Por Que Filosofia Para Niños
wilsonrodriguez9 de Abril de 2014
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¿Por qué “Filosofía para niños”?(*)
Diego Antonio Pineda R.
Pienso que también los niños [...] necesitan estar en condiciones de hablar
sobre temas que los adultos hablan permanentemente con ellos; les decimos
que digan la verdad, pero, ¿qué es la verdad?; les decimos que sean justos,
pero, ¿qué es ser justos? Los niños necesitan de la filosofía para clarificar
esos conceptos, que son filosóficos, y que, a la vez, están en el lenguaje de
todos los días; también para clarificar la naturaleza de sus investigaciones y
para hacer mejores juicios. Los niños necesitan de la filosofía igual que los
adultos. [...].
Sí, son capaces de hacer filosofía. Ahora bien, si la hacen del mismo modo que
los adultos, ya es algo que se debe determinar en cada caso particular. No
estoy seguro de poder contestar esa pregunta de un modo general. Depende
de lo que se quiera decir con la expresión ‘¿pueden hacer filosofía?’ [...].
Me gustaría tomar esa pregunta, en un sentido semejante al de las preguntas
de Wittgenstein, asimilándola a la pregunta ‘¿puede un niño jugar al fútbol?’.
Por supuesto que un niño puede jugar al fútbol, si lo que se quiere preguntar
es si el que juega al fútbol puede cumplir sus reglas. No es una cuestión de
cuán bueno se es jugando al fútbol, sino de si violan o no las reglas del juego.
Aquellos jugadores que no juegan bien, pero que sin embargo juegan, son
jugadores.
(Pero miremos las reglas de ese juego llamado filosofía). Si usted es
relevante, consistente y no auto-contradictorio, si usted está interesado en
los conceptos en que los filósofos han estado interesados -como la amistad, u
otros equivalentes en importancia-, si usted se sitúa bien respecto de la
naturaleza del argumento y de la deliberación; en otras palabras, si usted
sigue procedimientos filosóficos, entonces usted parece estar jugando el
juego. No sé con qué fundamento se le podría descalificar si hace eso. Si un
niño se introduce en un conversación filosófica entre adultos y hace todas
estas cosas, ¿con qué fundamento se lo va a descalificar?
Matthew Lipman
(*) Este texto es la intervención del autor en la inauguración del Primer Congreso Colombiano de Filosofía
para niños, en el Colegio del Santo Ángel, en el año 2005. No ha sido publicado en su totalidad en ninguna
parte, aunque varias partes de él se integraron luego en el libro Filosofía para niños: el ABC (Bogotá, Edit.
Beta, 2004).
El autor es Profesor Asociado de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá,
Colombia).
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Creo que esto (la posibilidad de que los niños hagan filosofía) es algo que se
debe determinar empíricamente, y hoy tenemos miles de niños en el mundo
que hacen filosofía. Por otra parte, mi impresión es que, en cierto modo, ellos
tienen la posibilidad de hacer filosofía incluso mejor que los adultos, porque
no están tan socializados como nosotros y muchas preguntas todavía están
muy abiertas para ellos. No están cerrados. En cambio, los adultos,
desafortunadamente, hemos clausurado un montón de áreas de investigación.
Hemos decidido que ya tenemos una respuesta, y entonces no queremos
hablar más acerca de eso. Por su parte, los niños no están para nada seguros
acerca de un montón de estos conceptos que subyacen a la experiencia
cotidiana, y están mucho más deseosos de mirar hacia ellos y generar
respuestas alternativas, nuevas respuestas.
Ann Margaret Sharp
Nos hemos reunido en esta mañana personas provenientes de diversos colegios y
universidades de nuestra ciudad, además de algunos invitados especiales de otras partes del país,
con el fin de compartir el trabajo que, a lo largo de los últimos tres años, hemos venido
desarrollando para llevar la filosofía a la educación básica y el preescolar. Considero ésta una
ocasión propicia para que, aún antes de entrar en el asunto central que nos ocupa -el de compartir
nuestras experiencias y el de establecer contactos con quienes ya desarrollan o aspiran a
desarrollar el trabajo filosófico con los niños- reflexionemos, así sea de forma general, sobre el
asunto mismo que nos ocupa, es decir, sobre el sentido y posibilidad de hacer filosofía con los
niños.
Quiero iniciar, pues, esta jornada con una reflexión sobre lo que significa el filosofar con
los niños en la educación actual de nuestra ciudad y nuestro país. Para ello, debo, en primer lugar,
presentar lo que de hecho es hoy “Filosofía para niños” (en adelante FpN), es, decir, lo que es hoy
el filosofar con los niños como hecho cumplido y realizado en muchas partes del mundo y en
nuestro país. En segundo término, trataré de responder a algunas objeciones, posibles en unos
casos y efectivas en otros, que se hacen a la tarea en que nos hemos empeñado. Sobre la base de
ello intentaré decir, ya en un sentido positivo, por qué considero que ésta es una labor no sólo
urgente sino importante en nuestra práctica educativa y por qué puede resultar relevante en un
país como el nuestro, sumido en el caos y la violencia. No me ocuparé, pues, en esta ocasión, de
presentar la idea de FpN tal como nació y fue germinando a partir de la intuición inicial de
Matthew Lipman y de su programa, pues considero que la gran mayoría de los presentes tienen ya
una información básica sobre este asunto y, si no la tuvieran, disponemos ya de muchos medios y
de materiales propios para el desarrollo de este proyecto que podrán ellos consultar.
1. “Filosofía para niños” como hecho
Hasta hace muy poco tiempo la sola idea de tratar temas filosóficos con los niños
resultaba absurda e incomprensible, cuando no peligrosa y hasta, según algunos, violatoria de los
derechos infantiles. Era impensable que los niños pudieran preocuparse de cuestiones filosóficas,
pues ésta, la filosofía, era concebida como una asignatura reservada para los años de la educación
media (Grados 10° y 11° básicamente), en donde se solía dar como un barniz de cultura general,
consistente en un rápido recuento de la historia filosófica; o como una disciplina académica
orientada a darle un decorado “humanista” a las carreras técnicas; o, en algunos casos especiales,
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como una materia altamente compleja, reservada para unos cuantos “iniciados”, que se
vanagloriaban de utilizar un lenguaje altamente sofisticado y, por lo general, incomprensible para
los no especializados. Se suponía, entonces, que la filosofía era sólo asunto de adultos ya
formados, muchos de los cuales, además, debían poseer una formación científica y humanística
suficiente; y ello a tal punto que no faltaban incluso quienes ponían en entredicho el sentido que
podía tener enseñar a los adolescentes una materia que, además de compleja, llevaba consigo el
peligro de formar en los alumnos el sentido crítico cuando aún no disponían de la suficiente
madurez personal para hacer buen uso de él.
Desde hace un tiempo, sin embargo, tal concepción del valor de la formación filosófica y
de la edad adecuada para comenzar con ella ha cambiado radicalmente. Y ello, sobre todo, porque
ha empezado a reconocerse una cierta inclinación bastante natural de los individuos hacia el
filosofar (una manera de poner de presente lo que Kant llamara “la tendencia natural de la razón
humana hacia la metafísica”). Ya Piaget1 habló de la adolescencia como de una “edad filosófica”,
recordando los interesantes tratados de metafísica, ética y hasta teología natural que suelen
hacer los adolescentes en sus diarios y hasta las “novelas filosóficas” que algunos, como él mismo,
escribieron antes de los 20 años. Y, sin embargo, hoy en día, parecemos encontrarnos mucho más
allá de los propios descubrimientos de Piaget y son muchos los que se atreven a sugerir, y ofrecen
contundentes argumentos y pruebas para ello, que la edad filosófica por excelencia es la infancia
misma.
En el momento actual, la actitud general hacia las aptitudes filosóficas de los niños ha
cambiado. Padres y educadores se sienten perplejos ante sus preguntas, sus comentarios, sus
conclusiones, sus modos de argumentar, y alcanzan a suponer que existen en ellos ciertos modos
de representación del mundo y cierto tipo de estructura lógica
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