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Filosofia Antropologica


Enviado por   •  16 de Agosto de 2011  •  1.867 Palabras (8 Páginas)  •  1.000 Visitas

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Problema: entendimiento analítico del hombre: es acaso posible analizar al hombre desde una sola razón?

Tesis: no es posible analizar al hombre desde una sola razón ya que el mismo se desarrolla en múltiples realidades por lo que no posee un carácter de “cosidad”.

“Pensaba escribir un libro cuyo título sería Adán, que habría de tratar del hombre entero. Pero luego reflexioné y decidí no escribirlo.”

En estas palabras, de timbre tan ingenuo, de un verdadero sabio, se expresa —aunque su verdadera intención se endereza a algo distinto— toda la historia de la meditación del hombre sobre el hombre. Sabe éste, desde los primeros tiempos, que él es el objeto más digno de estudio, pero parece como si no se atreviera a tratar este objeto como un todo, a investigar su ser y sentido auténticos. A veces inicia la tarea, pero pronto se ve sobrecogido y exhausto por toda la problemática de esta ocupación con su propia índole y vuelve atrás con una tácita resignación, ya sea para estudiar todas las cosas del cielo y de la tierra menos a sí mismo, ya sea para considerar al hombre como dividido en secciones a cada una de las cuales podrá atender en forma menos problemática, menos exigente y menos comprometedora.

El propósito de la antropología filosófica es identificar las características de la especie humana, tomando en cuenta todos los aspectos de la realidad: material, biológica, económica, histórica, cultural, etc. Pero esto no significa que sea el producto de una combinación o síntesis de diversas disciplinas. En este sentido, la antropología filosófica no es una ciencia social, sino que está más cerca a la Filosofía. Como disciplina filosófica, no abandona su pretensión de comprender al hombre más allá de los límites de las distintas ciencias.

La afirmación: «ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra», en lugar de tranquilizarnos, plantea nuevos problemas que exigen, para ser solucionados, perfilar el sentido de la pregunta sobre el hombre. Los distintos saberes sobre el hombre, tanto si proceden de las ciencias naturales como de las sociales o históricas, ya lo presuponen. Tratan de averiguar sus rasgos, sus caracteres, o su manera de responder y acoplarse al medio ambiente. O cómo construye y qué relación tenga con la cultura. Pero este «presupuesto conocimiento del hombre» queda en la sombra, se arrastra, se vive con él. Actúa como una «creencia» en el sentido orteguiano del término. La Antropología Filosófica, si pretende ser un discurso epistémico, necesita elevar ese presupuesto a la categoría de «problema». Hurgar en lo «obvio» sin miedo a no encontrar nada.

«Todo ello significa que lo humano pertenece a un ámbito de realidad distinta de las cosas. En este sentido, lo que se entiende por ser del hombre sería su hacerse, es decir, el resultado de su acción. En consecuencia, su fórmula ontológica no se corresponde con el “es”, sino con el “será”, que está de camino y pendiente de un después. Por eso, la primera cuestión práctica y la más decisiva para el hombre es hacerse o no hacerse. En ello se fundaría la diferencia ontológica entre las realidades humanas y las realidades naturales. Y también, desde esa diferencia, se podría reivindicar la función humanizadora de la Antropología en cuanto superación de una tendencia suya tradicionalmente especulativa».

Otro autor que afirma la dificultad al tomar al hombre como SUJETO de estudio comenta «El hombre es el ser que continuamente se hace y se rehace. El gran invento del hombre son los hombres. Visión prometeica y también trágica: si somos un perpetuo hacernos somos un eterno recomienzo. No hay descanso: fin y comienzo son lo mismo. Tampoco hay naturaleza humana: el hombre no es algo dado, sino algo que se hace y se reinventa. Desde el principio, lanzado fuera de sí y fuera de la naturaleza, es un ser en vilo: todas sus creencias –lo que llamamos cultura e historia– no son sino artificios para seguir suspendido en el aire y no recaer en la inercia animal de antes del principio».

Entonces llegamos a la idea de que con la finitud que supone el que solamente se puede saber esto, va ligada indisolublemente la participación en lo infinito, participación que se logra por el mero hecho de poder saber. Y se ha dicho también que con el conocimiento de la finitud del hombre se nos da al mismo tiempo el conocimiento de su participación en lo infinito, y no como dos propiedades yuxtapuestas, sino como la duplicidad del proceso mismo en el que se hace cognoscible verdaderamente la existencia del hombre. Lo finito actúa en ella, y también lo infinito; el hombre participa en lo finito y también participa en lo infinito.

Sólo puede conocer la totalidad de la persona y, por ella, la totalidad del hombre, si no deja fuera su subjetividad ni se mantiene como espectador impasible. Por el contrario, tiene que tirarse a fondo en el acto de autorreflexión, para poder cerciorarse por dentro de la totalidad humana. En otras palabras: tendrá que ejecutar ese acto de adentramiento en una dimensión peculiarísima, como acto vital, sin ninguna seguridad filosófica previa, exponiéndose, por lo tanto, a todo lo que a uno le puede ocurrir cuando vive realmente.

Así Aristóteles no se penetra en esa dimensión peculiar en la que el hombre se conoce a sí mismo como sólo él puede conocerse, y por eso no se descubre el lugar peculiar que el hombre ocupa en el universo. El hombre es comprendido desde el mundo, pero el mundo no es comprendido desde el hombre. La tendencia de los griegos a concebir el mundo como un espacio cerrado en sí mismo culmina, con Aristóteles, en el sistema geocéntrico de las esferas.

En los ultimos tiempos se ha

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