigilia de la espera con la cena siempre lista. No era mujer de andar con amenazas, mi padre nunca se enteraba de nuestras desobediencias o travesuras, ella tenía suficiente autoridad como para resolver cualquier conflicto de madre a hijo que siempre terminaba en una brutal paliza ejemplificadora en presencia del resto de mis hermanos –Así les va a pasar a ustedes si hacen lo mismo.

Mis recuerdos son vagos en este momento porque mi corta edad de esos días pero veo a mi padre sólo los domingos haciendo el infaltable asado y mi madre trabajando siempre a cuatro manos a su lado, sin descuidar a ninguno de nosotros mientras don Ángel (mi padre) se tomaba su Cinzano con limón y soda a la par de la parrilla. No tengo en mis recuerdos si alguna vez mi padre nos haya reprendido, mi madre era la encargada de mantener la disciplina y su mirada era amenaza suficiente como para restituir el orden. Creo que él jamás tuvo necesidad de levantar su mano contra alguno de nosotros.

Por aquellos días yo tenía siete años y hacía dos que había sufrido la mordedura de un perro con hidrofobia (rabia). Ese incidente y el posterior tratamiento me habían dejado secuelas físicas. Por esa razón era menester ser tratado de forma diferente en cuanto a la alimentación y por la fragilidad de mi salud, la mayoría de las veces tenía consideraciones que mis hermanos no tenían a la hora de las travesuras o rebeldías. Por esa razón me estaba empezando a ganar la antipatía de mis hermanos que con los años casi se transformó en celos desenfrenados. Durante años y ya siendo adultos mis hermanos le reclamaban a mi madre que yo siempre había sido el “preferido” y dos de ellos, mi hermano menor y una de mis hermanas por muchos años se enemistaron conmigo.

Mis hermanos ignoraban que la relación entre mi madre y yo no era color de rosas como ellos creían. Siempre fue intensa y conflictiva porque ella había depositado muchas expectativas en mi vida.

Mi paso por la escuela primaria no fue de lo mejor porque mi frágil salud me impedían concurrir regularmente entonces me ausentaba por largos períodos y cuando me reincorporaba, era doña Rosa la que me torturaba con lenguaje, matemáticas e historia para que no fracase y pierda el año. Así fue durante todos los años que duró mi educación primaria. Tuve que recursar el quinto grado por falta de contenidos. Mis conocimientos eran escasos y mis ganas de ir a la escuela todavía menores pero ella me alentaba –con dureza y castigos- para que siga adelante porque confiaba en que yo podía.

Cuando terminé el quinto por segunda vez, ya con once años me sobrevino un ataque de madurez precoz. Ese año, además de ir a la escuela comencé a trabajar. Me estaba comenzando a emancipar. Era casi brillante en la escuela y me sentía atraído todas mis compañeras pero no descuidaba a las maestras que algunas de ellas estaban muy lindas, pero con cuidado… eran la autoridad. A doña Rosa se le inflaba el pecho porque periódicamente era citada por la Dirección de la Escuela para informarle que ese muchachito de hormonas aceleradas rozaba la genialidad y era necesario estimular para no frustrar todo ese caudal de “inteligencia espontánea” que había recibido quien sabe de dónde. Le sugerían todo tipo de escuelas técnicas, bachilleres, artísticas… todo eso para gente de alto poder adquisitivo que un humilde camionero como mi padre jamás podría sostener. Al parecer mi madre nunca comprendió la magnitud de lo que le estaban advirtiendo, sólo se contentaba con refregarle a las vecinas que tenía un hijo que había terminado siendo superlativo es sus estudios primarios. Ella como mi padre, sólo conocían la cultura del trabajo y repetían con jocosidad y un poco de ignorancia lo que sus padres también les decían a ellos:

-¿Para qué vas a estudiar si no vas a ser maestro? Irónicamente, la vida me hizo maestro…

Mi madre siempre fue muy creativa a la hora de ganar el sustento y colaborar con su hombre. Yo andaba por los 14 años y nunca había dejado de trabajar y ella, un poco liberada ya de los pañales porque la vida la había dejado estéril después de sufrir de un grave fibroma que casi le quita la vida. Doña Rosa le agradecía a Dios que esa enfermedad no se la había llevado todavía pero más le agradecía el hecho de que de esa operación la mutilaron en su fertilidad, ya no le importaba. Le había aportado a la patria tres soldados y tres mujeres y ahora tenía tiempo para desarrollarse como mujer y ejercer la loca utopía que la atormentaba desde joven: tener igualdad con el hombre. Ya nunca más permitió que su compañero la humille de ninguna manera. Había conseguido todo tipo de objetos para defenderse pero el arma más temible era su cuerpo que se había tornado robusto por un desorden hormonal y su carácter indómito que llevaba reprimido, liberado en el momento que mi hermano menor comenzaba la escuela y ya no era tan dependiente. Mi hermana mayor cuidaba de los más chicos y doña Rosa trabajaba haciendo servicio doméstico, después en fábricas siempre contra la voluntad de mi padre que por ese momento ya estaba amenazado y amedrentado, logró tener independencia económica.

La osadía de mi madre no tenía límites. Cuando rondaba los cuarenta años, con libertad financiera y todavía con la férrea oposición de mi padre –que seguía amenazado, pero ya de muerte- decide profesionalizarse haciendo en la Universidad Nacional de La Plata una Tecnicatura Superior en Podología. El sacrificio de ella era mayúsculo porque trabajaba como cocinera en una fábrica metalúrgica, estudiaba, realizaba las prácticas en el Hospital Borda de Bs As. Seguía siendo esposa –pero ahora con autoridad que se había ganado en su constante pelea por su igualdad-, madre y ama de casa. Si alguna vez pensé que las mujeres son seres angelicales, convertidas en arpías si sus alas son dañadas; estoy en la certeza de que mi madre nunca pasó por esa faceta anterior, la vida la curtió desde muy joven endureciendo su carácter. Se volvió una persona controladora y desconfiada hasta de su propia sombra y si bien logró una buena posición económica, también hizo muy malos negocios por no aceptar consejos pensando que seguramente se querían aprovechar de ella. De esa manera logró un buen pasar junto con mi padre trabajando juntos, llenaron la casa de televisores, equipos de audio, heladeras y todo lo necesario para el confort y hasta se dio el lujo de comprar un auto para irse de vacaciones pero nada escapaba a su control…

Así fueron los primeros años de mi nuevo paso por esta vida. El Creador Supremo no me la haría fácil.

Terminé la escuela primaria en el emblemático año '72. Un año decisivo en la política del país y que me marcó para el resto de mi vida. La violencia era la moneda corriente y el ocaso de la dictadura del militar Lanusse ya se podía percibir.

Estalla una bomba en el hotel Sheraton de Buenos Aires, el Ejército Revolucionario del Pueblo secuestra y ejecuta a un importante dirigente de la empresa Fiat y Montoneros mata a un general, jefe del Segundo Cuerpo de Ejército, con sede en Rosario.

A mediados de Agosto, seis militantes del E.R.P, Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros toman un avión de línea, previamente secuestrado y se dirigen a Chile, es el punto final de la fuga, minusiosamente preparada durante meses del penal de Rawson donde estaban recluídos.

Fallan algunos aspectos del operativo y el resto de los evadidos se entregan y son regresados al penal.

Días después, 16 de los recapturados son masacrados por un oficial de Marina en la Base Almirante Zar de Trelew. Aunque el hecho es presentado como la represión de un intento de fuga, hay escepticismo sobre esta versión y estas ejecuciones aumentan la combatividad de las organizaciones guerrilleras. Este hecho es conocido como La Masacre de Trelew.

Por otro lado, el país marcha inevitablemente hacia la institucionalización. Lanusse decreta una reforma temporaria de la Constitución, e implementa el sistema de "ballotage" o "segunda vuelta". El “General” regresa al país y en noviembre se instala en la casa que sus amigos le compraron en la calle Gaspar

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