Filosofía De La Posmodernidad
14 de Noviembre de 2012
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LA FILOSOFÍA DE LA POSMODERNIDAD
Vivimos en un tiempo de “astronautas” y “náufragos”, de “fanáticos” y de “zombis”. La filosofía ha abandonado las grandes cuestiones que la han asediado desde antaño para entrar en el sendero del pensamiento débil. La modernidad ha encontrado su ocaso, su deterioro e incluso, para algunos, su fallecimiento. Pero junto al pensamiento filosófico, también la ciencia, el arte, la moral, la religión... han perecido en brazos de la ideología de la posmodernidad. Ella es, sin duda, una gran representante del pensamiento de finales del siglo XX.
1. LA FILOSOFÍA POSMODERNA
¿Es posible tratar de la filosofía posmoderna? ¿No es acaso la posmodernidad el deterioro definitivo de lo filosófico? Autores como Lyotard, Vattimo, Lipovetsky, Finkielkraut, entre otros, se han ocupado de mostrar una nueva forma de entender la filosofía. Los grandes maestros han desaparecido porque todo vale. La posmodernidad es la victoria ¿definitiva? de los sofistas frente a la Filosofía, con mayúscula, frente a los grandes Sistemas, frente a la Ontología, la Moral, la Estética o la Religión.
El pensamiento posmoderno surge como reacción a la Ilustración del siglo XVIII, a la filosofía que cree en la absolutización de la Razón y en el sentido único de la historia. Rousseau, Kant o incluso más tardíamente Hegel pueden considerarse los filósofos prototípicos de la modernidad. Frente a ellos la obra demoledora de Nietzsche abre las puertas del abismo posmoderno1. Nietzsche es uno de los exponentes de la que Paul Ricoeur 2 llamaba “filosofía de la sospecha”, y esta sospecha, en el caso de Nietzsche, radica precisamente ahí, en el hecho de considerar que la modernidad no es más que la recuperación de la vieja tradición apolínea occidental que surgió con Sócrates y Platón y que culmina en el proyecto ilustrado.
Nietzsche formula en su obra “La gaya ciencia” la sentencia que proclama el fallecimiento de la modernidad: Dios ha muerto. No hay desde ahora un punto de referencia común, un fundamento axiológico, un “arriba y un abajo”. Es la irrupción del nihilismo: “Nietzsche, en efecto, ha demostrado que la imagen de una realidad ordenada racionalmente sobre la base de un fundamento (la imagen que la metafísica se ha hecho siempre del mundo) es sólo un mito “tranquilizador” propio de una humanidad todavía bárbara y primitiva...” 3.
Ya no hay verdad filosófica, sino verdades; no existe un sentido de la historia, sino que cada cual debe inventar el suyo, y la razón, el viejo instrumento filosófico que había creado el pensamiento griego, deja de tener vigencia...
Un hombre loco aparece en pleno día en una plaza pública con una linterna exclamando: “Busco a Dios, busco a Dios”. Pero como había muchos que no creían en Dios sus gritos provocaron risas. “¿Es que se ha escapado? ¿Acaso se ha escondido?”. El hombre loco no se altera. Se encara a ellos y les dice: “Nosotros hemos matado a Dios. ¡Todos nosotros somos sus asesinos!”. El fragmento pertenece a La gaya ciencia de Nietzsche. Dios es el horizonte, y nosotros lo hemos borrado, aniquilado. Es evidente que no debe interpretarse el concepto de Dios en el sentido clásico de “Dios cristiano”. Como Heidegger se ha ocupado de mostrar en sus trabajos sobre Nietzsche, Dios es todo el mundo suprasensible, el mundo de las ideas de Platón, el ser trascendente. La muerte de Dios significa ontológicamente que el ser es ente, que el ser es lo que aparece, que el ser es superficie, es presencia. Heráclito, con su “Todo fluye”, ha barrido a Parménides, el de “El ser es”.
El propio Nietzsche se asustó de su descubrimiento. La muerte de Dios lleva consigo la muerte del hombre, del sujeto moderno. Desde ahora ya no será posible, en su opinión, volver a situar a la realidad como punto de partida de nuestras indagaciones y elucubraciones. El ego cogito cartesiano, el sujeto trascendental kantiano, o incluso el sujeto absoluto de Hegel, son aniquilados definitivamente. El sujeto epistemológico quedará superado, en las nuevas filosofías posmodernas, por el sistema (Luhmann) y la estructura (Foucault). El superhombre de Nietzsche no es un hombre superior, más hombre, más individuo, más sujeto, sino la categoría que rompe con el antiguo concepto moderno de hombre. El superhombre de Nietzsche supone un antihumanismo 4.
Heidegger también recuperará esta nueva tradición posmoderna al considerar al ser humano como pastor del ser, y oponerse así al humanismo existencialista sartriano. Pero la superación del hombre en superhombre es una mutación definitiva. El concepto de superación queda, en las filosofías posmodernas, completamente fuera de combate. Lo mismo sucede con las viejas categorías del pensamiento europeo tradicional. Ya no existe el progreso, ya no tiene sentido pensar en el sentido. El superhombre anunciado en la muerte de Dios de Nietzsche lleva consigo una nueva concepción del tiempo y de la historia que acaba por derrumbar la escatología judeocristiana: el eterno retorno.
El presente, el instante, cobra una radical primacía frente al pasado o el futuro. Sólo el presente vale, porque cada instante es único y no hay esperanza en el mañana, en el después. Ya no hay proyecto, porque ya no hay sujeto para proyectarse. Tampoco es posible concebir el progreso histórico 5. El presente es la única dimensión de la temporalidad que sigue vigente. Todos los valores de la antigua persona perecen. No hay otro Ser que la pura presencia, el ser no trasciende los entes, porque admitir tal trascendencia supondría aceptar la realidad del Absoluto, y ello no es posible en la filosofía de la posmodernidad. De ahí que el ser no posea “estructuras estables”6, para que el pensamiento tenga donde agarrarse. El pensamiento no puede fundarse, porque no hay “fundamento” (Grund, en alemán). Todo es precario, todo es relativo. Si acaso solamente existe una certeza absoluta, una certeza mínima: la negación del absoluto, o el absoluto de la relatividad. Jameson ha resumido en cinco los rasgos constitutivos de la ideología de la posmodernidad 7:
1. Una nueva superficialidad que se encuentra prolongada tanto en la “teoría” contemporánea como en toda una nueva cultura de la imagen o el simulacro.
2. Debilitamiento de la historicidad. La modernidad encuentra su final desde el momento en que no es posible descubrir una visión unitaria de la historia 8.
3. Un subsuelo emocional totalmente nuevo.
4. Profundas relaciones de todo ello con una nueva tecnología.
5. Misión política del arte en el nuevo espacio mundial del capitalismo multinacional avanzado.
Pero la posmodernidad es, ante todo, la filosofía de la desmitificación 9, de la desacralización, la filosofía que desvela el derrumbamiento de los viejos ídolos. Las repercuciones en el terreno de la ética son graves: ya no existen imperativos categóricos, no hay evidencias apodícticas. Ética y sociología, moral y política se confunden o se identifican. Valores sociales y valores morales se entremezclan sin posiblidad de establecer fronteras entre ambos. Leamos este texto de Vattimo al respecto: “Tras Nietzsche, tras la desmitificación radical, la experiencia de la verdad no puede ser ya simplemente tal como era antes: ya no hay evidencia apodíctica, aquella en la que los pensadores de la época de la metafísica buscaban un fundamentum absolutum et inconcussum”10.
Incluso las teorías científicas se ven acosadas por la filosofía de la posmodernidad. Kurt Gödel, en el año 1931, ya mostró la incapacidad de las teorías científicas para autosostenerse. En todo sistema aritmético existe siempre una proposición que no es ni demostrable ni refutable dentro de este mismo sistema 11. La estructura de las revoluciones científicas de Kuhn acercó las ciencias de la naturaleza a las ciencias humanas. El viejo anhelo positivista de un saber científico coherente, autónomo, trascendente, se tambalea. Las ciencias exactas pasan a tener dependencia de lo social. La posmodernidad deja sin soporte al mismo discurso científico. La naturaleza no está escrita en lenguaje matemático, sino que, en todo caso, somos capaces de leerla de tal modo, pero también es posible verla míticamente, artísticamente... Y cualquiera de estas formas resulta tan válida como las anteriores. Feyerabend ha mostrado que ciencia y mito se encuentran mucho más cerca de lo que los antiguos ilustrados creían. No se puede rebatir el discurso científico desde lo mitológico, ni a la inversa. Todo vale. La ciencia es también un modo de narración, una novela. Como ha advertido Lyotard: “Desde Platón la cuestión de la legitimación de la ciencia se encuentra indisolublemente relacionada con la de la legitimación del legislador. (...) Hay un hermanamiento entre el tipo de lenguaje que se llama ciencia y ese otro que se llama ética y política: uno y otro proceden de una misma perspectiva o si se prefiere de una misma “elección”, y ésta se llama Occidente. (...) ¿Quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que conviene decidir?. La cuestión del saber en la edad de la información es más que nunca una cuestión de gobierno” 12.
El saber científico es un modo de conocimiento, entre otros, y no posee en sí mismo una entidad mayor que la de otros modos de conocimiento tales como el arte, la religión o la filosofía.
De ahí la imposiblidad de reducir todo saber confiable al saber científico. Justificar la validez del saber científico desde él mismo es incurrir en un
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