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PENSAMIENTO COMPEJO-. EDGAR MORIN

Julioo_25 de Agosto de 2013

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Pensamiento Complejo

Edgar Morín repetidas veces aclara que no pretende elaborar un sistema cerrado, sino proponer los elementos para ir desarrollándolos de manera crítica y en cierto sentido abierta a modificaciones.

Trataremos de hacer una presentación que respete el pensamiento del autor y sea muy accesible.

La palabra complejidad, más usada en el lenguaje corriente que en la ciencia, no tiene tras de sí una herencia noble, ni filosófica, ni científica o epistemológica, sino una pesada carga semántica ya que se la vincula con confusión, incertidumbre o desorden. Su primera definición no aporta mayor claridad: “es complejo aquello que no puede resumirse en una palabra maestra, aquello que no puede retrotraerse a una ley, aquello que no puede reducirse a una idea simple”. Lo complejo no puede resumirse en el término complejidad y ésta no puede definirse de manera simple. Por otra parte, el modo de pensar complejo no pretende reeditar la ambición del pensamiento simple de controlar y dominar lo real, sino que trata de dialogar, de negociar con lo real.

Morín cree necesario disipar dos ilusiones que alejan a los espíritus del problema del pensamiento complejo: la primera es creer que la complejidad conduce a la eliminación de la simplicidad. Mientras el pensamiento simplificador desintegra la complejidad, el pensamiento complejo integra todos los elementos que puedan aportar orden, claridad, distinción, precisión en el conocimiento, pero rechaza las consecuencias mutilantes, reduccionistas, unidimensionalizantes que puede producir una simplificación abusiva. El efecto de esta es ocultar todos los vínculos, las interactuaciones, las interferencias que hay en el mundo real.

La segunda ilusión a evitar es confundir complejidad con completud. Si bien el pensamiento complejo procura relacionar y dar cuenta de las articulaciones entre diversos aspectos de la realidad que el pensamiento disgregador (una de las formas del pensamiento simplificador) ha separado, aislado, quebrado, sabe de antemano que el conocimiento completo es imposible. En este sentido se formula uno de los axiomas de la complejidad: la imposibilidad, incluso teórica, de una omnisciencia. Esto implica la afirmación de un principio de incompletud y de incertidumbre.

Si el pensamiento complejo a la vez intenta reconocer los vínculos entre las cosas, distinguir pero no aislar, se encuentra en una tensión permanente entre un saber no segmentarizado, no disgregado, no reduccionista, y la constatación de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento. Morín lo expresa:

“Nunca pude, a lo largo de toda mi vida, resignarme al saber parcelarizado, nunca pude aislar un objeto de estudio de su contexto, de sus antecedentes, de su devenir. He aspirado siempre a un pensamiento multidimensional. Nunca he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las verdades profundas, antagonistas las unas de las otras, eran para mí complementarias, sin dejar de ser antagonistas. Nunca he querido reducir a la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad”.

Esa tensión que Morín declara haber experimentado desde el comienzo de su actividad intelectual, le llevó a afrontar la complejidad pero la palabra misma sólo surgió, a fines de los años 60, a partir de la Teoría de la Información, la Cibernética, la Teoría de Sistemas. Entonces la palabra se liberó de sus connotaciones negativas y pasó a conciliar en sí orden, desorden y organización; dentro de la organización, lo uno y lo diverso. Esas nociones se relacionaron entre sí de manera a la vez complementaria y antagonista. El concepto de complejidad pasó de la periferia al centro del conjunto de la elaboración teórica de Morín –que es transdisciplinaria- y devino un macro-concepto.

La idea de complejidad

Más arriba mencionamos el origen del uso que hace Morín de la palabra complejidad. Sin embargo, ya antes tenía delimitado su terreno en Filosofía, aunque sin la palabra misma: en la dialéctica en general, y en lógica, en la dialéctica hegeliana,

“porque esa dialéctica introducía la contradicción y la transformación en el corazón de la identidad”.

En ciencia la complejidad había surgido en el siglo XX en la micro-física y en la macro-física. La micro-física abría una relación compleja entre el observador y lo observado, y una relación más que compleja en la partícula elemental que se presenta a veces como onda, a veces como corpúsculo. Sin embargo, se consideró este caso como frontera, sin tener en cuenta que esa frontera conceptual correspondía de hecho a todos los fenómenos materiales, incluidos el cuerpo humano y hasta el propio cerebro. La macro-física, por su parte, ponía en relación la observación con el lugar del observador y complejizaba la relación entre tiempo y espacio que se concebían, hasta entonces, como esencias trascendentes e independientes.

Pero esas complejidades eran colocadas en los límites de nuestro universo –en el de lo infinitamente pequeño y en el de lo infinitamente grande-. Entre uno y otro, en los dominios físico, biológico o humano la ciencia reducía los fenómenos complejos a un orden simple construido con unidades elementales. Así funcionó la ciencia occidental desde el siglo XVII hasta fines del XIX. A fines del XIX y comienzos del XX, la estadística introdujo el tratamiento de la interacción y la interferencia. Pero es con la Cibernética que la complejidad entra abiertamente en la ciencia.

Morín define la complejidad, a primera vista, como “un fenómeno cuantitativo, una cantidad extrema de interacciones e interferencias entre un número muy grande de unidades”. Todo sistema auto-organizador (viviente) de hecho combina un número muy grande de unidades: moléculas en una célula, células en un organismo (más de diez billones de ellas en el cerebro humano; más de treinta billones en el organismo).

Más allá de las cantidades de unidades e interacciones, la complejidad comprende incertidumbres, indeterminaciones, fenómenos aleatorios. En cierto sentido, siempre está relacionada con el azar. No se reduce a la incertidumbre: es la incertidumbre en el seno de los sistemas ricamente organizados. Así, es una mezcla de orden y desorden, pero una mezcla íntima, diferente del orden/desorden estadístico.

En cuanto al acceso lógico a la complejidad, Morín estima que, si bien las herramientas con que hoy contamos, nuestro aparato lógico-matemático actual, se “adapta” a ciertos aspectos de la realidad fenoménica, no se adapta a los aspectos verdaderamente complejos. De manera que tal aparato ha de desarrollarse en dirección a la complejidad.

Morín cree que no hay que buscar la complejidad solamente en los desarrollos científicos. Hay que verla allí donde por lo general parece estar ausente, como por ejemplo, la vida cotidiana. La complejidad en ese ámbito fue descrita por la novela del siglo XIX y principios del XX. La ciencia de entonces se afanaba por expulsar de su discurso todo lo que fuera individual y singular, y por operar sólo con términos generales que le permitan formular leyes cada vez de mayor nivel de abstracción; incluso llegaba a expulsar el tiempo de su descripción del mundo. El ideal científico apuntaba a concebir un universo perfecto, una máquina determinista verdaderamente perfecta que se basta a sí misma, de la cual Laplace elimina a Dios. Mientras, la novela mostraba los personajes singulares, personas de carne y hueso en sus contextos y viviendo su vida día por día, en los relatos de Balzac en Francia, o de Dickens en Inglaterra. “Mostraba que la vida cotidiana es, de hecho, una vida en la que cada uno juega varios roles sociales, de acuerdo a quien sea en soledad, en su trabajo, con amigos o con desconocidos. Vemos así que cada ser tiene una multiplicidad de identidades, una multiplicidad de personalidades en sí mismo, un mundo de fantasmas y de sueños que acompañan su vida. Por ejemplo, el tema del monólogo interior, tan importante en la obra de Faulkner, era parte de esa complejidad. (...) La relación ambivalente con los otros, las verdaderas mutaciones de personalidad como la ocurrida en Dostoievski, el hecho de que somos llevados por la historia sin saber mucho cómo sucede, del mismo modo que Fabrice del Longo o el príncipe Andrés, el hecho de que el mismo ser se transforma a lo largo del tiempo como lo muestran admirablemente A la recherche du temps perdu y, sobre todo, el final de Temps retrouvéde Proust, todo ello indica que no es solamente la sociedad la que es compleja, sino también cada átomo del mundo humano”

Complejidad y completud

Hay muchos tipos de complejidad. Están las ligadas al desorden y otras ligadas sobre todo a contradicciones lógicas.

Podemos decir que lo que es complejo recupera, por una parte, al mundo empírico, la incertidumbre, la incapacidad de alcanzar la certeza, de formular leyes, de concebir un orden absoluto. Por otra parte, recupera algo relacionado con la lógica, o sea, con la capacidad de evitar contradicciones. En la visión clásica, cuando un razonamiento presentaba una contradicción, era señal de error y había que reemprender el razonamiento. En la visión compleja, cuando se llega por vías empírico-racionales a una contradicción, no significa un error sino que se ha llegado a una capa profunda de la realidad que no puede ser traducida en términos de nuestra lógica.

Hay quienes hablan de complejidad y tienden a tener visiones completas de las cosas. Pero complejidad y completud son cosas distintas. Es verdad que no podemos aislar las cosas unas de otras: si tenemos sentido de la complejidad, tenemos sentido de la complejidad y, más aún, de la multidimensionalidad

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