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Ensayo Lo Bello Y Lo Sublime


Enviado por   •  8 de Agosto de 2012  •  16.179 Palabras (65 Páginas)  •  791 Visitas

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LO BELLO

Y LO

SUBLIME

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IMMANUEL

KANT

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Librodot Lo bello y lo sublime Immanuel Kant

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Con el título de «Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime» publicó

Kant en Komgsbey (1764) este ensayo de vario y atrayente contenido. Numerosas ediciones

sueltas se han hecho de este encantador tratadito, sin contar las varias ediciones de las obras

completas del autor.

Más que de estética, en el sentido estricto de la palabra, tratan las «Observaciones sobre el

sentimiento de lo bello y lo sublime» de asuntos varios, moral, psicología, descripción de los

caracteres individuales y nacionales; en suma, de toda suerte de temas interesantes que

pueden ocurrirse alrededor del asunto principal. Está escrito en estilo fácil y cómodo -extraña

excepción en la obra de Kant-, lleno de ingenio, alegría, penetración, con una sencillez

encantadora. Se comprende fácilmente que un crítico haya podido comparar a Kant -

refiriéndose a esta obra- con «La Bruyère», el autor de los «Caracteres».

En este ensayo es donde Kant ataca por primera vez el problema estético, y aunque sus

ideas fundamentales acerca del arte y la belleza se hallan sistemáticamente expuestas en su

obra posterior, la «Crítica del Juicio», tienen, sin embargo, las «Observaciones sobre el

sentimiento de lo bello y lo sublime» cierto interés para el conocimiento de los orígenes de la

estética kantiana. Pero sobre todo constituyen, como hemos dicho, una serie de delicadas

ocurrencias, de certeras observaciones, de agudas críticas, sin el aparato solemne de la

exposición didáctica.

Capítulo primero

Sobre los diferentes objetos del sentimiento de lo sublime y de lo

bello.

Las diferentes sensaciones de contento o disgusto descansan, no tanto sobre la condición

de las cosas externas que las suscitan, como sobre la sensibilidad peculiar a cada hombre para

ser grata e ingratamente impresionado por ellas. De ahí proviene que algunos sientan placer

con lo que a otros produce asco; de ahí la enamorada pasión, que es a menudo para los demás

un enigma, y la viva repugnancia sentida por éste hacia lo que para aquél deja por completo

indiferente. El campo de las observaciones de estas particularidades de la naturaleza humana

es muy amplio, y oculta aún buena copia de descubrimientos tan interesantes como

instructivos. Por ahora dirigiré mi mirada sobre algunos puntos que parecen particularmente

destacarse en este terreno, y más con el ojo de un observador que de un filósofo.

Como todo hombre sólo se siente feliz en tanto que satisface sus inclinaciones, la

sensibilidad que le capacita para disfrutar grandes placeres sin exigir aptitudes excepcionales,

no es tampoco cosa baladí. Las personas de fisiología exuberante, para quienes el más

ingenioso autor es el cocinero, y las obras de más exquisito gusto se encuentran en la bodega,

se entregarán a oír comunes y equívocos chascarrillos con alegría tan viva como aquella de

que tan orgullosas se sienten personas de sensibilidad elevada. Un buen señor, que gusta de

leer libros porque con ello concilia mejor el sueño; el comerciante, para quien todo placer es

mezquino si se exceptúa el que disfruta un hombre avisado cuando calcula sus ganancias;

aquel otro, que sólo ama al sexo femenino porque lo incluye entre las cosas disfrutables; el

aficionado a la caza, ya sea de moscas, como Domiciano, o de fieras, como A., todos ellos

tienen una sensibilidad que les permite gustar placeres a su modo, sin necesidad de envidiar

otros y sin que puedan formarse idea de otros. Pero dejemos ahora esto fuera de nuestra

atención. Existe, además, un sentimiento de naturaleza más fina, llamado así, bien porque

tolera ser disfrutado más largamente, sin saciedad ni agotamiento, bien porque supone en el

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alma una sensibilidad que la hace apta para los movimientos virtuosos, o porque pone de

manifiesto aptitudes y ventajas intelectuales, mientras los otros son compatibles con una

completa indigencia mental. Este es el sentimiento que me propongo considerar en algunos de

sus aspectos. Excluyo, sin embargo, aquella inclinación que va unida a las sublimes

intuiciones del entendimiento y aquel atractivo que sabía percibir la impresión de que era

capaz un Kepler cuando, como Bayle refiere, no hubiera cambiado uno de sus

descubrimientos por un principado. Es esta afección excesivamente fina para entrar dentro del

presente ensayo,

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