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BOGRAFÌA José Ortega Y Gasset


Enviado por   •  23 de Mayo de 2013  •  7.935 Palabras (32 Páginas)  •  614 Visitas

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Jose Ortega y Gasset.

Una metafísica para la vida

José Ortega y Gasset (1883-1955) era en 1902 un modernista con inquietudes literarias e intelectuales recién licenciado en Filosofía y Letras. Quería ser un novelista o un sabio. En la primera de estas vocaciones predominaba un ensimismamiento en el placer de la escritura, una fruición por el goce estético de la emoción de encontrar la frase que define la cosa y la explica bellamente. En la segunda vocación, la de sabio, la inclinación tomaba un cariz político, de actuación pública, de deseo de transformar la sociedad, su país y al hombre, desde el conocimiento. El muchacho se había educado en una familia de la alta burguesía madrileña, con más prestigio que dinero aunque suficientemente acomodada para vivir holgadamente y dar una educación cara a sus hijos. Su padre, José Ortega Munilla, era, cuando nace el pequeño Pepe, el director del suplemento literario del principal periódico de la época, El Imparcial, que pertenecía a la familia de su mujer, Dolores Gasset. El diario había sido creado por el padre de ésta y abuelo de Ortega y Gasset, Eduardo Gasset, y en él publicaban los más famosos e influyentes intelectuales y literatos del momento. A la muerte del abuelo, que se produce al año siguiente de nacer su nieto, el periódico queda en manos de su hijo menor, el jovencísimo Rafael, quien ayudado por su cuñado y el director del periódico, Andrés Mellado, saca adelante la empresa familiar.

Eduardo Gasset había sido ministro durante la breve monarquía de Amadeo de Saboya. Aunque no había apostado por la restauración borbónica, supo colocar El Imparcial en un puesto de privilegio dentro de las filas liberales. Su hijo Rafael continuará la vocación política del padre y en 1900 entrará en un gabinete regeneracionista conservador de Francisco Silvela, constituido tras los desastres de Cavite y Santiago de Cuba para restaurar la gloria y la economía del país. Rafael Gasset acabará militando en las filas liberales, desde donde proseguirá su labor de ministro de Fomento en casi una decena de ocasiones y controlará varios distritos electorales en los que encasillaba a sus correligionarios, entre ellos al padre de Ortega.

José Ortega y Gasset era en 1902 un joven atento y había sido capaz de captar muy bien el ambiente intelectual y político de España, que vivía a diario en su propia casa y en la redacción de El Imparcial. Cuando en los años siguientes da forma a la vocación que será su meta durante toda su vida, había tenido delante un buen número de posibilidades donde elegir. La decisión adoptada, la llamada interior que sintió no era la más cómoda entre las opciones que tenía delante: entregarse al estudio de la filosofía para construir una metafísica original capaz de explicar el ser del hombre en el mundo, y ser, al mismo tiempo, un intelectual que transmitiera e intentara hacer comprender su visión del mundo. Como bien intuía Ortega en aquellas fechas y sabrá después, toda metafísica supone una nueva explicación del mundo, que es en sí misma una nueva forma de estar el hombre en el mundo.

Esta vocación, todavía no perfilada plenamente, es la que le llevará a estudiar en Alemania dos cursos entre 1905 y 1907, una vez que se ha doctorado en Filosofía por la Universidad Central de Madrid en 1904. Ortega acude primero a Leipzig, luego a Berlín, y finalmente a Marburgo, ciudad a la que volverá en 1911. Todos estos viajes tuvieron como fin empaparse de la cultura germánica y, como dijo él mismo, llenar de idealismo algunos tonelillos para digerirlos en la estepa castellana y utilizarlos de manera que le fuesen útiles a su país, el cual le parecía demasiado falto de ideales y excesivamente pegado a lo concreto. Ortega se aproximará en Alemania a la filosofía neokantiana por dos vías, una más ortodoxa, las enseñanzas de sus maestros marburgueses Hermann Cohen y Paul Natorp, y otra más heterodoxa, la filosofía de George Simmel, al que conoce en Berlín. En aquel momento, a Ortega le interesa más el neokantismo de la Escuela de Marburgo, que en Cohen tenía un desarrollo metafísico, ético y estético, y en Natorp una vertiente pedagógica y política.

Para los neokantianos de Marburgo, lo objetivo eran las ideas: el concepto puro, el conocimiento puro, la voluntad pura, la razón pura..., una pureza que a Unamuno le repugnaba y que veía estaba deformando el alma de su joven amigo madrileño, quien en su intento de superar el subjetivismo español caía, sin darse aún cuenta, en un subjetivismo de la conciencia. Del mismo le ayudará a salir el arte español del que será su amigo Ignacio Zuloaga, tan realista, incapaz de ajustarse a la estética pura de Cohen, y la fenomenología de Edmund Husserl, que conocerá de forma indirecta en su viaje a Alemania de 1911, una vez que Ortega había obtenido su cátedra de Metafísica en la Universidad Central de Madrid unos meses antes. Husserl desarrollaba el concepto de conciencia en un sentido distinto al kantiano, en tanto que la conciencia no era el pensar interno a la mente de la realidad captada, sino la propia captación de la realidad. Por eso muchos jóvenes europeos de la generación de Ortega vieron que, en el fondo, Husserl iba a las cosas, a la vida, aunque ésta quedara puesta entre paréntesis para, como en toda filosofía idealista, conseguir alcanzar una verdad epistemológicamente irrebatible a partir de los fenómenos. Ortega estará ya siempre en esa lucha, creyendo en una verdad única e inmutable y peleando al mismo tiempo con la realidad varia de las cosas y el devenir de las mismas.

Con treinta y un años, el joven filósofo español publica en 1914 su primer libro, las Meditaciones del Quijote. Es un libro en el que quedan resabios idealistas neokantianos, abunda el análisis fenomenológico y se empieza a intuir el raciovitalismo que cuajará en los años Veinte. Ese mismo año Ortega publica un prólogo al libro de poemas El Pasajero de José Moreno Villa. Aquí aparece el concepto de “yo ejecutivo” en un sentido que presenta interesantes matices respecto a la conciencia ejecutiva fenomenológica, pues en él lo importante no es la conciencia recibiendo ejecutivamente las impresiones captadas por los sentidos sino la vida viviéndose en todo instante.

Las Meditaciones del Quijote suponen un esfuerzo no satisfactoriamente logrado por abandonar el continente idealista en el que Ortega había vivido toda una década y son el primer gran paso para construir una metafísica de la vida humana en el que el yo ejecutivo se convierte en realidad radical inmersa en su circunstancia. Y es que a Ortega siempre le interesó el hombre en el mundo y no el hombre aislado, solitario, encerrado en la realidad de su conciencia. Le interesó el hombre

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