Bilinguismo
ma199816 de Marzo de 2015
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Bilingüismo, individuo y sociedad
Hace unos días, leí un post de Lizbeth Alvarado titulado “Nociones básicas de bilingüismo.” Con la idea de aportar en esa línea, posteo lo que escribí para un curso virtual sobre procesos comunicativos en contextos multiculturales: lengua materna y segunda lengua. Es un texto general que busca esclarecer los términos. No está pensado para lingüistas sino para cualquier persona interesada en las cuestiones de las lenguas en la EIB.
Bilingüismo social El bilingüismo social se produce en aquellas sociedades o comunidades en las que se hablan dos lenguas (cuando estamos ante más de dos lenguas, hablamos de sociedades multilingües). Dado un espacio social y dos lenguas —lengua A y lengua B— teóricamente son posibles distintos tipos de sociedades bilingües:
o Podemos imaginarnos, por ejemplo, una sociedad en la que haya hablantes solo de una lengua A y hablantes de una lengua B; es decir, en la que los hablantes sean monolingües.
o En el otro extremo, una sociedad en la que existen dos lenguas y todos los hablantes son bilingües; es decir, en la que todos los hablantes son hablantes de la lengua A y de la lengua B.
o Existen también sociedades en las que hay hablantes que solo hablan la lengua A y hablantes que hablan la lengua A y la lengua B; es decir, sociedades bilingües en las que hay un grupo monolingüe y un grupo bilingüe.
Hemos mencionado tres situaciones hipotéticas e invariables, pero sabemos que, en la realidad, las cosas son más complejas, y existe una gran variedad de posibilidades. Appel y Muysken (1996) ilustran los tres tipos de comunidades bilingües mencionados. Ver Cuadro No 1.El bilingüismo social produce, de un lado, situaciones de conflicto entre las lenguas y, de otro, distintas formas de hibridación lingüística. Consideremos a continuación cada uno de estos rasgos del bilingüismo social.
El conflicto entre las lenguas
Cuando hay dos lenguas en un territorio, las relaciones entre estas pueden ser simétricas o asimétricas. Normalmente, las relaciones no son simétricas. Pensemos, por ejemplo, lo que sucede en los países latinoamericanos: ¿cuál es la situación de las lenguas indígenas y del castellano,
Como sabemos, en los países latinoamericanos, aun están vigentes las formas de colonialismo, dominación y opresión de las élites blancas o mestizas, que tienen el poder y que perpetúan la colonización sobre los pueblos indígenas. En sociedades en las que una de las culturas es la dominante y la otra, la oprimida, la lengua del grupo dominante es la privilegiada para los procesos comunicativos entre los dos grupos. En Latinoamérica, el privilegio comunicativo ha recaído en el castellano o el portugués (según sea el caso). Por eso, cuando uno de los interlocutores tiene, como lengua materna, una lengua indígena y el otro tiene como lengua materna el castellano (o portugués), la norma es que el primero hable castellano (o portugués) y no que el segundo hable la lengua indígena. Así, la situación de las sociedades bilingües latinoamericanas es de “colonialismo lingüístico”. Ese colonialismo lingüístico se observa en el hecho de que el castellano es la lengua de prestigio y la que se usa en las situaciones “oficiales”, en la televisión, en los juicios, en la administración pública, mientras que las lenguas indígenas solo se usan en las situaciones cotidianas y domésticas.
A esta situación social, en la que una lengua goza de mayor prestigio y desempeña un número mayor de funciones al interior de la sociedad, se la llama diglosia. El término fue utilizado por Ferguson (1959), quien lo definió como: “una situación lingüística relativamente estable en la que, al lado de los principales dialectos de la lengua…, hay una variedad superpuesta muy divergente, altamente codificada” Como vemos, cuando se comenzó a hablar de diglosia era para referirse a variedades de una lengua en la que una era la norma consagrada y de prestigio y las otras las “populares.” Más adelante, Fishman amplió el concepto de diglosia para referirse no solo a variedades de una lengua, sino a diferencias de función y prestigio entre las distintas lenguas que coexisten en un mismo espacio.
Según Fishman, los factores que determinan la diglosia son la función y el prestigio. Así, cuando en un mismo espacio coexisten varias lenguas, se utiliza una lengua y solo una para cada determinada función comunicativa. En nuestros territorios, podemos ver claramente cuáles son los usos de las lenguas indígenas y cuáles los del castellano. Nos damos cuenta de que saber castellano es símbolo de poder, que saber una lengua indígena no es motivo de orgullo, sino de vergüenza. Somos testigos de la discriminación que sufren quienes no saben castellano y son indígenas<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> y de cómo el hecho de saber una lengua ancestral no es considerado un valor agregado en la sociedad mestiza.
El término de diglosia, en América Latina, no solo significó el hecho de identificar tal situación y ponerle el nombre, sino que “desde los espacios académicos” se buscaba “superar el fenómeno” y llegar a una reivindicación de la lengua, mediante la ampliación de sus usos y funciones. Pero, en lugar de hacer algo para conservar los espacios que ya tenía la lengua, se pensó que había que ampliarle otros usos. Esto pareciera bueno, pero ¿cuánto se hizo para que el castellano no “invadiera” los espacios de la lengua indígena?
Si el castellano y las lenguas indígenas tuviesen las funciones separadas y establecidas, estaríamos ante una situación de “sana diglosia”. Si bien esta no es la situación más feliz —puesto que a todos nos gustaría que las lenguas indígenas no sean solo lenguas de los usos domésticos, sino que también ganen espacios en la vida pública. Y que todas las lenguas (indígenas y castellana) ocurran en un mismo espacio en equidad de posibilidades de uso en todos los contextos—, la complementariedad de usos de lenguas y el hecho de que se reconozcan y atribuyan funciones específicas a las lenguas indígenas, les asegurarían vitalidad. Sin embargo, dado que las lenguas indígenas son estigmatizadas por la “sociedad oficial”, muchos padres de familia indígenas han dejado de hablar la lengua ancestral con sus hijos y se comunican ahora en castellano. Así, el castellano ha entrado a las casas de las familias indígenas y muchos padres están “orgullosos” dehablar a sus hijos en esa lengua. Pero sabemos que, de esa manera, las lenguas indígenas se debilitan, pudiendo llegar al aniquilamiento.
Quizá una de las razones que nos ha llevado a situaciones tan extremas en lo que se refiere al peligro de las lenguas indígenas es que la Lingüística, con el término de diglosia, pensó en que el asunto se reducía a un conflicto de lenguas. Sin embargo, el problema va más allá. El conflicto lingüístico es el resultado de un conflicto social. En sentido estricto, no es que las lenguas estén en lucha, sino que los hablantes de una de ellas hacen uso de su poder socioeconómico para explotar a los pobres. La discriminación hacia la lengua no es sino la discriminación a un “símbolo”. El lugar central que ocupa la lengua en el seno de las sociedades hace que esta llegue a ser un instrumento de dominación simbólica de primera magnitud. Se trata de una dominación ejercida a través de símbolos, a través de la selección de un conjunto de formas de representación de la realidad que esconde otras posibles representaciones y, por tanto, esconde otras partes de la misma realidad. El éxito, en el ejercicio de esta dominación simbólica, garantiza la aceptación de la dominación por los grupos dominados<!--[if !supportFootnotes]-->[2]<!--[endif]-->.
La diferencia de lenguas es solo un pretexto más para discriminar, como lo son la diferencia de razas o religiones. Queda claro, pues, que el conflicto lingüístico es consecuencia del conflicto social y que, además, este conflicto lingüístico retroalimenta al conflicto social: al hacer uso de las ventajas sociales que les da la variedad prestigiosa, los hablantes de esta variedad promueven la injusticia y desigualdad en la sociedad, incrementando de esa manera el conflicto social. Ver Cuadro Nº 2.
De lo anterior, se desprende la necesidad de establecer principios para el desarrollo de las lenguas, a partir de políticas que vayan más allá de lo lingüístico. El concepto de diglosia, en el sentido de Ferguson que hace referencia a una “situación estable”, resulta neutro e inadecuado para dar cuenta de las tensiones que se dan entre las lenguas y, en última instancia, entre los hablantes en circunstancias sociolingüísticas como las de América Latina. Esta no es la posición de quienes entienden que trabajar en revitalización lingüística no es una cuestión solamente lingüística, sino que también se debe trabajar en la transformación de las relaciones coercitivas de poder.<!--[if !supportFootnotes]-->[3]<!--[endif]--> Estamos ante una nueva manera de trabajar en Lingüística. Ya no desde visiones, aparentemente, solo teóricas, sino políticamente comprometidas. Decimos “aparentemente” porque las otras visiones no son imparciales políticamente (la ciencia no es neutra aunque haya quienes se empeñen en hacer creer lo contrario), sino que las “posturas” están solapadas, debido a que las élites intelectuales no manifestaban abiertamente su ideología discriminadora. Pensemos, por ejemplo, en la “lealtad lingüística”; ese es un término que culpa a los hablantes de las lenguas indígenas del hecho de que sus lenguas desaparezcan. Cuando un indígena usa la lengua del
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