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Educacion Ambiental


Enviado por   •  30 de Marzo de 2014  •  3.070 Palabras (13 Páginas)  •  191 Visitas

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Educación, medio ambiente y desarrollo sostenible

Fedro Carlos Guillén (*)

(*) Fedro Carlos Guillén Rodríguez ha realizado estudios de licenciatura en Biología y maestría en ciencias por la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autómona de México. Actualmente ejerce la docencia en la Universidad Iberoamericana y en el Instituto Nacional ee Administración Pública (México) y es director de Educación Ambiental de la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca de dicho país. Ha participado en diversos proyectos educativos, entre ellos la creación del Museo de las Ciencias, y en la coordinación general del equipo que elaboró los planes y programas de Ciencias Naturales para Educación primaria, y Biología para secundaria, en el marco de la reforma educativa propuesta por la Secretaría de Educación Pública de México. Es autor de cinco libros, tanto de texto como de divulgación didáctica, y de numerosos artículos de divulgación científica.

El hombre del fin del milenio ha adquirido paulatinamente conciencia de que una época termina y por tanto se plantea dos opciones inequívocas: por un lado, continuar con modelos de desarrollo en los que los procesos económicos prevalecen y marcan las líneas de explotación de los recursos y los hábitos de consumo, o -en necesario contraste-, entender que si alguna dictadura debe existir en el próximo siglo es la ambiental -considerada como una dimensión que trasciende su contexto ecológico e integra ámbitos que tradicionalmente se han fragmentado, como lo político, lo social y lo económico. La crisis global y sus saldos de miseria y devastación debe ser entendida como una oportunidad para transitar hacia otro modelo de relación entre los hombres y su ambiente.

Prácticamente para nadie es un secreto que el mundo en el que vivimos enfrenta una serie de problemas ambientales que parecen perfilar una catástrofe: fenómenos de cambio climático comprometen los niveles productivos, la capa de ozono ha sufrido un adelgazamiento alarmante, día a día la biodiversidad mundial disminuye y estamos conduciendo a las pocas especies que utilizamos a patrones de agotamiento genético (sólo 30 del total conocido nos ofrecen el 85% de nuestros alimentos). El suelo fértil y la cubierta vegetal pierden terreno. Cada año, por ejemplo, se desertifican 7 millones de hectáreas en el planeta. Eso no es todo: el agua potable es cada vez más escasa y los desechos peligrosos se depositan en lugares inadecuados ocasionando enormes problemas de salud. Sólo en México se producen diariamente 80.000 toneladas de residuos de los cuales se recicla únicamente el 6%.

Estos problemas deben ser ubicados necesariamente dentro de un contexto de crisis global que perfila el fin de una época: los bloques de poder, que dominaron el siglo XX, se han reconstituido dramáticamente; los valores sociales se enfrentan a propuestas (sin duda legítimas) de grupos que tradicionalmente han sido descritos como «minorías»; los modelos de liberalización económica arrojan un saldo brutal de pobreza que, en los países del sur, se ve agravado por un círculo vicioso de miseria y devastación de recursos; en una cantidad preocupante de países han tenido lugar procesos separatistas y las propuestas políticas parecen comprometidas con criterios y ofertas coyunturales de corto plazo que permiten a sus promotores el acceso al poder.

Desde luego, no es la primera vez que el hombre enfrenta procesos críticos. La historia nos arroja muchos ejemplos de civilizaciones esplendorosas que declinaron vertiginosamente. En México, por ejemplo, la civilización maya logró erigirse en un imperio caracterizado por sus notables avances. Sin embargo, alrededor del siglo VIII de nuestra era, los mayas que se encontraban en el punto más alto de su desarrollo imperial se eclipsaron misteriosamente. Una de las posibles explicaciones que llevó a esta caída ha sido sugerida por investigadores de la Universidad de Florida que señalan que en esta época se presentó un cambio climático que tuvo como efecto sequías terribles y, en consecuencia, malas cosechas que determinaron la migración de los mayas a otras zonas. Evidentemente existen toques de similitud entre ese problema y el que hoy enfrentamos. Pero hay una diferencia esencial: el hombre moderno ya no tiene adonde ir. Esto nos plantea un problema inédito: el de la sobrevivencia. Nunca como ahora el mundo se ha encontrado en un riesgo tal.

Aceptemos para los propósitos de esta presentación que paradigma es un modo social dominante y que el conocimiento, la manera en que se genera y la forma en que percibimos el mundo está determinada por esta estructura (que desde la perspectiva de Kuhn y en el contexto de la evolución del conocimiento científico se modifica por medio de un proceso revolucionario en el que las formas dominantes ya no son satisfactorias). Resulta claro que la racionalidad científico-tecnológica se ha erigido sin disputa alguna como la forma en que los hombres validan sus procesos de desarrollo. Un presupuesto esencial de este paradigma es el del ambiente como un sistema que es necesario conocer y dominar en nuestro beneficio. La modernidad, entendida como un proceso de racionalización (que no racionalidad) creciente, ha cerrado espacios a formas alternativas de entender la naturaleza. La globalización de este proceso crea una visión en la que el progreso y el desarrollo son fuerzas totalizadoras y los matices culturales son ignorados en el mejor de los casos o aplastados en el peor. La imagen de alguien que no puede entender que las poblaciones indígenas se «niegan a progresar» ilustra esta tendencia.

La década de los sesenta marcó un cambio en la actitud de la sociedad frente a muy diversos asuntos: la ruptura de los jóvenes con formas establecidas, las reivindicaciones femeninas respecto de sus derechos, las crisis estudiantiles y la preocupación creciente por la degradación ambiental fueron sólo algunas muestras. Los espacios tradicionalmente ocupados por especialistas se convirtieron en asuntos de discusión pública. El apocalíptico informe del Club de Roma en 1972 marcó una pauta en la que por primera vez se establecieron las posibles consecuencias ambientales asociadas al crecimiento de las poblaciones y de sus estilos de desarrollo. Pese a las

(muy válidas) críticas recibidas, el informe abrió una puerta institucional para abordar el problema, y en el mismo año se celebró la Conferencia de Estocolmo para el medio humano en la que representantes de diversos países plantearon asuntos relacionados con los nexos entre el hombre y su ambiente. El camino estaba abierto: la Organización de las Naciones Unidas creó el PNUMA en 1982 y en 1987 la Comisión Brundtland publicó su hoy casi legendario informe

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