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Enviado por   •  14 de Junio de 2014  •  1.160 Palabras (5 Páginas)  •  231 Visitas

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La Evaluación Auténtica

Cuando usamos epítetos como “auténtico” tenemos que asumir las consecuencias de tal calificativo. Y es que el lenguaje como todas las acciones de la vida generan una reacción en el cosmos.

Llamar auténtico o auténtica, para el femenino, a la evaluación, debe ser siguiendo a los ínclitos personajes que forman la Real Academia de la Lengua, algo que tiene que ver con los atributos del objeto, que es visto como cierto, como positivo, como honrado, fiel a sus orígenes y a sus convicciones.

Bueno pues en este tenor, la evaluación debe ser auténtica – ya que es por extensión la verdadera evaluación. Y es que como señala la Dra. Frida Díaz Barriga, se “busca un cambio en la cultura de la evaluación imperante, centrada en instrumentos estáticos de lápiz y papel que exploran sólo la esfera del conocimiento declarativo…” (Díaz Barriga F. (2006). p.127).

Casi desde nuestro ingreso a una escuela nos acompaña una entelequia: el examen. Evaluación y examen se imbricaron de tal forma, que es difícil escindir hoy un concepto de otro.

En Primaria y Secundaria, por hablar de los niveles cercanos, el examen se conforma cada bimestre como la fuente de la evaluación de los aprendizajes de los alumnos. Y aquí cabe a la mejor otra aclaración y es que usé entelequia para denotar que esa cosa llamada examen ya no se constituye como un medio para alcanzar un fin, sino que se ha configurado como un fin en sí mismo.

Me sacó un 8 el maestro, representa para todos la vinculación que tiene que ver su calificación con los resultados obtenidos en la aplicación de ese instrumento más o menos sofisticado que es el examen.

Unos llegarán al estilo exprés: Saquen una hoja de su cuaderno, haremos una evaluación. Otros participarán en el negocio que remite a la compra del examen correspondiente al bimestre, y obviamente tendrán una mejor presentación, pero con un pequeño defectito, son ajenos a la elaboración del docente. Otros harán la impresión de sus pruebas con el descendiente tecnológico del mimeógrafo, o a través de una fotocopiadora, el caso es que a finales de cada una de las cinco fases que estipula la normatividad: Examen- Evaluación- Calificación continuarán con su simbiosis y constituyéndose como casi la ÚNICA, fuente evaluatoria.

Claro que hay otras formas, pero la competencia con el examen, siempre las sitúa en posición desventajosa pues su relación costo-beneficio deja atrás a las otras. Se puede aplicar masiva y fácilmente, e igual se puede calificar.

Frida Díaz señala que la lógica económica no siempre embona con la lógica pedagógica, y que las pruebas escritas, por mucho avance y desarrollo técnico, que si ha habido, permiten más dar cuenta de la capacidad memorística que de la demostración de habilidades cognitivas y ejecuciones complejas.

Ese es el quid de la cuestión, porque la evaluación bajo el enfoque por competencias exige desplegar esas habilidades, mostrarlas, realizarlas. “En congruencia con los postulados del constructivismo, una evaluación auténtica centrada en el desempeño busca evaluar lo que se hace, así como identificar el vínculo de coherencia entre lo conceptual y lo procedimental, entender cómo ocurre el desempeño en un contexto y situación determinados…” (Díaz Barriga F. (2006). p. 127)

Entonces si la chocantería de llamar auténtica a la evaluación es con el sentido de alertarnos a que nuestro trabajo es desarrollar las competencias que se impulsan, por ejemplo en Educación Básica, y que para valorar si ese trabajo lo estamos haciendo eficazmente es preciso asumir otra perspectiva de evaluación, pues entonces bienvenida sea la propuesta de esta alternativa.

Aún atendiendo a Marx, que señalaba al respecto: “el examen no es más que el bautismo burocrático del saber, el reconocimiento oficial

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