Reflexion de la fisica del futuro

Los libros crean emociones en los lectores. Hay historias de amor, de plenitud y de felicidad. Hay libros que describen mundos fantasiosos y poderes mágicos. Pero lo que se narra en La Física del Futuro por Michio Kaku, es como ningún otro, pues está describiendo una realidad casi palpable. Lo leo y me emociona saber que a mí me tocará todo esto, desde lentes de contacto con pantallas hasta carros sin chofer o robots capaces de aprender.

Parece ser un mundo en donde todo está a nuestro alcance, en donde todo es posible y las oportunidades son infinitas. Sin embargo, Kaku nos habla de tres limitantes para lograr este mundo maravilloso: el dinero, el espacio y el miedo. Cada una de ellas es un motor y un freno al mismo tiempo, pues pueden ser tanto lo que consigue el progreso, como lo que le impide expandir.

Actualmente el dinero es lo que mueve a nuestra sociedad. Quien tiene más progresa y quien no se queda atrás. Es el estándar de calidad, de prestigio y crecimiento. Quien tiene más poder de adquisición, tiene más oportunidad de entrar en contacto con las tecnologías, y en consecuencia de salir adelante. Esto incluye el poder crear nuevas y mejores innovaciones. No significa que el dinero es talento, pero sí es un factor necesario para el desarrollo de ideas a gran escala. Ni siquiera las empresas millonarias o departamentos del estado se salvan cuando se trata de esto, pues muchas veces la idea está ahí, lista para ser desarrollada, pero no se cuenta con los recursos financieros para hacer que esto una realidad.

En el libro nos comentan acerca de Henry Markram, un científico que trabajaba en el Proyecto Blue Brain, que consistía entre otras cosas en analizar de manera completa la estructura del cerebro de una rata, con el fin de entender el funcionamiento de la mente humana. Hace ya casi diez años, él dijo que era posible construir un cerebro humano, incluso que ya en los tiempos actuales podríamos haber tenido uno inteligente capaz de imitar uno real, sin embargo se necesitaría un superordenador con una memoria capaz de almacenar 500 veces el contenido actual del internet, algo que como sabemos, no tenemos.

Entonces lo que queda es trabajar con lo que se tiene. Avanzar a la par de los recursos. Estar constantemente innovando, aunque este sea lento, hasta que un día se cuente con el equipo requerido. No es una opción muy progresista, pero la única otra opción que veo yo, es dedicarle más tiempo, dinero y esfuerzos a las creaciones tecnológicas, y menos a cosas superficiales como el cine o la estética, o peor en guerras innecesarias, pues aunque sí es cierto que estos han provocados muchos avances en dispositivos e innovaciones, su función no beneficia el desarrollo integral de la especie humana.

En segundo lugar tenemos el espacio como límite. De acuerdo a la Ley de Moore (una regla que establece el camino hacia una civilización moderna, donde se dice que la potencia de los ordenadores se duplica cada dieciocho meses), hay un crecimiento exponencial cuando tratamos estos temas, y en general el progreso se asocia con el tamaño. Esto lo podemos ver claramente en el pasado, pues en 1950 los ordenadores eran enormes dispositivos que llenaban varios cuartos con cables y conexiones, y en tan sólo cincuenta años, cambiaron hasta el uso de diminutos chips presentes en todas partes, pasando previamente por transistores, minicomputadores y el acceso al internet.

Pero llegará un momento en donde ya no se podrá hacer algo más pequeño, y es entonces que comenta Kaku que ya no se podrá progresar de la misma manera. De hecho, en el libro nos dice que llegará a desplomarse la Ley de Moore el día que se consigan transistores del tamaño de átomos, pues después de esto, posicionarlos en subelementos del átomo será prácticamente imposible.

Sin embargo, igual que con el dinero, no creo que esto tenga que ser un freno total. Tal vez ahorita no nos podamos imaginar algo más

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