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Ensayo de la reforma luterana


Enviado por   •  4 de Septiembre de 2021  •  Ensayos  •  3.220 Palabras (13 Páginas)  •  174 Visitas

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La reforma luterana

Análisis e impacto contemporáneo.

Acaban de cumplirse 500 años del día considerado comúnmente como el punto de partida de la transformación religiosa que marcó al mundo occidental como muy pocos otros procesos históricos lo han hecho. Este proceso es conocido con una expresión bastante inofensiva: “la Reforma”. La jornada en cuestión es el 31 de octubre de 1517. Ese día, un fraile agustino, llamado originalmente Martin Luder, supuestamente clavó, en la iglesia del poblado de Wittenberg en el noreste del Sacro Imperio Romano Germánico, un documento con 95 tesis en contra de la venta de indulgencias por parte de la iglesia católica. Escribo “supuestamente” porque la historiografía actual cuestiona que dicha acción haya tenido lugar. De lo que no cabe dudar es que la difusión de un sermón que Lutero redactó en lengua alemana a principios de 1518 sobre las indulgencias fue el detonador de “la Reforma”. Una reforma que, en realidad, fue una revolución religiosa, teológica, social, política y económica que cambió la faz de Europa en muy poco tiempo y cuyas ramificaciones terminarían alcanzando a toda la cultura occidental. Si Martín Lutero clavó o no las (cuestionadas pero célebres) 95 tesis en contra de las indulgencias es pues una cuestión secundaria. Lo fundamental es que su mundo inmediato y varias sociedades europeas de su tiempo (entre otras, la suiza, la danesa y la sueca) cambiaron radicalmente su fisonomía en unos cuantos años “a partir” de ellas. De hecho, en varios aspectos buena parte de Occidente sigue bajo la estela de “la Reforma” y, por lo tanto, bajo la estela de un fraile agustino que a la sazón tenía 34 años. En palabras de Thomas Kaufmann, Lutero “transformó la Iglesia occidental y, con ella, el mundo de un modo como pocas veces lo ha hecho otro hombre antes o después de él”.

Como toda revolución, “la Reforma” tuvo antecedentes. No sólo porque la iglesia católica enfrentó, condenó y suprimió herejes desde el inicio mismo de su historia como institución, sino también por un precedente reformista que pervivía en la memoria de los contemporáneos de Lutero: la herejía de Juan Huss (1370-1415), quien fuera excomulgado, condenado y quemado en la hoguera por la iglesia católica (un destino que muy bien pudo haber sufrido Lutero). En forma explícita, el fraile agustino que se atrevió a levantar la voz en contra de las indulgencias se consideró a sí mismo un heredero de Huss y de su malograda reforma religiosa.

Ahora bien, ¿qué eran las indulgencias? Básicamente, eran perdones que la Iglesia ofrecía a cambio de dinero. Su existencia se remonta al siglo XI; desde entonces las indulgencias no habían hecho más que ampliarse y sofisticarse. De compensar solamente algunos pecados, terminaron por ser otorgadas a los familiares de difuntos para que éstos pudieran acortar el paso por el purgatorio. Con un pago adicional podían recibir una absolución por adelantado y la condonación total de ciertas penas. Existían también las indulgencias plenarias, que sólo podían ser concedidas por los Papas. En fin, se trataba de un negocio redondo para la iglesia católica, a costa de ir en contra, como argumentaría Lutero, de una serie de principios en los que se basaba (o debía basarse, según él) el cristianismo.2 La gota que derramó el vaso fueron las indulgencias plenarias que Roma puso en circulación en el imperio con el objetivo de financiar la construcción de la Basílica de San Pedro. La reacción de Lutero parece inofensiva en un principio: discutir sus 95 tesis, redactadas originalmente en latín, con algunos teólogos y hombres de letras. Su llamado a esta discusión en un ámbito muy restringido no tuvo consecuencia alguna: nadie se presentó al emplazamiento del fraile agustino. Es entonces cuando surge ese Lutero que tan bien retrata Lucien Febvre en su célebre libro Un destin: Martin Luther.

Lutero era un hombre preparado (era doctor en teología) que poseía una energía, una tenacidad y una valentía poco comunes. Además, era un hombre que recurrió a todos los medios a su alcance para difundir su mensaje y sus convicciones; un mensaje lleno de “fogosidad”, de “impulsos nunca calculados”, de “intemperancia verbal” y de “temibles excesos del lenguaje”, en gran medida porque dicho mensaje provenía de un hombre que “no sabía interesarse más que en sí mismo, en su conciencia y en su salvación”. Es este el Lutero que surge en las primeras semanas de 1518. A partir de ese momento y hasta, por lo menos 1530, el fraile agustino que casi nadie conocía fuera de su natal Eisleben, en donde había visto la luz en 1483, y de Wittenberg (en cuya universidad hizo sus estudios de teología y en donde enseñó durante más de 30 años), se convirtió en una máquina de pensamiento, reflexión teológica y trabajo intemperante. Durante esa docena de años Lutero predicó una infinidad de sermones, tradujo el Nuevo Testamento al alemán y escribió cientos de panfletos, además de participar en varios debates religiosos que fueron célebres en todo el imperio. Al final de ese periodo el luteranismo desembocó en la llamada “Confesión de Augsburgo”. El 25 de junio de 1530 el pensador luterano más importante del primer protestantismo, Felipe Melanchton, presentó ante Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1519, un documento redactado por el propio Melanchton que, más que ningún otro, contribuyó “a consolidar el protestantismo y a enfrentarlo contra el catolicismo”.4 La mesa estaba puesta, por decirlo así, para lo que sería la sangrienta historia de Europa desde ese momento hasta la Paz de Westfalia, que pondría fin a la Guerra de los 30 Años (1618-1648).

Aunque ha sido señalado infinidad de veces por estudiosos de la Reforma, cabe hacer aquí una afirmación tajante, pero no exenta de verdad: sin imprenta no hay Lutero o, mejor dicho, sin imprenta no hay luteranismo. Fue la imprenta la que le permitió dar a conocer su pensamiento, la que lo difundió, la que ganó para él millones de adeptos, la que permitió que 430 ediciones (parciales o completas) de la llamada “Biblia de Lutero” fueran publicadas entre 1522 y 1546 y la que dio a conocer y difundió cientos de grabados antipapistas que tuvieron ante sus ojos millones de habitantes del Sacro Imperio. Sin estos elementos es prácticamente imposible explicar el éxito de “la Reforma”.

Este éxito, vertiginoso desde donde se le mire, tuvo un caldo de cultivo que explica en gran medida esta vertiginosidad: la pésima reputación de la iglesia católica entre la población alemana de la época. El Cisma de Occidente (1378-1417), las tensiones entre los Papas y el movimiento conciliar, la corrupción de no pocos Papas y del Vaticano en general, el trato que tradicionalmente había recibido la iglesia alemana por parte de Roma, la amarga experiencia que había vivido el imperio con Huss y las referidas indulgencias contribuyeron a crear un ambiente antirromano que fue decisivo para la expansión y adopción del luteranismo. De hecho, el imperio mismo es un motivo más para explicarla, pues las tensiones políticas con el papado venían de muy lejos.

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