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Trabajo Teorías de la Crisis Cultural El individualismo conectado

Vick93Ensayo12 de Junio de 2018

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Máster en Teoría y Crítica de la Cultura

Trabajo Teorías de la Crisis Cultural

El individualismo conectado

Víctor González Hidalgo

        


Índice

Introducción………………………………………….………….2

1. La cultura individualista ..………………………………….….3

2. El individualismo conectado ……………...………………....8

Conclusiones…………………………………………….……...14

Bibliografía……………………………………………………..15

Introducción

Las nuevas tecnologías han promovido un individualismo exagerado o “hiperindividualismo”. Somos sujetos conectados a redes donde nos sentimos únicos y especiales. No obstante, este individualismo encierra una paradoja: somos más independientes y libres pero a la vez más débiles y dependientes. Las nuevas formas de dependencia se esconden a través de la máscara de las redes sociales. En este sentido, nuestra unicidad y especialidad solo existe si se visibiliza. Somos únicos solo si los demás nos ven como únicos. Por tanto, las redes sociales juegan un papel importante en nuestras vidas porque permiten mostrarnos al otro, esto es, que los demás vean lo especiales que somos.

El “hiperindividualismo” se centra en la satisfacción constante de los deseos  de las personas. Caber remarcar que el sujeto de la era digital siente el deseo de estar permanentemente conectado. Por tanto, este deseo es en realidad una nueva dependencia; nos angustia estar desconectados. Javier Marías decidió vivir desde hace mucho tiempo sin teléfono móvil y conexión de internet en casa, ya que percibía estos nuevos inventos tecnológicos como dispositivos de control y de dominio. Ahora bien, ¿podríamos nosotros vivir sin nuestro ordenador y nuestro móvil? No, porque nuestra identidad está ligada a estos dispositivos digitales. De este modo, necesitamos llevar siempre nuestro móvil con nosotros porque si no rápidamente notaríamos su ausencia; cuando lo perdemos sentimos un vacío enorme, como si estuviéramos fuera de lugar y nos faltara algo de nosotros.

Tal y como se desprende del ejemplo anterior, las nuevas tecnologías definen nuestro lugar en el mundo. No es posible ser sin ellas, esto es, nuestra identidad depende de estos dispositivos. Un ejemplo de esta dependencia es cuando nada más levantarnos miramos el móvil para ver  los mensajes que hemos recibido mientras estabas dormidos. El propósito de este trabajo es demostrar como el individualismo conectado encierra una nueva forma de dependencia. El presente trabajo se estructura en dos capítulos y las conclusiones. El primer capítulo está dedicado al origen y a las características de la cultura individualista. El segundo capítulo se centra en el individualismo conectado, más concretamente, en la configuración de nuestra identidad en la sociedad red. Por último, voy a exponer las conclusiones extraídas de mi estudio.

1. La cultura individualista

El individualismo es un producto de la modernidad. Su origen se remonta a la Reforma Protestante y su interés por la intimidad y la privacidad. El hombre solo puede contar con Dios en su intimidad. Por ello, el ámbito privado adquiere  una gran importancia para practicar la fe y alcanzar la salvación. Más adelante, el liberalismo preocupado por el logro de la libertad y la felicidad establece la esfera privada. La privacidad se convierte entonces en el lugar de realización del individuo. De este modo, el hombre ya no es solo su imagen en la esfera pública es también su desarrollo en el ámbito privado.

Ahora bien, el individualismo contemporáneo se ha alejado mucho de esta noción liberal de privacidad. Tal y como apunta  Helena Béjar: “el culto de la vida privada, hoy como ayer, tiene como centro al individuo, pero el individualismo contemporáneo parece distanciarse de los presupuestos liberales. Su protagonista no es ya un ser activo que busca su desarrollo integral al abrigo de la privacidad, al tiempo que se plantea la posibilidad de participar en la vida social, tal como corresponde a un ser autónomo y racional”[1]. Más bien, todo lo contrario; en palabras de la propia socióloga: “el sujeto narcisista es un ser insolidario y débil que encara todo contacto humano –incluso en el terreno que más valora, el personal– con descreimiento y un profundo temor. La privacidad liberal, espacio de desarrollo de una individualidad fuerte, se ha convertido en el refugio de la impotencia”[2].

La era posmoderna inaugura un individualismo inédito. Para el profesor Sébastien Charles: “la posmodernidad representa el momento histórico en el que todas las trabas humanas que obstaculizaban la emancipación individual se resquebrajan y desaparecen, dando lugar a la manifestación de deseos personales, la realización individual, la autoestima”[3] . De este modo, la posmodernidad supone un cambio profundo en la sociedad, “las grandes estructuras socializadoras pierden su autoridad, las grandes ideologías dejan de ser vehículos, los proyectos históricos  ya no movilizan, el campo social ya no es más que la prolongación de la esfera privada[4]”. Esta  evolución de las sociedades modernas responde a la implantación de una nueva lógica moderna; a la que Gilles Lipovetsky llama “el proceso de personalización”[5] .

Lipovetsky define el proceso de personalización como una “nueva manera para la sociedad de organizarse y orientarse, nuevo modo de gestionar los comportamientos, no ya por la tiranía de los detalles sino por el mínimo de coerciones y el máximo de elecciones privadas posible, con el mínimo de austeridad y el máximo de deseo, con la menor represión y la mayor comprensión posible”[6]. La personalización proclama como derecho fundamental la realización personal, otorga al individuo el poder de tomar elecciones libremente y continuamente a lo largo de su existencia. No obstante, Sébastian Charles nos adivierte “que todo incremento de la autonomía se hace a costa de una nueva dependencia y que el hedonismo posmoderno es bicéfalo, desarticulador e irresponsable para unos cuantos, prudente y responsable para muchos”[7].

Es fundamental entender que el consumo y los valores que exalta (la cultura hedonista) hacen posible  el mantenimiento de este “hiperindividualismo”. A partir de los años 50, el consumo deja de ser algo privilegiado de la clase burguesa y la ideología individualista se extiende por toda la sociedad. El hedonismo se convierte así en el modo de vida de una sociedad que busca el bienestar de sus individuos y la satisfacción continua de sus deseos. Esta cultura consumista y hedonista ha posibilitado el nacimiento de la sociedad posmoderna. Tal y como Lipovetsky sostiene: “la sociedad posmoderna no tiene ni ídolo ni tabú , ni tan sólo imagen gloriosa de sí misma, ningún proyecto histórico movilizador, estamos ya regidos por el vacío, un vacío que no comporta, sin embargo, ni tragedia ni apocalipsis”[8].

Si bien conviene remarcar que la propia sociedad posmoderna ha inventado un consuelo a este vacío, el consumo. Por ello, el consumo encierra una paradoja: por un lado, es la expresión de ese vacío; por otro lado, es el único consuelo que le queda al hombre ante este vacío. El hombre necesita consumir continuamente para no enfrentarse con el vacío; fuera de esta lógica de consumo no hay nada.  Hemos entrado así en “una cultura posmoderna detectable por varios signos: búsqueda de calidad de vida, pasión por la personalidad, sensibilidad ecologista, abandono de los grandes sistemas de sentido, culto de la participación y la expresión, moda retro, rehabilitación de lo local, de lo regional, de determinadas creencias y prácticas tradicionales”[9].

Sébastien Charles señala que en la sociedad posmoderna que  nos presenta Lipovetsky “el análisis de lo social se explica mejor por la seducción que por ideas como la alineación o disciplina”[10]. Y además añade que “ya no hay modelos prescritos para los grupos sociales sino conductas elegidas y asumidas por los propios individuos; ya no hay normas impuestas sin discusión, sino una voluntad de seducir que afecta indistintamente al dominio público (culto a la transparencia y la comunicación) y al privado (multiplicación de los descubrimientos y experiencias personales)”[11].

La estrategia de la seducción se extiende por todo un mundo consumista que controla a los individuos a través de sus emociones y deseos. El consumo nos ofrece un producto especialmente pensado para nosotros, en este sentido la publicidad nos convence de que ese producto es especial, nos lo presenta como único. De este modo, este producto especial muestra lo especial que somos. Nosotros deseamos ese producto no por su utilidad sino por sentirnos especiales. Aquí llegamos a la paradoja del individuo contemporáneo: somos lo que mostramos, aunque no nos mostramos cómo somos.

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