La evaluación del desempeño docente.

La evaluación del desempeño docente

Introducción

La evaluación definitivamente no es un tema reciente en el territorio mexicano, si tan sólo nos remontamos al año de 1763 cuando la reforma que se aprobó en materia educativa en aquel entonces, les permitió a los jesuitas seleccionar a los docentes que tuvieran mejores competencias laborales para que prestarán sus servicios tanto en la capital como en comunidades de provincia (Tanck, 1985). Desde aquélla época, el gremio magisterial se tenía que someter a una evaluación para demostrar que un maestro era apto para desempeñarse frente a un grupo de estudiantes.

Por otra parte, la reforma liberal de 1833 le otorgó al Estado el control sobre la educación; lo cual se reforzó en la ley de 1865, de manera concreta en su artículo 5°, en pocas palabras nos dice que el sistema educativo estaba centralizado, tal y como sucedió con la reforma del 2013, donde el ejecutivo federal vuelve a tomar las riendas en la educación después de un largo período de descentralización a través de las entidades federativas. En lo personal hablar de evaluación del desempeño docente no me causa ningún tipo de temor a nivel profesional, porque sí tan sólo nos diéramos el tiempo para estudiar la historia con el fin de no cometer los mismos errores que ocurrieron en el pasado, sin lugar a dudas tuviéramos resultados diferentes. En suma, este tópico no es “nuevo” dentro de los procesos para ingresar al servicio profesional docente tal y como se le conoce actualmente.

En otro orden de ideas, hay que recordar que México pertenece a la OCDE y desde que el ex presidente Miguel de la Madrid Hurtado (1982 – 1988) decidió incorporarse a un modelo económico y político neoliberal, el cual es promovido por países capitalistas; esto trae como consecuencia que como nación nos veamos obligados a responder a indicadores internacionales, muy ajenos a nuestra realidad mexicana.

¿Cómo pretendemos correr, cuando apenas estamos aprendiendo a gatear en pleno siglo XXI? Sí bien es cierto que los libros tienen catalogado a México como un país en vías de desarrollo o subdesarrollado, al parecer las estadísticas nos muestran todo lo contrario, ya que de acuerdo al CONEVAL en el 2014 el 46.2% de la población se encontraba en situación de pobreza, esto nos demuestra que los gobernantes no han podido cubrir la base de la pirámide de necesidades humanas que nos propone Abraham Maslow, dentro de las cuales se encuentran las fisiológicas, de seguridad, afiliación, reconocimiento y autorrealización; respecto al ámbito educativo, para que un alumno alcance los aprendizajes esperados de cualquier programa curricular, es ineludible que tenga cubierta las necesidades básicas de alimentación, sin embargo, el Estado aún no ha garantizado el desarrollo eficaz y eficiente de las familias mediante sus programas sociales.

Además, el artículo 4° constitucional, puntualiza que somos una nación pluricultural, donde coexisten diversos grupos étnicos, sin embargo, el Estado ha olvidado esta parte dentro de su reforma educativa, tan sólo en la entidad de Puebla, habitan principalmente siete comunidades indígenas (otomíes, totonacos, tepehuas, nahuas, popolocas, mixtecos y mazatecos) distribuidos en las sierras norte, nororiental, negra y mixteca. Cabe destacar que el grueso de esta población se encuentra en condiciones de rezago educativo, es decir, que son analfabetas o en su defecto tienen la primaria o secundaria inconclusa; solo por resaltar un dato numérico que nos proporciona el INEA en el 2015, el 35% de la población de nuestro país de 15 años y más presentaba algún tipo de rezago, lo cual es equivalente a 30,331,242 habitantes.

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