Ensayo Lo Bello Y Lo Sublime
alekxandro8 de Agosto de 2012
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LO BELLO
Y LO
SUBLIME
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IMMANUEL
KANT
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Con el título de «Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime» publicó
Kant en Komgsbey (1764) este ensayo de vario y atrayente contenido. Numerosas ediciones
sueltas se han hecho de este encantador tratadito, sin contar las varias ediciones de las obras
completas del autor.
Más que de estética, en el sentido estricto de la palabra, tratan las «Observaciones sobre el
sentimiento de lo bello y lo sublime» de asuntos varios, moral, psicología, descripción de los
caracteres individuales y nacionales; en suma, de toda suerte de temas interesantes que
pueden ocurrirse alrededor del asunto principal. Está escrito en estilo fácil y cómodo -extraña
excepción en la obra de Kant-, lleno de ingenio, alegría, penetración, con una sencillez
encantadora. Se comprende fácilmente que un crítico haya podido comparar a Kant -
refiriéndose a esta obra- con «La Bruyère», el autor de los «Caracteres».
En este ensayo es donde Kant ataca por primera vez el problema estético, y aunque sus
ideas fundamentales acerca del arte y la belleza se hallan sistemáticamente expuestas en su
obra posterior, la «Crítica del Juicio», tienen, sin embargo, las «Observaciones sobre el
sentimiento de lo bello y lo sublime» cierto interés para el conocimiento de los orígenes de la
estética kantiana. Pero sobre todo constituyen, como hemos dicho, una serie de delicadas
ocurrencias, de certeras observaciones, de agudas críticas, sin el aparato solemne de la
exposición didáctica.
Capítulo primero
Sobre los diferentes objetos del sentimiento de lo sublime y de lo
bello.
Las diferentes sensaciones de contento o disgusto descansan, no tanto sobre la condición
de las cosas externas que las suscitan, como sobre la sensibilidad peculiar a cada hombre para
ser grata e ingratamente impresionado por ellas. De ahí proviene que algunos sientan placer
con lo que a otros produce asco; de ahí la enamorada pasión, que es a menudo para los demás
un enigma, y la viva repugnancia sentida por éste hacia lo que para aquél deja por completo
indiferente. El campo de las observaciones de estas particularidades de la naturaleza humana
es muy amplio, y oculta aún buena copia de descubrimientos tan interesantes como
instructivos. Por ahora dirigiré mi mirada sobre algunos puntos que parecen particularmente
destacarse en este terreno, y más con el ojo de un observador que de un filósofo.
Como todo hombre sólo se siente feliz en tanto que satisface sus inclinaciones, la
sensibilidad que le capacita para disfrutar grandes placeres sin exigir aptitudes excepcionales,
no es tampoco cosa baladí. Las personas de fisiología exuberante, para quienes el más
ingenioso autor es el cocinero, y las obras de más exquisito gusto se encuentran en la bodega,
se entregarán a oír comunes y equívocos chascarrillos con alegría tan viva como aquella de
que tan orgullosas se sienten personas de sensibilidad elevada. Un buen señor, que gusta de
leer libros porque con ello concilia mejor el sueño; el comerciante, para quien todo placer es
mezquino si se exceptúa el que disfruta un hombre avisado cuando calcula sus ganancias;
aquel otro, que sólo ama al sexo femenino porque lo incluye entre las cosas disfrutables; el
aficionado a la caza, ya sea de moscas, como Domiciano, o de fieras, como A., todos ellos
tienen una sensibilidad que les permite gustar placeres a su modo, sin necesidad de envidiar
otros y sin que puedan formarse idea de otros. Pero dejemos ahora esto fuera de nuestra
atención. Existe, además, un sentimiento de naturaleza más fina, llamado así, bien porque
tolera ser disfrutado más largamente, sin saciedad ni agotamiento, bien porque supone en el
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alma una sensibilidad que la hace apta para los movimientos virtuosos, o porque pone de
manifiesto aptitudes y ventajas intelectuales, mientras los otros son compatibles con una
completa indigencia mental. Este es el sentimiento que me propongo considerar en algunos de
sus aspectos. Excluyo, sin embargo, aquella inclinación que va unida a las sublimes
intuiciones del entendimiento y aquel atractivo que sabía percibir la impresión de que era
capaz un Kepler cuando, como Bayle refiere, no hubiera cambiado uno de sus
descubrimientos por un principado. Es esta afección excesivamente fina para entrar dentro del
presente ensayo, destinado sólo a tratar la emoción sensible de que las almas más comunes
son también capaces.
Este delicado sentimiento que ahora vamos a considerar es principalmente de dos clases: el
sentimiento de lo sublime y el de lo bello. La emoción es en ambos agradable, pero de muy
diferente modo. La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la
descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton, producen agrado,
pero unido a terror; en cambie, la contemplación de campiñas floridas, valles con arroyos
serpenteantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura del
cinturón del Venus en Homero, proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y
sonriente. Para que aquella impresión ocurra en nosotros con fuerza apropiada, debemos tener
un sentimiento de lo sublime; para disfrutar bien la segunda, es preciso el sentimiento de lo
bello. Altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado, son sublimes; platabandas de
flores, setos bajos y árboles recortados en figuras, son bellos.
La noche es sublime, el día es bello. En la calma de la noche estival, cuando la luz
temblorosa de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se halla en el
horizonte, las naturalezas que posean un sentimiento de lo sublime serán poco a poco
arrastradas a sensaciones de amistad, de desprecio del mundo y de eternidad. El brillante día
infunde una activa diligencia y un sentimiento de alegría. Lo sublime, conmueve; lo bello,
encanta. La expresión del hombre, dominado por el sentimiento de lo sublime, es seria; a
veces fija y asombrada. Lo sublime presenta a su vez diferentes caracteres. A veces le
acompaña cierto terror o también melancolía, en algunos casos meramente un asombro
tranquilo, y en otros un sentimiento de belleza extendida sobre una disposición general
sublime. A lo primero denomino lo sublime terrorífico, a lo segundo lo noble, y a lo último lo
magnífico. Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica
De ahí que los grandes, vastos desiertos, como el inmenso Chamo en la Tartaria, hayan sido
siempre el escenario en que la imaginación ha visto terribles sombras, duendes y fantasmas.
Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha
de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado. Una gran altura es tan sublime como una
profundidad; pero a ésta acompaña una sensación de estremecimiento, y a aquélla una de
asombro; la primera sensación es sublime, terrorífica, y la segunda, noble. La vista de las
pirámides egipcias impresiona, según Hamlquist refiere, mucho más de lo que por cualquier
descripción podemos representarnos; pero su arquitectura es sencilla y noble. La iglesia de
San Pedro en Roma es magnífica. En su traza, grande y sencilla, ocupa tanto espacio la
belleza -oro, mosaico-, que a través de ella se recibe la impresión de lo sublime, y el conjunto
resulta magnífico. Un arsenal debe ser sencillo; una residencia regia, magnifica, y un palacio
de recreo, bello.
Un largo espacio de tiempo, es sublime. Si corresponde al pasado, resulta noble; si se le
considera en un porvenir incalculable, contiene algo de terrorífico. Un edificio de la más
remota antigüedad, es venerable. La descripción hecha por Halles de la eternidad futura,
infunde un suave terror; la de la eternidad pasada, un asombro inmóvil.
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Capítulo II
Sobre las propiedades de lo sublime y de lo bello en el hombre en
general.
La inteligencia es sublime; el ingenio, bello; la audacia es grande y sublime; la astucia es
pequeña, pero bella. «La circunspección -decía Cronwell- es una virtud de alcalde.» La
veracidad y la rectitud son sencillas y nobles; la broma y la lisonja obsequiosas son finas y
bellas. La amabilidad es la belleza de la virtud. La solicitud desinteresada es noble. La
cortesía y la finura son bellas. Las cualidades sublimes infunden respeto; las bellas, amor. Los
que sienten principalmente lo bello, sólo en casos de necesidad buscan sus amigos entre los
hombres rectos, constantes y severos; prefieren tratarse con gentes bromistas, amables y
corteses. Se estima a algunos demasiado para que pueda amárseles. Infunden asombro, pero
están demasiado por encima de nosotros para que
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