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Historia De La Literatura Infantil


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2012  •  2.966 Palabras (12 Páginas)  •  954 Visitas

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Prof. Adriana FONTANA

LA LITERATURA INFANTIL

Sobre Literatura infantil es mucho lo que se ha escrito, disentido y coincidido, en cuanto a su conceptualización, características y autonomía. Desde detractores como Benedetto Croce que sostenía que “el arte para los niños no será verdadero arte”, pasando por aquellos que como Jesualdo rechaza la literatura elaborada ex profeso para los niños y a los que pretenden consultar sus características psíquicas y responder a sus exigencias espirituales e intelectuales, hasta aquellos que como Dora Pastoriza de Etchebarne sostienen que “Por Literatura infantil considero al grupo de creaciones de los adultos que pueden destinarse a un público infantil, sin olvidar las de origen folklórico”. Podemos citar, también, la definición elaborada por el III° Seminario Taller de Literatura Infanto Juvenil en 1971: “ Se entiende por Literatura Infantil toda obra concebida o no deliberadamente para los niños, que posea valores éticos y estéticos necesarios para satisfacer sus intereses y necesidades”.

Bajo el rótulo de “literatura infantil”, se vende, se difunde, circula la más variada gama de textos que son legitimados por algún sello editorial, por un autor reconocido como clásico, por un título muy popular o por sus profusas ilustraciones, señales estas que evidentemente orientan al público consumidor.

Así, la mayor parte de los adultos creemos saber elegir para los chicos “cuentos acordes a su edad” partiendo de criterios ajenos a la obra literario como puede ser la mayor o menor cantidad de escritura, las ilustraciones, la sugerencia de la contratapa o el recuerdo de títulos o autores que nos remiten a nuestra infancia. Hasta el precio influye en la elección. En el mejor de los casos, el adulto que selecciona se permite hojear el texto teniendo en cuenta solamente la historia contada y centra su mirada protectora en el mensaje que, según él, se transmite.

Estos criterios resultan inadecuados para la selección ya que se alejan de la teoría y la práctica literaria.

Se debe entender la literatura infantil y juvenil como la convención a través de la cual nos estamos refiriendo a un modo de comportamiento posible de la literatura dentro de la cultura. Aún reconociendo la existencia de un destinatario con características propias y particulares, esto no atenta contra su calidad literaria; solo determina, a veces, la materialidad del mismo y su soporte textual.

Hay que apostar a una literatura que permita una plena situación comunicativa en la medida que el receptor participe activamente del proceso creativo, apropiándose de sus significaciones, disfrutando estéticamente la obra literaria.

Un poco de historia

La literatura para niños ha pasado de ser una gran desconocida en el mundo editorial a acaparar la atención del mundo del libro, donde es enorme su producción, el aumento del número de premios literarios de LIJ y el volumen de beneficios que genera. Esto se debe en gran parte al asentamiento de la concepción de la infancia como una etapa del desarrollo humano propia y específica, es decir, la idea de que los niños no son, ni adultos en pequeño, ni adultos con minusvalía, se ha hecho extensiva en la mayoría de las sociedades, por lo que la necesidad de desarrollar una literatura dirigida y legible hacia y por dicho público se hace cada vez mayor.

Cada época, cada momento histórico, y por supuesto, cada escritor, cada mediador docente posee una concepción de infancia y de juventud que aparece en el momento de promover la situación comunicativa o de escribir o seleccionar un texto.

La concepción de infancia o niñez, no emerge en las sociedades hasta la llegada de la Edad Moderna y no se generaliza hasta finales del siglo XIX. En la Edad Media no existía una noción de la infancia como periodo diferenciado y necesitado de obras específicas, por lo que no existe tampoco, propiamente, una literatura infantil. Eso no significa que los menores no tuvieran experiencia literaria, sino que esta no se definía en términos diferenciados de la experiencia adulta. Dado el acaparamiento del saber y la cultura por parte del clero y otros estamentos, las escasas obras leídas por el pueblo pretendían inculcar valores e impartir dogma, por lo que la figura del libro como vehículo didáctico está presente durante toda la Edad Media y parte del Renacimiento. Dentro de los libros leídos por los niños de dicha época podemos encontrar los bestiarios, abecedarios o silabarios. Se podrían incluir en estas obras algunas de corte clásico, como las fábulas de Esopo, en las que, al existir animales personificados, eran orientadas hacia este público.

De esta manera, vemos cómo la representación del niño como sujeto genuino de destinación del arte ha tenido escasa presencia a lo largo de la historia moderna, Por el contrario, la imagen de la infancia ha estado largamente asociada a una concepción del niño como sujeto débil, incompleto, carente de muchas competencias y privado también de la capacidad de vivir una auténtica experiencia artística, Por contaminación con esta concepción devaluada del niño, la propia literatura que lo tiene por destinatario ha caído muchas veces bajo la sospecha de mala o de menor. A partir de la década del ’60 y de manera creciente hasta la actualidad, el niño comienza a ser considerado como un receptor estético diferenciado al que se le brindan espacios capaces de situarlo en la posibilidad de crear y consumir productos artísticos.

Si hacemos cronología, debemos admitir que el cambio en el panorama comienza llegado el siglo XVII. A partir de allí, son cada vez más las obras que versan sobre fantasía, siendo un fiel reflejo de los mitos, leyendas y cuentos, propios de la transmisión oral, que ha ido recopilando el saber de la cultura popular mediante la narración de estas, por parte de las viejas generaciones a las generaciones infantiles.

Ya en el siglo XVIII, se publica una incipiente literatura escrita para niños caracterizada por la pretensión educativa y por el tono moralizante de sus textos. Tal es el caso de la producción de Madame Beaumont que, inspirándose en periódicos ingleses, crea lo que ella llama magasins (almacenes); por ejemplo, El almacén de los niños publicado en 1757 que incluye el famoso cuento La bella y la bestia. Otro caso de esta literatura infantil inicial que puede considerarse continuadora de los escritos de Perrault son Las veladas del castillo de Mme. Genlis y El amigo de los niños escrito por Armand Berquín, en Francia. En Inglaterra, John Newberry además de publicar un periódico infantil en 1751,

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