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Rosas Y Su Poder Argentino

Crisnahu3 de Noviembre de 2013

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Marzo de 1835, Quiroga y su comitiva han sido asesinados en la posta de Barranca-Yaco, cuando regresaban de su viaje. En el mundo federal hay pánico

Se reúne la legislatura. Maza no quiere conservar el mando. No hay una persona que no comprenda la necesidad de poner el gobierno en manos de Rosas. Los diputados, interpretando el deseo de toda la población y el propio, nombran gobernador a Juan Manuel de Rosas

No se trata de las facultades extraordinarias sino de mucho más. Buenos Aires quiere que Juan Manuel de Rosas, único hombre en quien cree, mande el solo, que el solo legisle y haga justicia, que encarcele y destierre y fusile cuando lo considere necesario.

El solicita unos días para contestar. Carteles en las paredes piden orden y ruegan a Rosas que no abandone a sus amigos a la saña de los unitarios. Su respuesta es la de un demócrata: quiere que el pueblo vote si esta conforme o no con la suma del poder publico.

Todos votan afirmativamente, también sus adversarios votaron como todos; Domingo Sarmiento dirá más tarde que “nunca hubo un gobierno mas popular, mas deseado”.

Juan Manuel de Rosas acepta ahora el cargo de gobernador. Acepta el desafío de los unitarios y se dispone para salvar al país, Buenos Aires lo celebra con gran júbilo; el pueblo celebra el triunfo con canciones

Es el 13 de abril de 1833. Juan Manuel de Rosas va a asumir de nuevo el mando. Buenos Aires se ha arrojado a las calles para aclamar a quien será su “amo”.

Inmensa popularidad la de Rosas. Ricos y pobres, señorones y plebeyos, hombres y mujeres, todos lo admiran. Juan Manuel de Rosas, de frac azul e insignias militares, llega a la Legislatura acompañado por los generales Pinedo y Mansilla. Mientras jura, veinticinco individuos de azul oscuro y chaleco rojo desatan los caballos del carruaje y reemplazan los tiros con cordones de color punzó.

Mientras tanto, en las casas de los federales se festeja el retorno de Rosas al poder. Esto significa para ellos la seguridad de las vidas y las propiedades, el fin de los temores, el orden y la paz.

Ya está de nuevo en el poder Juan Manuel de Rosas. Unitarios y cismáticos empiezan a temer.

Por esos días, una numerosa y fuerte columna trama, no sólo revoluciones, sino la unión del país. Por una carta de un conspicuo unitario mendocino, se sabe que una comisión enviada por4 Mendoza y San Juan a Chile ha regresado con “la resolución de aquellas provincias a esta República”. Cree el mendocino que Chile no rechazaría la solicitud, porque la agregación de esas provincias argentinas no le traería la guerra. Felizmente, Diego Portales, el dictador de Chile, no acepto el ofrecimiento de los unitarios. Al responder a los comisionados les había dicho que “delante de esa traición comprendía que Quiroga fuese un héroe y que bien merecían sus paisanos estar al filo de su sable”. Y en cambio mando a Buenos Aires un ministro, que revela a Rosas el entendimiento de sus enemigos con el dictador de Bolivia, general Santa Cruz, contra el cual la Argentina y Chile poco después hablaran sobre una posible alianza.

Y comienzan las destituciones. Rosas, que en su primer gobierno dejo a casi todos los empleados en sus puestos; médicos eminentes, que son profesores de la Facultad de Medicina; curas y capellanes, cuya destitución pide a la Curia; empleados del Correo, de la Aduana, de la Caja de Ahorros, del Resguardo, todos quedan en la calle. Son borrados de la lista militar, en tres decretos, once coroneles, veintidós tenientes coroneles, veintiséis sargentos mayores y ciento ocho oficiales. Otro decreto no solo da de baja a veintiséis oficiales “por haber traicionado la causa nacional de la Federación”, sino que los suprime de la lista civil, les retira los despachos y los enrola como soldados en el cuerpo al que pertenecen. Y en su venganza contra los cismáticos, que él cree ser justicia estricta, llega hasta quitar la jubilación a algunos retirados. Odia más que los unitarios a los cismáticos, que han destruido casi toda su obra de gobierno.

Rosas aspira a unificar al país, y por eso también quiere quitar toda influencia a aquellos que atentan contra la unidad, a los fomentadores de discordias. Los propósitos de paz son indudables: he ahí su decreto del 20 de mayo, aboliendo “para siempre” la pena de confiscación. Asombró esta generosidad, ya que los unitarios han confiscado muchas veces los bienes de los federales.

Como todos los grandes creadores de naciones, Rosas sabe que es necesario unir a sus compatriotas. Muchos senderos conducen a esta deseada unión, y Rosas va a utilizarlos.

La divisa federal, símbolo de la causa, es un eficaz medio de unión. Lo mismo el color rojo. Se impuso oficialmente, durante el anterior gobierno de Rosas, por una angosta cintita análoga a la de la Legión de Honor, de los franceses, y que sólo se obligó a llevar a los empleados y a los profesionales. Ahora se universaliza su uso. Hasta las viudas, al cobrar su pensión, deberán tener puesta la divisa. El rojo se lleva ya en los chalecos. Poco a poco todo se irá enrojeciendo. Y la ciudad llegará a estar casi entera pintada de roja, es decir, los zócalos, puertas y ventanas, pues no eran muchas las casas íntegramente coloradas.

A fines de mayo, ordena usar la cinta punzó a los preceptores, los empleados y los niños de las escuelas públicas y particulares. Se funda la prescripción, como dice la circular al Inspector general de escuelas, en que la divisa punzó es “una señal de fidelidad a la causa del orden, de la tranquilidad y del bienestar de los hijos de la tierra bajo este sistema federal, y un testimonio y confesión pública del triunfo de esta sagrada causa en toda la extensión de la República y un signo de confraternidad entre los argentinos”.

En enero de 1836, resolverá que nadie obtenga el título universitario sin una información sumaria de “haber sido y ser notoriamente adicto a la causa nacional de la Federación”. En este decreto hay algo trascendental: el bautismo de nuestra patria. La Argentina no tenía un nombre. Rosas se lo ha dado: Confederación Argentina. El quiere, convencido como está de haber organizado al país bajo la forma federal, que esas palabras se pongan al fechar las notas y solicitudes; y se contará el año desde 1830, en que fija el nacimiento de la Confederación.

Rosas está resuelto a proceder con violencia contra los enemigo del orden. Cree que los unitarios se han introducido entre los federales y que influyan en algunos gobiernos y hasta dirigen los asuntos públicos. Sin proceso previo, fusila el 28 de mayo en los cuarteles de la Guardia del Monte al teniente coronel Miguel Miranda y al sargento Gatica; y el 29 de mayo, en la plaza del Retiro, al coronel Paulino Rojas. Mueren por el delito de traición a la patria y a la Santa Causa Nacional de la Federación y por haber intentado, con los unitarios, asesinar a Rosas, durante la expedición al desierto. Miranda era uno de aquellos cabecillas que en 1829, cuando la guerra restauradora, se levantaran contra Lavalle y se convirtieron en hombres de Rosas; tal vez a Miranda le hablaron los enemigos de Rosas y él no rehusó las conversaciones. Y Rosas, para el cual media palabra es ya un delito consumado.

Rosas ha triunfado. En ocho meses ha trastornado el cielo y la tierra para tener a los delincuentes bajo su mano. Ha movido a los gobernantes de casi todas las provincias. Ha aislado, cercado y bloqueado a Córdoba, para obligarla a decidirse. Ha vencido de las vacilaciones a Estanislao López y de las actitudes ambiguas de los gobernantes cordobeses, que no querían, o no se atrevían, por temor a los Reinafé, a hacer justicia. Su poder ha salido abultadamente agrandado de estos apasionantes episodios. Ahora los gobernantes saben lo que puede ocurrirles en el caso de que alguna vez resistan a la voluntad poderosa del Restaurador de las Leyes.

Al acercarse el 9 de julio, aniversario de la declaración de la Independencia, Rosas, en un decreto, tendenciosamente olvidado por la historia oficial, declara fiesta patria ese día, que Rivadavia lo hizo apenas feriado. “Festivo de ambos preceptos”, ordena Rosas, es decir, se oirá misa y no se trabajará. Los considerándoos son magníficos de sentimiento patriótico y religioso.

Rosas continúa su obra religiosa y moralizadora. En su primer mensaje asegura que “se propuso despertar de varios modos los sentimientos sublimes de la piedad y religión, como bases inmutables de la moral y las costumbres y como origen inagotable de consuelo en la adversidad”.

Rosas participa con algunos amigos en el primer carnaval que sigue a su decreto Así demuestra al pueblo que no es enemigo de la fiesta, que solo ha querido quitarle lo que tiene de desagradable para un pueblo civilizado. También ha querido evitar, con su presencia, las infracciones a sus reglamentos.

Es tan abultado el castigo en relación a la falta, que cuesta ver en estas resoluciones el solo afán moralizador. Probablemente Rosas busca conseguir soldados para sus ejércitos Igualmente revela Rosas su despotismo en el decreto en que prohíbe toda comunicación epistolar, o de otra clase, directa o indirectamente, por sí o por interpósita persona, con el canónigo Don Pedro emigrado en Montevideo y enemigo suyo.

Rosas es hombre de poderosa imaginación y un extremo quisquilloso. Tal vez porque llego al gobierno sin haber actuado en política, o porque jamás fue realmente combatido, el caso es que no soporta el menor ataque, ni un disentimiento notable con convicciones, y que en cualquier palabra ve graves peligros para la patria.

La

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