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Coriat - El Taller Y El Robot


Enviado por   •  8 de Septiembre de 2014  •  5.174 Palabras (21 Páginas)  •  187 Visitas

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el taller y el robot

Benjamin Coriat

Fuente: “El taller y el Robot” Ed. SigloXXI. Madrid, 1992

Prólogo

Una nueva coyuntura histórica

El virgen, el vivaz, el hermoso presente

pretende destrozarnos con un ebrio aletazo

el lago olvidado y duro que su escarcha encuentra

¡el glaciar transparente de vuelos que no huyeron!

S. Mallarmé, Poésies

Desde luego hubo precursores, pero si lo que nos preocupa es captar el momento de la entrada irreversible de la electrónica en el taller, las cosas están claras. En la segunda mitad de la década de los setenta es cuando el robot -objeto rey de la nueva automatización- asegura un vigoroso avance que ya no se desmentirá: sólo algunos cientos de robotos están en actividad en 1974, varias decenas de miles en 1989 . Y eso para no mencionar la inmensa logística informática o electrónica, en la cual se apoyan autómatas y gobernadores programables u otras claculadoras y computadoras industriales, que pilotean en tiempo real las trayectorias de las bandas transportadoras o hacen entrar en acción, con milisegundos de diferencia, las herramientas de las máquinas.

Sospechamos que semejante avance, semejante invasión de la lógica y del orden del taller, no son ni causa única ni explicación simple. Para dar cuenta de esta mutación, hay que invocar un conjunto de historias, de trayectorias y de determinaciones. Para aclarar las cosas e introducir en principio de lectura e interpretación, diremos que en la segunda mitad de la década de los setentas tres historias conexas, pero cada una con su temporalidad propia, convergen para asegurar este impulso y este avance sin precedente de la electrónica como herramienta de producción.

La primera de esas historias es, por encima de todo, la de la forma, la del empleo y la de la disciplina industrial tal como se expresa y se entabla en las técnicas de organización del trabajo.

La electrónica toma aquí un relevo, el del taylorismo, cuya legitimidad está quebrantada y que, desde fines de la década de los sesenta, comienza a aparecer como una inmensa máquina consumidora de tiempos muertos. El concepto simple y rústico de la división y de la hiperfragmentación del trabajo, hasta entonces totalmente hegemónico, se ve sustituido por el florecimiento de una práctica y muy pronto de conceptos nuevos en materia de organización del trabajo.

La segunda historia se alimenta de la primera, pero la rebasa, y en parte la determina. Es la de los comportamientos y las estrategias de valorización de los capitales seguidas y desarrolladas por las empresas, es decir también de las formas de competencia que se forman y se deshacen en este enfrentamiento permanente que constituye la economía llamada de “libre empresa”. Tras una larga fase de mercados crecientes y solicitantes de productos estandarizados, el periodo posterior a 1974-1975 va a marcar la entrada en la era de los crecimientos más lentos y de la diferenciación. La era de la competencia por la calidad, la era de los productos especificados y de la fabricación por lotes. También aquí la electrónica, la flexibilidad en el uso de los equipos que ésta hace posible, encontrarán un espacio para desplegarse a gran escala.

Finalmente, la tercera historia es de orden científico y técnico. Es la historia conjunta de la computadora y el autómata industrial llegados desde los confines de lo imaginario, y de lo más vivo de las preocupaciones humanas, desde el momento en que, por lo menos, el factor en juego es la reducción de la dificultad y del esfuerzo. La guerra, el florecimiento de las innovaciones a las que da origen, el matrimonio de la electrónica y la mecánica –“la mecatrónica”, dicen los japoneses-, así como los desarrollos de la informática de la producción, van a converger para que se asegure un potencial técnico sin precedente, utilizable en combinaciones productivas y formas de organización nuevas.

Describamos brevemente estas tres historias, esas tres determinaciones y las condiciones de su convergencia. Una claridad nacerá de ello en el punto en el que estamos, y donde comienza, con la era de la electrónica industrial, la entrada en una coyuntura histórica nueva.

1. ORGANIZACIÓN: EL SURGIMIENTO DE NUEVOS CONCEPTOS

En 1990 parece que se ha dicho todo, o casi, de la crítica al taylorismo. Señal de los tiempos: el “Adiós a Taylor” se convirtió en un párrafo obligado para quien –con alguna credibilidad- desea hablar sobre las organizaciones del futuro y “la fábrica del mañana”...

En poco más de una década, ¡cuánto camino recorrido! El maestro estadunidense –decenas de años de enseñanza, de minucia, de normas en todo el mundo copiados y vueltos a copiar- ¡barrido así, y tan rápido! Sin duda fue demasiado honor pero hoy sin duda es demasiada indignidad...

Tendré la ocasión de mostrar que Taylor, o al menos el corazón de su enseñanza, sigue presente y bien vivo en el centro de los dispositivos complejos supuestamente más “modernos” y más sofisticados. La electrónica, por desgracia demasiado a menudo todavía, sólo es introducida como soporte al servicio de las técnicas más tradicionales de intensificación del trabajo. Sin embargo, también es cierto que a comienzo de la década de los ochenta cierta historia se termina. La del paradigma centrada en los principios taylorianos y fordianos, piedra angular de todas las organizaciones del trabajo hasta nuestros días, y que estipula que la eficacia y la productividad dependen centralmente de una trabajo fragmentado y distribuido a lo largo de una línea, la cual se desplaza a ritmo rígido. Históricamente eficaz, en otra configuración por completo distinta de los mercados de trabajo y del sindicalismo, el taylorismo, considerado bajo su forma canónica y como sistema de conjunto, llega verdaderamente a sus límites.

El punto importante, por lo que nos ocupa, es que su impugnación y su reexamen crítico dejan libre un terreno para la búsqueda de nuevas prácticas y nuevos conceptos de organización. Terreno que apenas comienza a recorrrse.

Esta búsqueda de nuevos conceptos en organización, comenzada desde principios de la década de los setenta, es el primero suceso importante en el cambio de coyuntura general al que asistimos. En efecto, ayer como hoy el corazón de las investgaciones sobre organización sigue centrado en los principios más eficientes en materia de ahorro de tiempo en la producción; éste tiene que ver con las condiciones y las tasas de intervención de las máquinas, el modo de consumo productivo de la fuerza de trabajo o la administración de las materias primas y de las existencias. En todos estos puntos, las innovaciones organizacionales hoy son numerosas y de gran alcance. A lo largo de esta obra, insistiremos abundantemente en las mil y una novedades conceptuales, ya constituidas o que sentimos que comienzan a brotar, y que renuevan a profundidad el pensamiento sobre organización, para hacerlo capaz de administrar sistemas ya esencialmente complejos.

Sin embargo, antes de entrar en detalle, desde el principio deben aportarse dos precisiones a propósito de la relación entre organización y electrónica del taller.

La primera consiste en recordar claramente que si el autómata, el robot o la calculadora son indiscutiblemente soportes –a veces poderosos- para volver operativas nuevas organizaciones (tratándose por ejemplo de las puesta en práctica de nuevos principios en materia de organización de los flujos y de las transferencias, de conexiones entre máquinas y líneas de producción, o de la administración de las compras...), en ningún caso constituyen sustitutos de la actividad propiamente conceptual en que consiste el acto de concebir una organización del trabajo y de la producción. Taylor y posteriormente Ford fueron importantes por sus aportaciones en conceptos, o si se prefiere por sus innovaciones organizacionales. El taylorismo, independientemente de las mil y una aplicaciones a las que dio lugar a partir del tríptico: especialización de las funciones, fragmentación de las tareas y medición de tiempos y movimientos, hizo posible y utilizable para todos el concepto de organización del trabajo en tiempo asignado. A través del principio de la transportación mecánica de las piezas a lo largo de líneas concebidas para resguardar operaciones sucesivas, Ford aporta el concepto de tiempo impuesto.

Así pues, que las cosas queden claras. Hay que distinguir cuidadosamente las innovaciones organizacionales de las innovaciones tecnológicas, y esta distinción esencial constituye una de las claves de la lectura fundamental que pretende aportar esta obra a la interpretación que propone de los cambios en curso.

La segunda precisión que deseamos aportar consiste en recordar que, en la concatenación de mutaciones a la que asistimos, las innovaciones organizacionales han precedido a las innovaciones tecnológicas. Siempre y cuando al menos, como es el caso aquí, por innovaciones tecnológicas se entienda generaciones de medios de trabajo que incorporan la electrónica.

En efecto fue desde fines de la década de los sesenta, como respuesta directa a la crisis del taylorismo, cuando por iniciativa de las empresas, se desarolló un intenso movimiento de experimentación y de investigación, cuyo objetivo era disminuir la vulnerabillidad de la cadena demontaje al ausentismo, al turn-over y más generalmente a las diferentes formas, larvadas o abiertas, de resistencia obrera.

Era la época llamada “de la humanización del trabajo”, bandera bajo la cual se desarrollaron mil y una innovaciones, y prácticamente en todos los países del capitalismo avanzado. A la distancia, debemos reconsiderar esta época y este episodio para apreciarlos en su justa medida. Desde ese punto de vista, hay que decir dos cosas.

La primera es para recordar que, en cuanto al objetivo proclamado, poner fin al trabajo deshumanizado, fragmentado y repetitivo, el periodo termina con un completo fracaso. Si bien hoy hay menos obreros especializados en el porcentaje de la población trabajadora, no debe imputarse en primer lugar a los métodos diversos de recomposición de las tareas, sino al desempleo que no ha dejado de extenderse, golpeando muy duramente a los sectores menos calificados y menos protegidos de la fuerza de trabajo social. Además, salvo raras y notables excepciones, a las que volveremos, allí mismo donde se intodujeron esas técnicas, ningún observador serio se atreve a sostener que la revolución anunciada de readaptación del trabajo “deshumanizado” verdaderamente tuvo lugar.

Sin embargo, y es el segundo punto sobre el que hay que insistir, si bien el trabajo manual no ha sido revalorizado, por uno de esos rodeos que acostumbra la historia, la herencia que nos viene de este periodo no por ello deja de ser de considerable alcance. En efecto, el periodo lega el hecho –que hará época y en el cual viviremos aún mucho tiempo- de que nuevas pericias en materia de organización se constituyeron, desfasadas y a veces opuestas a los preceptos canónicos del taylorismo y del fordismo. Una nueva cultura técnica de empresa nació. Desde luego no surgió de la nada. Georges Friedman informa cómo, desde la década de los cincuenta, se habían realizado experiencias de reorganización de las tareas en la industria estadunidense. En la década de los sesenta, el enfoque llamado sociotécnico abría por su parte fórmulas inéditas a la experimentación. Sin embargo, con el impulso de las luchas de los obreros especializados, la amenaza permanente de ruptura que significaban, al comienzo de la década de los setenta se da un cambio brusco. Y las investigaciones sobre organización del trabajo “dan luz” finalmente a nuevos principios, a nuevos conceptos.

Vayamos a lo esencial. Más allá del detalle de los experimentos y de su diversidad, se constituye un nuevo concepto general de organización –postayloriano- para la producción de muy grandes volúmenes, es decir allí donde las rigideces parecían ser más ineludibles. Descansa sobre tres principios interdependientes:

* distribuir el trabajo, ya no en puestos individuales y tareas fragmentadas, sino en“islotes” de trabajadores, en pequeños grupos que administran un conjunto homogéneo de tareas;

* romper el carácter unidimensional de las líneas de montaje y de fabricación, para concebir el taller como una red de minilíneas entre las cuales circula el producto siguiendo trayectorias que se han vuelto complejas;

* finalmente, remplazar la banda transportadora de ritmo fijo por carretillas que se desplazan por la red con ritmos flexibles, y capaces de elegir –gracias a un sistema guiado por cables- en todo lo concerniente a tareas estándar, el alistamiento hacia las líneas correspondientes, o en lo tocante a tareas específicas, de encaminarse hacia las partes de la red especialmente concebidas para ellas. En pocas palabras, pasamos de líneas unidimensionales de ritmos rígidos a organizaciones multidimensionales, en red y ritmos flexibles.

Pongamos los puntos sobre la ies. Eso no tiene nada de “tecnológico”. La innovación descrita aquí es, en esencia y principio, puramente organizacional. Prueba de lo cual es el hecho de que las primeras experimentaciones en ese sentido –de lo cual la fábrica Volvo de Kalmar constituye un arquetipo muy estudiado- son muy anteriores a la era de la informática industrial. Como mostraremos en detalle más tarde, esas experiencias apoyadas en conceptos nuevos liberarán un enorme potencial de productividad y, digámoslo, de flexibilidad en las organizaciones productivas. Sobre todo, es en ese tipo de base productiva donde la electrónica, que llega un poco más tarde, dará su plena medida. A partir de conceptos taylorianos, en esencia la electrónica sólo había contribuido a una rigidez suplementaria del taller.

De esta manera, sostendremos que es una nueva ingeniería organizacional la que se ha constituido allí. Con el tiempo no cesará de alimentarse en las fuentes y los orígenes más variados, recibiendo sobre todo la aportación de los conceptos de la tecnología de grupo. Hoy, llegado el tiempo del “modelo japonés”, la que opera es la revolución de “justo a tiempo” y de las organizaciones de “flujos tensos”, modificando lo que aún quedaba de los credos clásicos de la escuela estadunidense tayloriana y fordiana.

Esa renovación, esencial, de las bases y de las habilidades en organización que, como hemos visto, obedece a una historia propia, en busca de nuevos soportes para el ahorro de tiempo y la ganancia de productividad, es mucho más poderosa y vigorosa, pues se encuentra hoy atrapada en otra historia, otro recorrido que le es afín, el de las formas de competencia. Se esboza así un juego de figuras complementarias.

Todo había comenzado con una secuencia propia y acusadamente singular que el taylorismo había encadenado y asociado: la producción de grandes volúmenes y la competencia por las cantidades y los costos. La larga crisis que se despliega ante nuestros ojos, la inestabilidad –que ha vuelto a hacerse del crecimiento y de la acumulación- han hecho resurgir la incertidumbre y la imprevisibilidad como horizonte permanente. Las condiciones de la presencia o de la reproducción de la empresa en el mercado, y a fortiori de su crecimiento, se han modificado. Desde ahora, estar presente significa ser capaz de responder a una situación de demanda ampliamente imprevisible tanto en cantidad como en calidad. Tras la era fordiana de los productos estandarizados fabricados en serie, he aquí la era de lo poco, la era de la calidad y de la diferenciación.

1. PRODUCTOS Y MERCADOS: EL AUMENTO DE LA CALIDAD Y DE LA DIFERENCIACIÓN

Situémonos del lado de la empresa individual. Cualquiera que sea su colocación o su parte de mercado, en cualquier sector que opere, poco a poco se afirmará una novedad, para imponerse finalmente como una verdad esencial de nuestro tiempo. Ese cambio radical de situación, ya enteramente consumado a principios de la década de los ochenta, cabe en una proposición única: la era de la producción en serie de productos indiferenciados ha terminado.

Sin embargo, esta proposición radical, que por supuesto hemos decidido presentar como tal, no debe conducirnos a conclusiones o interpretaciones apresuradas. Por esto, desde el principio es necesario hacer una precisión que vale igualmente como advertencia.

No es la producción en serie como tal la que está condenada, sino la producción en serie de productos indiferenciados. Volveremos a ello ampliamente: demasiadas ventajas económicas están ligadas a la producción de grandes o muy grandes volúmenes como para que pueda pensarse que sea abandonada. No obstante, en adelante debe aceptarse un nuevo desafío: conjugar grandes volúmenes y producción por lotes de mercancías especificadas. Desde ahora este apremio y este desafío son universales, y conciernen tanto a las empresas de los sectores tradicionales de demanda estancada o decreciente como a las dedicadas a la fabricación de productos nuevos, en los sectores donde la demanda es creciente y donde la innovación de procedimientos o de productos se ha vuelto casi permanente.

Las causas de esta situación son múltiples y con frecuencia interdependientes. En cuanto al fondo, se reducen a las condiciones nuevas creadas por la apertura recíproac de las diferentes economías nacionales en un momento en que en los grandes países de crecimiento fordiano canónico, los mercados de base de equipo básico están relativamente saturados. En efecto, en la década de los setenta el crecimiento se hace más lento, más inestable, mientras que la competencia se vuelve más compleja, y los mercados están sometidos a un proceso de fragmentación y segmentación en componentes específicos. Explicitar un poco esas nuevas dimensiones, nos permitirá delimitar mejor los contornos del paisaje al que desde ahora deben enfrentar los agentes.

Para apreciar la significación de ese paso a la era de la diferenciación, hay que partir del hecho de que desde la década de los setenta en la mayoría de los sectores de la producción en serie de productos terminados (automóviles,electrodomésticos, bienes de equipo de los hogares...), pero también de productos intermedios (siderurgia, petroquímica, vidrio...), los mercados, que eran globalmente solicitantes (es decir que las empresas tenían los mercados garantizados, pues la demanda era sin cesar potencialmente superior a la oferta), se invirtieron para volverse globalmente oferentes: con frecuencia las capacidades instaladas se han vuelto superiores a las demandas solventes. De esta manera, en el momento mismo en que los oferentes reales o potenciales se multiplican, y en el que se vuelven complejas las condiciones de competencia, el crecimiento mundial se hace a la vez más lento e inestable. En el caso de los grandes fabricantes de productos industriales, los bienes destinados a la exportación ocupan una parte permanentemente creciente de la actividad interior. De ello resulta que la estrategia de crecimiento de las empresas, por disminución de los costos, mediante efectos de dimensión y búsqueda sistemática de economía de escala, llega aquí a un límite verdadero. Alimentar un mercado, conquistar uno nuevo, desde ahora exige conciliar menor costo con una política de productos que permita –por adaptación o por anticipación- captar círculos de consumidores especificados y cuyas demandas estén determinadas.

Lo que sucede es que, durante el período de la edad de oro del fordismo y del crecimiento regular del poder de compra, el sector asalariado se extendió y se hizo complejo, ocasionando una multiplicación de las categorías y de los segmentos del mercado de trabajo, y formando de esta manera una demanda mucho más diferenciada que en el pasado. En el caso de un mismo producto de base, las características esperadas para cada categoría de consumidor se vuelven particulares y especificadas. Para decirlo en una palabra, poderosas fuerzas convergen de diferentes vertientes para asegurar al valor de uso de los bienes una importancia y una atención renovadas. La calidad del producto, su adecuación a normas técnicas o culturales extranjeras, o su adaptación a círculos especificados de consumidores, se convierten en condiciones esenciales de su penetración en los mercados. Además, si bien las presiones de producción en serie bajo costo se perpetúan, en adelante la oferta de productos deberá ser capaz también de hacer frente a la diferenciación de la demanda. Una política del valor de uso deberá ser constitutiva de la propia estrategia de producción. Dos ejemplos elegidos a propósito en dos sectores de producción en serie de características muy diferentes premitirán ilustrar lo dicho. En la industria automotriz por ejemplo, para un modelo de base (el R5 de la empresa Renault o el Ford “Fiesta”...), existe en promedio un centenar de variantes, según las opciones, las especificaciones, o las normas de exportación.

¡Qué lejos está el tiempo en que Ford, desde lo alto de su soberbia, podía tranquilamente anuncia: “Los clientes tendrán un auto del color que quieran, ¡siempre y cuando lo quieran negro!...”

En resumen, no todo lo concerniente al avance de la diferenciación es sencillo. Y no todo es imputable sólo al comportamiento de los consumidores. Se trata, en la misma medida, de estrategias de oferta. Hace ya mucho tiempo, el gran economista estadunidense Chamberlin construía una teoría entera sobre las formas de competencia a partir de la idea de productos diferenciados no directa e inmediatamente sustituibles unos por otros. De ello deducía también estrategia de empresas basadas en la diferenciación y la búsqueda por parte de las empresas de ingresos monopolístico de (sobre)ganancia, aunque estos sólo debían ser –en la mayoría de los casos- pasajeros o efímeros.

Ya se trata del mercado interior o del mercado mundial, se ha verificado una mutación central: con el surgimiento de nuevos comportamientos de consumo, marcados con el sello de la diferenciación, se abren paso nuevas formas de competencia. Éstas se refieren tanto a la naturaleza y la “calidad” de los productos como a los costos.

Las consecuencias de semejante tipo de situación, sobre las estructuras de producción, son considerables. La consolidación de esas nuevas normas de competencia, que vienen a añadirse a los límites sociales alcanzados por el taylorismo y el fordismo, consuma definitivamente la muerte de los sistemas rígidos de grandes volúmenes de productos estandarizados. De ello resulta la necesidad de líneas flexibles de producción. Flexibles, es decir capaces de fabricar sin una mayor reorganización produtos diferentes, a partir de una misma organización básica de los equipos y con una reducida demora de ajuste. A una demanda que se ha vuelto inestable, a veces volátil y siempre diferenciada, hay que hacer corresponder líneas de producción que garanticen a la oferta esta misma capacidad de adaptarse y diferenciarse.

Por lo tanto y en este contexto, se comprende que los diseñadores busquen y desarrollen sistemáticamente algunas potencialidades presentadas por los nuevos medios de trabajo, en particular las de ser programables para diferentes series de operaciones, que se traducen en características o formas diferentes de las materias trabajadas o de los productos fabricados. La posibilidad que ofrece la electrónica de aportar a la líneas de producción la flexibilidad y la adaptabilidad requeridas por el carácter ya esencialmente aleatorio de los mercados, las dota de un atributo irremplazable.

3.TECNOLOGÍAS: UN VERDADERO “SISTEMA TÉCNICO”

Finalmente, hay una tercera historia que hay que recordar para remontarnos a los orígenes y terminar de esbozar los contornos de la coyuntura nueva en la que hemos entrado. Es la coyuntura conjunta de la microcomputadora y la informática.

Fue contada muchas veces. Con talento y convicción o de la peor manera. Pero, a distancia, para quien la ha examinado un poco, con el privilgio del tiempo transcurrido y la percepción por todas partes manifiesta de sus efectos, qué difícil resulta escapar de la fascinación... A fines de la década de los sesenta y a comienzos de la de los setenta, un puñado de hombres lo lograron: aprisionar en algunos gramos de silicio un poder de cálculo en el que diez años antes nadie se ahbría atrevido siquiera a soñar. Además, este poder está basado en una capacidad de tratamiento lógico programable y reprogramable. En 1971 nació la microcomputadora, verdadero corazón y centro nervoso de las máquias modernas. Y rápidamente, con el dominio consolidado de la técnica de las microcomputadoras un poco de irreversible entre en el mundo de la técnica y, por una serie de contagios importantes en el mundo a secas.

En efecto, en torno a la microcomputadora y a la computadora, en la interfase de la electrónica, de la informática y de las telecomunicaciones, un florecimiento de objetos técnicos inéditos, hecho de procedimientos o de productos, lentamente invade el mundo material o teje en secreto la redes de lo inmaterial. Como sólo sucede una vez en siglos, alrededor de lo que se ha convenido ya en llamar “las tecnologías de la información”, una revolución está en curso.

Demos un paso y designemos las cosas por su concepto. En el sentido tan particular y preciso que Bertrand Gille daba a esos términos cuando examinaba el destino de la máquina de vapor en el último tercio del siglo XVIII, ya es posible sostener la tesis de que con la microcomputadora y la computadora, asistimos a la consolidación progresiva de una “sistema técnico”. Si razonamos por analogía con lo que fue la caracterización de Bertrand Gille, encontramos –tanto en superficie como en profundidad- todos los elementos constitutivos de un sistema técnico.

En efecto, a partir de una lectura del maestro historiador de la técnica, podemos reconstituir la lista de los rasgos esenciales constitutivos de un sistema técnico, y verificar que las tecnologías de la información se encuentran en el origen de una mutación comparable a la inaugurada por el vapor.

Siguiendo a Bertrando Gille, y asumiendo el riesgo de simplificar un poco una reflexión y una conceptualización que se han apoyado en décadas de investigación intensa y apasionada, diremos que la definición del concepto de “sistema técnico” puede obtenerse en la encrucijada de algunas proposiciones centrales.

Procediendo de lo general a lo particular, diremos que un sistema técnico se constituye cuando, a partir de un punto y de un estado dados del conocimiento científico y técnico, se desarrolla una línea acumulativa de actividad que termina por dar nacimiento a conjuntos técnicos de vocación “genérica”. A éstos sólo se los considera tales si cumplen por lo menos con dos condiciones. En primer lugar deben permitir un salto considerable de la productividad humana del trabajo; luego deben poseer un carácter eminentemente “transversal”, es decir, aplicarse a una gran variedad de condiciones de producción y de valor de uso.

A partir de esas tecnologías, centrales o genéricas, asistimos entonces a efectos de contagio entre tecnologías centrales y tecnologías “locales” o periféricas, materializándose sin cesar fecundaciones recíprocas entre el corazón y la periferia, lo cual da como resultado el dinamismo del sistema, su capacidad para autodesarrollarse.

De los rasgos que acabamos de recordar, se deduce que entre las tecnologías centrales y las tecnologías locales o periféricas existe cierta “coherencia” (de allí la designación del conjunto como un “sistema” que establece vínculos entre las partes), pero una coherencia siempre inestable y como amenazada: los descubrimientos no se hacen a los mismos ritmos en los diferentes puntos del sistema, y la difusión de las innovaciones se realiza de manera desigualmente rápida y densa. Ese fenómeno, que constituye de alguna manera la ley “dinámica” del sistema (su ley de crecimiento y desarrollo), es también el que permite dar cuenta de las modalidades de su rebasamiento y de su eventual cambio hacia otro sistema técnico. Éste ocurre si en un punto –al principio un punto “periférico” del sistema- se acumulan innovaciones y descubrimientos tales que el nuevo conjunto aún “local” adquiere, por contagios sucesivos, vocación de volverse a su vez central y transversal. Asegurando un nuevo salto en los progresos de la productividad humana del trabajo...

DOS SISTEMAS TÉCNICOS INDUSTRIALES

Del vapor (1750-1800)...

acá va el gráfico 1

A partir de este cuadro conceptual, conocemos la formidable ilustración dada por Bertrand Gille, a propósito de las tecnologías derivadas del vapor en lo que él mismo ha designado “sistema técnico de la revolución industrial”. Encontraremos en el cuadro de la siguiente página el esquema de conjunto concebido, por él mismo, para representar ese sistema.

... a las técnicas de la información (1975-2000)

acá va el gráfico 2

La tesis que quiseramos someter aquí a discusión es que en torno a la microcomputadora y a la computadora, en este conjunto que designamos con el nombre de tecnologías de la información, está en proceso de formación y de desarrollo el “corazón” de un nuevo sistema. Todas las condiciones enunciadas por Bertrand Gille, y que acabamos de recordar brevemente, parecen ya lo bastante reunidas como para que la tesis pueda ser sostenida.

Formado en lo que hace apenas treinta años no era más que una incierta periferia, terreno baldío para experimentos casi artesanales, en la época en que la electrónica era aún la de los tubos catódicos, se dio un cruce de habilidades que por fecundación recíproca procuró la expansión de una línea tecnológica que reveló tener una fuerza formidable. En la encrucijada de las tecnologías de la comunicación, de la informática y de la electrónica, en estrecha relación con los progresos realizados por los diseñadores de máquinas de cálculo y de máquinas industriales para tratamiento de metales, se constituyó un “corazón” nuevo, un corazón que no deja de extender su influencia a todas las esferas de la actividad de concepción y de fabricación de valores de uso. Mejor aún, ya no se conforma con penetrar en los sectores industriales tal como han sido heredados del precedente sistema técnico alterando con más o menos fuerza sus fronteras. En muchos casos, ese corazón ha originado sectores de producción nuevos que, punto relevante, también son aquellos que cuentan con las tasas de crecimiento más rápidas registradas en este fin de siglo XX. Las perspectivas de desarrollo futuro son tan considerables que las direcciones mismas que se sigan aún parecen ser ampliamente imprevisibles: ¿quién puede indicar, con alguna precisión, lo que será la fecundidad recíproca entre los nuevos “híbridos” científicos y técnicos, que son los productos de la optoelectrónica, y de los nuevos materiales obtenidos a partir de las cerámicas o de los polímeros industriales...?

Así pues, dejemos a la historia en sus marmitas. En efecto, nuestro tema no tiene ninguna necesidad de hacerlas hervir demasiado. En el terreno que nos ocupa, el de las bases y los soportes de la producción industrial, el futuro ya se ha revelado ampliamente. Está dispuesto un nuevo “cuadrado mágico”. Desde su cuatro esquinas: la informática, la electrónica, las telecomunicaciones y la robótica (cf. gráfica p. 30), se teje una red nueva fuertemente interactiva de furezas productivas de inmensas potencialidades tanto en lo que concierne a los progresos en productividad de los que son portadoras, como en lo concerniente a la redefinición del contenido y la calidad de uso de los productos.

De esta manera el círculo se cierra: nuevos éxitos en organización, alternados o apoyados en una nueva generación de herramientas y soportes científicos y técnicos, actúan e interactúan en un contexto en el que la clásica producción en serie se encuentra conminada a hacer frente a la diferenciación de los comportamientos y a la incertidumbre –que se ha vuelto estructural- de los mercados... Los caracteres esenciales de la nueva coyuntura histórica abierta en este último tercio del siglo XX están allí.

Insistamos: en lo que acabamos de describir brevemente, sólo se trató de presenciar los acontecimientos de la nueva coyuntura. En efecto, es muy prematuro pronunciarse con respecto a las formas estabilizadas que puede revestir el modelo de crecimiento y de desarrollo que puede establecerse sobre la base de esos elementos nuevos. Aquí hay que recordar este hecho esencial: una revolución técnica jamás, y en ninguna parte, garantiza por sí sola el vigor y la estabilidad del crecimiento o la armonía del desarrollo social. Por el contrario, una revolución técnica opera tanto por destrucción como por construcción. Y de esta manera procedío en su tiempo la “revolución industrial”, engendrando por todas partes, en medio de las formidables riquezas recientemente acumuladas, un inmenso caos social. Hizo falta mucho tiempo –y muchas insurrecciones obreras- para que finalmente se organizaran ingenierías sociales para garantizar –y eso solamente de este lado del mundo- una estabilidad frágil y muy relativa.

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