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El Trabajo como productor del “artificio Humano” en Hannah Arendt

lunar54090Trabajo20 de Octubre de 2011

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El Trabajo como productor del “artificio Humano” en Hannah Arendt

Publicado en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía. Nº 14. Servicio de Publicaciones. Universidad Complutense. Madrid, 1997. Págs. 99-129.

Gloria M. COMESAÑA-SANTALICES

Universidad del Zulia (LUZ)

Resumen

Analizamos aquí el concepto de "trabajo" en la obra de Hannah Arendt: La Condición Humana, no sólo en su constante contraposición y enlace con la "labor", sino muy particularmente en su carácter de creador del artificio humano que llamamos "mundo", tanto en su aspecto propiamente cultural en general, como en su aspecto particularmente tecnológico y utilitarista, que configura buena parte de lo que llamamos modernidad y post-modernidad.

Palabras Clave: Trabajo, Labor, Mundo, Artificio, Utilitarismo.

Abstract

We analize in this article the concept of “work” in the book of Hannah Arendt The Human Condition, not only in his constant contraposition and connection with the concept of “Labor”, but particularly in his character of creator of human artifice that we call “world”, also in his aspect properly cultural in general as in his particularly aspect technological and utilitarian, that form a good part of that we call modernity and post-modernity.

Key Words: Work, Labor, World, Artifice, Utilitarianism.

Introducción

En su obra La Condición Humana, Hannah Arendt analiza las tres actividades del ser humano que configuran la esfera de la vita activa: la labor, el trabajo y la acción. En un artículo anterior estudiamos críticamente el primero de estos conceptos, estrechamente imbricado, como pudimos ver, con el segundo, hasta tal punto que a veces, sobre todo a partir de la Edad Moderna, intercambian sus características y que, en la actualidad, no sólo resulta difícil distinguir lo que es labor o trabajo, sino que pareciera que éste último está incluso empezando a desaparecer en su forma “pura” como “homo faber” para dejar su lugar a un exclusivista “animal laborans” que impregna con sus características toda la praxis humana.

Todo lo dicho por Hannah Arendt en cuanto a la dificultad de distinguir entre labor y trabajo se pone de manifiesto en lo complicado que resulta para nuestros contemporáneos aceptar y comprender, siquiera metodológicamente, una distinción como la que ella propone. Pero una vez que abordamos y penetramos sin prejuicios en sus intrincados análisis, todo se vuelve claro y fértil para nosotros: el carácter repetitivo, cíclico, constriñente de la labor, aquejada además según ella de futilidad, idea que, como ya demostramos, no compartimos, así como tampoco aceptamos su visión negativa y desvalorizante. Colateralmente a la labor se alza el trabajo, productor y creador de un mundo de cosas duraderas, estables y permanentes, que nos rodean como un mundo artificioso en el cual puede habitar confiable y seguramente el individuo humano, manteniendo, gracias a las cosas, las de su mundo, una identidad permanente.

Ambas actividades estuvieron siempre según la autora, confinadas en el ámbito de lo privado a causa de su fundamental indignidad, sobre todo en el caso de la labor, marcada por la sumisión a la necesidad, que impide, mientras no se satisface (y el problema es que las necesidades reaparecen cíclicamente), toda emergencia de la libertad, la más humana de todas las características. Ciertamente que ya en el trabajo aparece un factor de libertad, y no de los menos importantes, como veremos más adelante, pero la auténtica libertad humana sólo se da para Arendt en el ámbito de la vida pública, en la gratuidad del gesto de la acción y la palabra, doble vertiente de este último aspecto de la llamada vita activa. De éste, por supuesto, no será cuestión en este trabajo, ya que requiere un análisis aparte.

Bástenos con añadir, para concluir esta introducción, que, de todos los capítulos que conforman La Condición Humana, incluido el último en el cual se analiza la Modernidad, el capítulo sobre el trabajo es extremadamente corto para la importancia del tema tratado, si se le compara con los demás, y ésta es quizás una crítica que pudiera hacérsele a la autora. La explicación de esto la hallamos parcialmente en el hecho de que una buena parte de la caracterización de lo que es el trabajo del “homo faber”, la encontramos ya desplegada, si sabemos leer, en el capítulo destinado a la labor. No obstante, no deja de ser cierto que, preocupada por la forma en que la labor ha tomado preeminencia a partir de la Edad Moderna, sobre el trabajo e incluso sobre la acción, marcando con su impronta todo el escenario de la vita activa, H. Arendt descuida un poco el desarrollo analítico del tema del trabajo, que podría ser aún más rico en el capítulo a él dedicado, particularmente en lo que se refiere a la obra de arte y al trabajo del artista, que para ella se ubican sin dudar entre los logros del homo faber. Sin embargo, podríamos añadir que, paradójicamente, el modo de vida homo faber, analizado no sólo en el capítulo a él destinado, sino en forma dispersa en los capítulos dedicado a la labor, la acción y al análisis de la modernidad, es uno de los mejor descritos por ella y uno de los más importantes a lo largo de la historia a partir de la Epoca Moderna.

Desarrollo

El concepto de trabajo está profundamente relacionado en H. Arendt con el concepto de construcción del mundo. Por el trabajo, el hombre, en este caso homo faber, “fabrica la interminable variedad de cosas cuya suma total constituye el artificio humano”. Si la labor ata al hombre a la Tierra, lo mantiene sometido y ocupado en la repetición cíclica de la vida, según la interpretación que hace H. Arendt, con el trabajo, el homo faber comienza ya a ser más propiamente humano, a realizar ésta su posibilidad específica de producir un mundo de cosas, sin el cual la acción, actividad fundamental del hombre, no tendría un marco de sustentación. La mundanidad, la pertenencia al mundo, es así uno de los aspectos característicos de la humana condición. El mundo es en este sentido para Arendt, el producto del quehacer humano, que, enfrentándose o apoyándose en la naturaleza, pero en todo caso siempre a partir de ella y más allá de ella, produce todo el artificio humano cultural en cuyo seno nos desenvolvemos. “Dentro de sus límites, dice Arendt, se alberga cada una de las vidas individuales, mientras que este mundo sobrevive y trasciende a todas ellas”. Las características fundamentales de este artificial mundo de cosas que el homo faber produce, son, según la interpretación arendtiana, la durabilidad; la utensilidad, o sea, el carácter de objetos para el uso, la objetividad, es decir, la oposición a la naturaleza, y los corolarios de todo esto: la estabilidad y confianza, que permiten al ser humano, no sólo tener un referente que garantiza su identidad, sino sentirse a su gusto y protegido en su habitat o morada particular que es el mundo de cosas hechas por sus manos y que permanecen frente a los exuberantes y cíclicos cambios naturales. El artificio humano por otra parte, tiene aún una más elevada función: a través de él el individuo humano alcanza la inmortalidad.

En efecto, en un universo en el que todo se repite cíclicamente, en el cual ningún ser se particulariza, sino que, en tanto que miembro de una especie y a través de ella, permanece momentáneamente en el tiempo, el hombre es el único ser realmente mortal, porque es el único que alcanza individualidad y que en cuanto tal individuo, está marcado por la mortalidad. La base biológica de la vida humana, que, en un curso rectilíneo entre nacimiento y muerte se construye una historia, está siempre amenazada por la desaparición física del individuo. Para el hombre, la mortalidad significa “seguir una trayectoria rectilínea en un universo en donde todo lo que se mueve lo hace en forma cíclica”. Sin embargo, el hombre logra, gracias al artificio de su producción mundana, alcanzar la inmortalidad y elevarse al plano de lo imperecedero en tanto que individuo y no como simple miembro de una especie:

La tarea y potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad de producir cosas -trabajo, actos y palabras- que merezcan ser, y al menos en cierto grado lo sean, imperecederas con el fin de que, a través de dichas cosas, los mortales encuentren su lugar en un cosmos donde todo es inmortal a excepción de ellos mismos. Por su capacidad de realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad individual, alcanzan su propia inmortalidad y demuestran ser de naturaleza “divina”.

El homo faber, para elaborar sus productos, se enfrenta a la naturaleza, sobre la cual ejerce una violencia que al decir de Arendt, sería inevitable: “Este elemento de violación y de violencia está presente en toda fabricación, y el homo faber, creador del artificio humano, siempre ha sido un destructor de la naturaleza”. Por eso es éste, el homo faber, el que actúa como si fuese el amo y señor de la Tierra y en ésta todo estuviese a su servicio, mientras que el animal laborans, el laborante, sometido a los ciclos de la vida biológica, “sigue siendo el siervo de la naturaleza y de la Tierra.

Cabría preguntarse si no es posible construir el artificio humano sino de esta manera, mediante la violencia y la destrucción que se ejercen al interrumpir los procesos naturales para producir la cosas artificiales que constituyen nuestro entorno humano-cultural. En la medida en que todo ser interactúa

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