Coriat - El Taller Y El Robot
8 de Septiembre de 2014
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el taller y el robot
Benjamin Coriat
Fuente: “El taller y el Robot” Ed. SigloXXI. Madrid, 1992
Prólogo
Una nueva coyuntura histórica
El virgen, el vivaz, el hermoso presente
pretende destrozarnos con un ebrio aletazo
el lago olvidado y duro que su escarcha encuentra
¡el glaciar transparente de vuelos que no huyeron!
S. Mallarmé, Poésies
Desde luego hubo precursores, pero si lo que nos preocupa es captar el momento de la entrada irreversible de la electrónica en el taller, las cosas están claras. En la segunda mitad de la década de los setenta es cuando el robot -objeto rey de la nueva automatización- asegura un vigoroso avance que ya no se desmentirá: sólo algunos cientos de robotos están en actividad en 1974, varias decenas de miles en 1989 . Y eso para no mencionar la inmensa logística informática o electrónica, en la cual se apoyan autómatas y gobernadores programables u otras claculadoras y computadoras industriales, que pilotean en tiempo real las trayectorias de las bandas transportadoras o hacen entrar en acción, con milisegundos de diferencia, las herramientas de las máquinas.
Sospechamos que semejante avance, semejante invasión de la lógica y del orden del taller, no son ni causa única ni explicación simple. Para dar cuenta de esta mutación, hay que invocar un conjunto de historias, de trayectorias y de determinaciones. Para aclarar las cosas e introducir en principio de lectura e interpretación, diremos que en la segunda mitad de la década de los setentas tres historias conexas, pero cada una con su temporalidad propia, convergen para asegurar este impulso y este avance sin precedente de la electrónica como herramienta de producción.
La primera de esas historias es, por encima de todo, la de la forma, la del empleo y la de la disciplina industrial tal como se expresa y se entabla en las técnicas de organización del trabajo.
La electrónica toma aquí un relevo, el del taylorismo, cuya legitimidad está quebrantada y que, desde fines de la década de los sesenta, comienza a aparecer como una inmensa máquina consumidora de tiempos muertos. El concepto simple y rústico de la división y de la hiperfragmentación del trabajo, hasta entonces totalmente hegemónico, se ve sustituido por el florecimiento de una práctica y muy pronto de conceptos nuevos en materia de organización del trabajo.
La segunda historia se alimenta de la primera, pero la rebasa, y en parte la determina. Es la de los comportamientos y las estrategias de valorización de los capitales seguidas y desarrolladas por las empresas, es decir también de las formas de competencia que se forman y se deshacen en este enfrentamiento permanente que constituye la economía llamada de “libre empresa”. Tras una larga fase de mercados crecientes y solicitantes de productos estandarizados, el periodo posterior a 1974-1975 va a marcar la entrada en la era de los crecimientos más lentos y de la diferenciación. La era de la competencia por la calidad, la era de los productos especificados y de la fabricación por lotes. También aquí la electrónica, la flexibilidad en el uso de los equipos que ésta hace posible, encontrarán un espacio para desplegarse a gran escala.
Finalmente, la tercera historia es de orden científico y técnico. Es la historia conjunta de la computadora y el autómata industrial llegados desde los confines de lo imaginario, y de lo más vivo de las preocupaciones humanas, desde el momento en que, por lo menos, el factor en juego es la reducción de la dificultad y del esfuerzo. La guerra, el florecimiento de las innovaciones a las que da origen, el matrimonio de la electrónica y la mecánica –“la mecatrónica”, dicen los japoneses-, así como los desarrollos de la informática de la producción, van a converger para que se asegure un potencial técnico sin precedente, utilizable en combinaciones productivas y formas de organización nuevas.
Describamos brevemente estas tres historias, esas tres determinaciones y las condiciones de su convergencia. Una claridad nacerá de ello en el punto en el que estamos, y donde comienza, con la era de la electrónica industrial, la entrada en una coyuntura histórica nueva.
1. ORGANIZACIÓN: EL SURGIMIENTO DE NUEVOS CONCEPTOS
En 1990 parece que se ha dicho todo, o casi, de la crítica al taylorismo. Señal de los tiempos: el “Adiós a Taylor” se convirtió en un párrafo obligado para quien –con alguna credibilidad- desea hablar sobre las organizaciones del futuro y “la fábrica del mañana”...
En poco más de una década, ¡cuánto camino recorrido! El maestro estadunidense –decenas de años de enseñanza, de minucia, de normas en todo el mundo copiados y vueltos a copiar- ¡barrido así, y tan rápido! Sin duda fue demasiado honor pero hoy sin duda es demasiada indignidad...
Tendré la ocasión de mostrar que Taylor, o al menos el corazón de su enseñanza, sigue presente y bien vivo en el centro de los dispositivos complejos supuestamente más “modernos” y más sofisticados. La electrónica, por desgracia demasiado a menudo todavía, sólo es introducida como soporte al servicio de las técnicas más tradicionales de intensificación del trabajo. Sin embargo, también es cierto que a comienzo de la década de los ochenta cierta historia se termina. La del paradigma centrada en los principios taylorianos y fordianos, piedra angular de todas las organizaciones del trabajo hasta nuestros días, y que estipula que la eficacia y la productividad dependen centralmente de una trabajo fragmentado y distribuido a lo largo de una línea, la cual se desplaza a ritmo rígido. Históricamente eficaz, en otra configuración por completo distinta de los mercados de trabajo y del sindicalismo, el taylorismo, considerado bajo su forma canónica y como sistema de conjunto, llega verdaderamente a sus límites.
El punto importante, por lo que nos ocupa, es que su impugnación y su reexamen crítico dejan libre un terreno para la búsqueda de nuevas prácticas y nuevos conceptos de organización. Terreno que apenas comienza a recorrrse.
Esta búsqueda de nuevos conceptos en organización, comenzada desde principios de la década de los setenta, es el primero suceso importante en el cambio de coyuntura general al que asistimos. En efecto, ayer como hoy el corazón de las investgaciones sobre organización sigue centrado en los principios más eficientes en materia de ahorro de tiempo en la producción; éste tiene que ver con las condiciones y las tasas de intervención de las máquinas, el modo de consumo productivo de la fuerza de trabajo o la administración de las materias primas y de las existencias. En todos estos puntos, las innovaciones organizacionales hoy son numerosas y de gran alcance. A lo largo de esta obra, insistiremos abundantemente en las mil y una novedades conceptuales, ya constituidas o que sentimos que comienzan a brotar, y que renuevan a profundidad el pensamiento sobre organización, para hacerlo capaz de administrar sistemas ya esencialmente complejos.
Sin embargo, antes de entrar en detalle, desde el principio deben aportarse dos precisiones a propósito de la relación entre organización y electrónica del taller.
La primera consiste en recordar claramente que si el autómata, el robot o la calculadora son indiscutiblemente soportes –a veces poderosos- para volver operativas nuevas organizaciones (tratándose por ejemplo de las puesta en práctica de nuevos principios en materia de organización de los flujos y de las transferencias, de conexiones entre máquinas y líneas de producción, o de la administración de las compras...), en ningún caso constituyen sustitutos de la actividad propiamente conceptual en que consiste el acto de concebir una organización del trabajo y de la producción. Taylor y posteriormente Ford fueron importantes por sus aportaciones en conceptos, o si se prefiere por sus innovaciones organizacionales. El taylorismo, independientemente de las mil y una aplicaciones a las que dio lugar a partir del tríptico: especialización de las funciones, fragmentación de las tareas y medición de tiempos y movimientos, hizo posible y utilizable para todos el concepto de organización del trabajo en tiempo asignado. A través del principio de la transportación mecánica de las piezas a lo largo de líneas concebidas para resguardar operaciones sucesivas, Ford aporta el concepto de tiempo impuesto.
Así pues, que las cosas queden claras. Hay que distinguir cuidadosamente las innovaciones organizacionales de las innovaciones tecnológicas, y esta distinción esencial constituye una de las claves de la lectura fundamental que pretende aportar esta obra a la interpretación que propone de los cambios en curso.
La segunda precisión que deseamos aportar consiste en recordar que, en la concatenación de mutaciones a la que asistimos, las innovaciones organizacionales han precedido a las innovaciones tecnológicas. Siempre y cuando al menos, como es el caso aquí, por innovaciones tecnológicas se entienda generaciones de medios de trabajo que incorporan la electrónica.
En efecto fue desde fines de la década de los sesenta, como respuesta directa a la crisis del taylorismo, cuando por iniciativa de las empresas, se desarolló un intenso movimiento de experimentación y de investigación, cuyo objetivo era disminuir la vulnerabillidad de la cadena demontaje al ausentismo, al turn-over y más generalmente a las diferentes formas, larvadas o abiertas, de resistencia obrera.
Era la época llamada “de la humanización del trabajo”,
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