Observación
pilar1234556789019 de Mayo de 2014
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EVALUAR PARA APRENDER: LOS BUENOS USOS DE LA EVALUACIÓN Juan Manuel Álvarez Méndez1.
La evaluación como fuente de aprendizaje En nuestra vida diaria aprendemos constantemente porque analizamos y valoramos nuestras decisiones, porque reflexionamos sobre lo que hemos hecho y sobre lo que hacemos, porque contrastamos nuestras opiniones y confrontamos nuestras creencias colas de otros, en fin, porque evaluamos constantemente los logros y los fracasos, las conquistas y lo que nos falta por adquirir, y analizamos y valoramos los pros y los contra de cuanto nos rodea. Aprendemos cuando reflexionamos y cuando valoramos y distinguimos entre lo que merece la pena y lo que no, cuando apreciamos el valor de lo que es objeto de nuestra atención. En la educación el proceso de evaluación obedece a la misma naturaleza: está estrechamente ligada con nuestro afán e interés por aprender. Y no tiene que ser de otro modo. En el momento de la evaluación del rendimiento de los alumnos, momento de aprendizaje escolar, no hay ningún motivo para que ese sentido de lo que hacemos cuando evaluamos, cambie. En situaciones de la vida cotidiana, evaluamos siempre con la intención de mejorar nuestras acciones, de comprender nuestras decisiones y las de quienes nos rodean, tratamos de aprender, de conocer, de saber. No gastamos nuestro tiempo ni dedicamos atención a valorar lo que no interesa o lo que simplemente carece de valor o nos resulta molesto, inconveniente o contraproducente, a no ser que sea para comprender las razones que provocan situaciones que no deseamos y tratar a partir de experiencias negativas evitarlas. Pero aprendemos, en todos los casos. Constantemente estamos evaluando y a la vez estamos aprendiendo. Toda buena evaluación sobre y de algo conlleva aprendizaje sobre el objeto de evaluación. En Educación esta interpretación adquiere pleno sentido. Porque en los procesos deformación la evaluación desempeña –debe desempeñar– funciones esencialmente formativas al servicio de quien aprende. Y al evaluar, sea el profesor, sea el alumno el quela realice, todos deberían aprender: sobre lo adquirido y sobre lo que falta por adquirir, sobre los aciertos y sobre los errores, sobre lo dado por aprendido y lo que todavía falta por aprender, sobre las respuestas que elabora y da el alumno y sobre las preguntas que podría formular él mismo como ejercicio de aprendizaje de la propia autoevaluación, sobre las expectativas y sobre las acciones. Y el profesor, también.2. La evaluación en contextos de formación La evaluación educativa es aprendizaje y sólo con el aprendizaje puede asegurarse la evaluación formativa (Álvarez Méndez, 2001). Ambas actividades, evaluación y aprendizaje, son actividades dinámicas que interactúan dialécticamente en el mismo proceso estableciendo relaciones de carácter recíproco para encontrar su propio sentido y significado en cuanto que las dos se dan en el mismo proceso. En la medida en que la enseñanza y el aprendizaje –las dos– son actividades dinámicas y críticas, la evaluación se convertirá en actividad dinámica y crítica que culminará con la formación del alumno como sujeto con capacidad de autonomía intelectual y con capacidad de distanciamiento respecto a la información que el medio escolar –directamente, el profesor– le transmite. Tradicionalmente al sujeto que aprende no se le da margen de iniciativa y de
2. 2autonomía para participar responsablemente en este proceso y asumir las obligaciones y los compromisos que de aquellas se derivan. Al actuar de un modo en el que las obligaciones se reparten asimétricamente entre quienes enseñan y quienes aprenden, se limitan desde el prejuicio las propias posibilidades y capacidades de aprendizaje total, entre las que están la capacidad de evaluar (se). Esta interpretación refuerza la idea de que la evaluación, en el desarrollo global del curriculum es una ocasión más de aprendizaje y no una interrupción del mismo ni un rendir cuentas mecánico y rutinario de y sobre la información recibida y acumulada previamente. La evaluación, en su intención y en su función formativa, va más allá del examen y de la calificación, y las trasciende. La educación es un proceso abierto. Puesto que la evaluación educativa se ocupa del proceso de formación permanentemente abierto, que no concluye, la evaluación debe ser invariable y constantemente abierta y necesariamente formativa: el sujeto debe aprender con ella y a través de ella merced a la información crítica y relevante que el profesor, cuando evalúa, debe ofrecerle con el ánimo de mejorar el propio trabajo o examen del alumno. Es el modo adecuado de crear los estímulos necesarios para seguir aprendiendo. En esta función esencial, el ejercicio de la evaluación debe ser, ante todo, un apoyo y un refuerzo en el proceso de aprendizaje, del que sólo se espera el beneficio para quien aprende, que lo será simultáneamente beneficioso para quien enseña. La tarea del profesor persigue de este modo asegurar siempre un aprendizaje reflexivo, en cuya base está la comprensión de contenidos de conocimiento. Por esta razón, la evaluación educativa es aprendizaje y todo aprendizaje que no conlleve autoevaluación de la actividad misma del aprender no forma. La evaluación viene a ser en este sentido una forma de autorregulación constructiva del mismo proceso que sustenta y justifica los ajustes necesarios para garantizar el adecuado progreso de formación. Si realmente pretendemos estimular un aprendizaje orientado al desarrollo de destrezas superiores (pensamiento crítico y creativo, capacidad de resolución de problemas, aplicación de conocimientos a situaciones o tareas nuevas, capacidad de análisis y de síntesis, interpretación de textos o de hechos, capacidad de elaborar un argumento convincente), será necesario practicar una evaluación que vaya en consonancia con aquellos propósitos. También será condición que sea consecuente con la forma en la que se entiende el aprendizaje. Si hablamos de aprendizaje significativo y constructivo, la evaluación debe ser simultáneamente significativa y constructiva. Y la primera condición para que sea así está la participación directa del sujeto que aprende, y por tanto, de quien es evaluado. En esta concepción, el aprendizaje abarca el desarrollo de las capacidades evaluativas de los propios sujetos que aprenden, lo que les capacita para saber cuándo usar el conocimiento y cómo adaptarlo. No debemos olvidar que existe una relación directa entre lo que el profesor enseña, lo que el alumno aprende y la forma en la que el primero controla lo que los segundos aprenden.3. El papel del profesor en la evaluación Para que esto suceda es imprescindible que el alumno desarrolle una mente organizada además de informada. En este propósito desempeña un papel importante el profesor. Su valoración razonablemente argumentada y crítica sobre la base de información acumulada y contrastada procedente de diversas fuentes (observación en clase, tareas, resolución de problemas, apuntes de clase, participación en debates o explicaciones, ejercicios en la pizarra, conversaciones, diálogo entre pares, trabajo engrupo... ), así como el contraste y confrontación con la información e ideas de los demás compañeros, será el medio por el cual el alumno pueda desarrollar y contrastar su propio
3. 3pensamiento crítico, otorgando significado personal desde la información que el profesor le brinda y desde el conocimiento que él mismo posee. Desde la actitud crítica del profesor, el alumno podrá construir críticamente su pensamiento. Como bien señala Peters (1969: 43), el pensamiento crítico "sólo se desarrollará si nos mantenemos en compañía de gente crítica, de manera tal que el criticismo se incorpore así a nuestra conciencia". Con este propósito es imprescindible convertir el aula en espacio de encuentro donde se dan los aprendizajes y no en locales donde el alumno acude a surtirse de información con el fin de adquirir un cúmulo de datos para el consumo inmediato que representa el examen, mientras el profesor habla. Con la misma intención formadora es igualmente importante fomentar el debate de ideas nuevas, el pensamiento divergente y las respuestas múltiples. Esto exige establecer relaciones, analizar y valorar las informaciones disponibles, sustentar el mejor argumento para defender las ideas propias. Este proceder se opone a realizar pruebas de una respuesta válida única o correcta, que simplifican el camino hacia la inmediatez del éxito del examen en la misma medida que refuerza la dependencia de la palabra prestada. En esta interpretación de la evaluación como actividad crítica, las normas y los criterios de evaluación no se elaboran fuera del contexto de aprendizaje ni adoptan decisiones definitivas o inalterables. Más bien de las respuestas y de los argumentos que cada uno pone en juego surgen las vías de entendimiento. Es necesaria la apertura por parte de quien enseña y de quien aprende para revisar, defender y rebatir críticamente las propias razones, los propios argumentos (Elliott, 1990: 219).4. La importancia de la corrección Sólo las máquinas bien construidas, podemos pensar, no comenten errores. ¿Por qué, entonces, penalizar siempre el error en contextos de aprendizaje? Sólo corre el riesgo de perderse quien se mueve por iniciativa propia; y sólo corre el riesgo de cometer errores quien se atreve a pensar por cabeza propia y a tomar decisiones ante situaciones nuevas, no conocidas. Sólo en la ortodoxia conductista, como advierte Allal (1980), se descarta el aprendizaje sin error. Pero al mismo tiempo, prescinde de los procedimientos de la evaluación formativa que atienda a las dificultades de aprendizaje del alumno. ¿Por qué penalizar sistemáticamente el error, antes incluso de averiguar las causas que
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