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Un Zarpazo Al Perú El Verdadero Sentir De Una Recia Mujer Y Su Mala Costumbre De Andar.


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  2.649 Palabras (11 Páginas)  •  360 Visitas

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MARNELY KORINA HOLGUIN CARRION

Un zarpazo al Perú

El verdadero sentir de una recia mujer y

su mala costumbre de andar.

A mis mejores amigos, Dios y sus ángeles.

“La identidad cultural y las costumbres, si no se transforman están condenadas a morir”.

JUAN MARTIN BARBEROS

COLOMBIANO

Todo empieza por amor a la patria, pero ¿Podremos ser altruistas con la nación? Como el buen recuerdo que guardamos, siempre amontonamos experiencias y desalientos, como aquel aplauso frustrado que nunca nos dieron por levantar un papel del suelo, y tirarlo al bote del sancocho.

Así vive el peruano, resentido y cabizbajo, que ahora es lo mismo que decir carajo. La ira te embarga y… ahí vas yendo con el corazón desanimado, camina, resiste, te desconectas y conectas, poniéndote de pie, resurges aunque aquel aplauso, nunca llegue. Una gloria robada o quizás una idea creativa que nunca nadie conoció.

No existe el amor al Perú, sin presencia del chauvinismo, la hipocresía hecha patria. Es el auténtico sentir de los peruanos que se condensa en los años y estimula al llanto sumiso, como quien mira la foto de su madre acabada.

MARNELY HOLGUÍN CARRIÓN

TODO EMPIEZA POR EL PRINCIPIO

La filosofía de un corazón inca

Dos hijos, tres libros y ningún árbol por plantar

La fría humedad y la neblina se despiertan madrugando a toda la ciudad. Eran las 6:00 a.m. y salía con una grabadora en la cartera, para devorarme los recorridos de Sonaly Tuesta; en medio de la avenida Brasil, y el frio adormecedor aparecía, después de dejar pasar el bus moradito en el que llegaba. Mi maquillaje era impecable, pero la garúa parecía desgarrarlo. Los tantos baches del camino hicieron que tambalee sobre mi taco punta aguja; el soroche despegaba para presenciarse en cualquier momento. La línea 10B que recorre, desde Villa El Salvador hasta el Centro de Lima, me dejaba muy cerca de mi objetivo. Todo anunciaba que el día sería perfecto, pero pronto mi puntualidad se hizo notar.

La cita fue a las 8.30 a.m. y esperé una hora en la puerta de la residencial conversando con Arturo, un amable piurano a cargo de la caceta de vigilancia de la residencial, el brown man, me contaba los maravillosos potajes de su tierra. Claro, esto no hubiese sido posible, si no me hubiese anticipado, y dicho, que venía a entrevistar a la reconocida periodista, conductora, productora, escritora y poeta Sonaly Tuesta.

Arturo Monjes nació de padres cusqueños y me cuenta con orgullo su vida en el campo; el chinguirito, el ceviche, los chifles se mezclan con la pachamanca, el adobo y la patasca, dejando brillar su canino dorado, que, se avista cuando sonríe con presunción. Sin duda todo un personaje y que guarda especial aprecio por la periodista. ––Casi las ocho y nadie me atendía-– ¿Sigue esperando señorita? me dice, mientras doy un bostezo inevitable que me sonroja en el acto.

La gente entra y sale, y no veo a Sonaly, llega la movilidad escolar y una decena de niños en efervescencia salen despavoridos, imaginé a Sonaly detrás de su hijo mayor, porque Santiaguito aún esta empezando a caminar. Después de la revuelta sale una mujer de rasgos pueblerinos con una falda celeste y sandalias, poco usual para tanto frío. Aproveché la desesperación y le pregunté si sabía como comunicarme con Sonaly Tuesta.

Ella muy amable y apuradísima me dijo que le avisaría luego de ir a comprar el pan. Mi expresión de gratitud era inexplicable, tanta espera daría frutos y quien sabe, hasta con desayuno incorporado. A los pocos minutos, me lleva con ella, hacia el departamento de la periodista. Entré por la puerta grande, lo paradójico fue que el lugar era chico, una sala comedor compartido, contrastes multicolores y paredes verde loro. Sonaly daba el desayuno a Santiaguito, una mesita con dos sillas me anunciaba que no habría espacio para mi, así es que me aseguré en la sala después de saludarla.

* * *

Aún en su casa y el frío se respira, Sonaly subestimando al tiempo, luce un polo color celeste con el hombro derecho al descubierto. Tan solo mirarla me da más frío. Sus cabellos negros se atan con una soguita, que parece sacado de algún costalillo pajoso o yute. Para sencilla, solo ella. Definitivamente mis tacos número siete punta aguja, ni mi abrigo azul cian encajaban en su humilde, colorido y casi místico hogar.

Fatalmente, corté la conversación, para preguntarle por las docenas de adornos que decoraban toda la pared de fondo, que hacía más festivo el panorama, mi asombro no podía esperar un minuto más. Pronto Santiaguito se exhibiría, coge el control remoto desde su silleta que lo ajusta contra la mesita y lo tira al suelo. “No, no por Dios, me rompes todo”.

–– ¡Mamá! (grita con un chillido agudo)

–– Ay, niño. ¿Por qué te portas mal? Sonia ven pronto por favor, llama a la nana y ésta entra de inmediato.

El niño mira a su madre con el llanto contenido, aún sollozante y estalla en una habitación contigua, que parecía ser la cocina. Ella advierte no me preocupara, acaso carecía de sensibilidad, para Sonaly era sin duda más importante mi presencia, era ese ojo fisgón que observaba todo y no quería perderse en ninguna pregunta. Ávida me escucha, siempre sonriente al final de una cuestión, su rostro terso y reluciente, indicaba que un baño de agua tibia me adelantó.

¿Cómo es que se puede reunir tanta cultura en una sola vista? ––le pregunté sin despegar los ojos del muro de reliquias vivientes–– mientras cogía adorno por adorno, ella me explicaba con exactitud cada procedencia, si era comprado u obsequiado por los lugareños, así como su significado, sus brazos dibujaban perfectamente los trazos sobre el espacio, abriendo enormemente los ojos como los párpados del búho blanco que nombra en una de sus

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