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Di meglio, clases populares argentina


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2016  •  Síntesis  •  3.098 Palabras (13 Páginas)  •  311 Visitas

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La participación popular comenzó en Buenos Aires, desde la agitación plebeya en  la convulsión política generada por las invasiones británicas de 1806 y 1807. A partir de la formación de una junta autónoma de gobierno en mayo de 1810 se volvió habitual la realización de movilizaciones callejeras de las clases bajas, a las que a partir de abril de 1811, cuando se organizó un movimiento que exigió en vano la expulsión de los españoles de la ciudad, apelaron distintas facciones para buscar cambios de gobierno. La Primera Junta establece que debe expandir su soberanía sobre todo el territorio del Virreinato del Rio de la Plata, por lo que se envía una expedición militar al interior, dirigida luego hacia el norte, pero se  produce una sublevación en Córdoba que desconoce a la Junta.
La Junta organiza una expedición militar dirigida al Paraguay, bajo el mando de M. Belgrano y la expedición al Alto Perú obtiene un triunfo en Suipacha. Dentro de la Primera Junta se dan peleas internas, principalmente entre Moreno  y Saavedra.
La Junta tuvo diferentes recursos para obtener el apoyo de la plebe  delegando la política y el orden a los alcaldes vecinos destacados y curas. Las clases populares se expresaban principalmente a través de estas  formas: las manifestaciones populares ligadas a los eventos políticos, los levantamientos militares, la circulación de rumores, las canciones patrióticas y los periódicos y su lectura pública en los distintos ámbitos de sociabilidad popular, entre otros. Los plebeyos encontraron en la revolución una oportunidad para desafiar al orden existente. Distintas formas de igualitarismo se hicieron presentes. Y una fue particularmente fuerte: la idea popular de que todos los hombres adultos eran políticamente iguales, con derecho a intervenir en el sistema político.
Los motines milicianos con gran repercusión política, como el de los patricios en diciembre de 1811, buscaban  mantener las prerrogativas que habían conseguido años antes.

Quienes hasta entonces habían  limitado su experiencia política a obedecer, encontraron una oportunidad para hacer algo diferente. Pero sobre todo sintieron que podían, o hasta que debían,  intervenir en la discusión acerca del camino a seguir en una coyuntura impensada. Porque la crisis forzó a los súbditos del rey a actuar. En algunos lugares sólo lo hicieron las elites, en otros también las clases populares. La política superó el quejarse contra el mal gobierno y esperar el restablecimiento del bien común para implicar una participación, aunque fuera mediante el ejercicio de presión, en la toma de decisiones y una interpelación directa a un poder menos lejano que el de un rey preso.
Las clases populares se expresaban principalmente a través de estas  formas:

La participación, aunque indirecta: en las disputas entre saavedristas y morenistas. Se remarca como una cualidad del momento político las disputas facciosas. Aquí resulta importante ver cómo operan en este sentido los alcaldes del  barrio  del  cabildo  para  echar  mano  de  las  masas,  en  estas  disputas  entre  distintas expresiones de la elite.

Participación de la plebe en los actos públicos: Aquí la mayoría del pueblo se hacía presente. También durante la colonia las ideas religiosas y de asunción de  un  nuevo  rey  poseían  bastante  popularidad.  Con  la  revolución  de  Mayo  aparecieron nuevos festejos. Di Meglio menciona que la elite, en algunos momentos, sintió que la plebe se “excedía” en sus agasajos y que los festejos muchas veces se volvían descontrolados. Se marca la contradicción de que la elite, por un lado, fomentaba  la participación pero por otro lado la limitaba.

Participación de la plebe en el ejército y la milicia: El autor habla de cómo los  cuerpos  milicianos  abrieron  nuevos  espacios  de  poder  y  crearon  nuevas  identidades para el bajo pueblo a raíz de estas milicias. Comenta, además, cómo se generan estos espacios de poder analizando varios motines militares dirigidos por miembros de la plebe, quienes ocupaban la suboicialidad y el grueso de la tropa. En este caso Di Meglio detecta un amplio margen de autonomía de la plebe con respecto a otros sectores sociales. Estos tumultos militares solicitaban generalmente salarios atrasados, iban encaminados contra las injusticias de algún miembro de la sociedad en particular o eran motivados por la idea de que algunos derechos habían sido ultrajados. Esto habla a las claras de una autonomía y una conciencia (embrionaria quizá) de la existencia de la plebe como facción en sí misma.

En 1811 estalló un golpe contra el Triunvirato que tuvo su centro en el Regimiento de Patricios, el llamado Motín de las Trenzas. Tropas leales al gobierno lo reprimieron, y el Triunvirato dispuso la expulsión de los diputados del interior, acusados de haber contribuido al levantamiento. Demostrando su tendencia centralista, el Triunvirato suprimió las juntas provinciales, reemplazándolas por gobernadores y sus delegados elegidos por él. Éstos eran, en su gran mayoría, porteños. Por otro lado, en marzo de 1812, con la llegada desde Europa de José de San Martín, Carlos María de Alvear entre otros, ellos fundaron la Logia Lautaro, organización secreta que guiaba el accionar de muchos porteños, convencidos de la necesidad de dar un nuevo impulso a la Revolución. José de San Martín utilizó muchos soldados negros en sus ejércitos, sin duda por extrema necesidad, recurrirán a  esclavos, negros libres, pardos y mulatos para alistarse en la milicia. En ciertas ocasiones se les ofrecía la libertad futura, aunque en muchas ocasiones no se les cumplió la promesa. El comandante había declarado que cualquier esclavo perteneciente a un español sería liberado al unirse a sus fuerzas. Previamente su participación en las fuerzas militares coloniales había sido condicionada por las preocupaciones en armar a hombres esclavizados. En muchos casos, los reclutas esclavos determinaban la diferencia entre el éxito y el fracaso militar. Sin su involucramiento, la causa patriota en particular hubiese sido debilitada enormemente, y la lucha por la independencia hubiese tomado más tiempo, probablemente con una diferente trayectoria, y consecuentemente con un diferente resultado.
Las intervenciones en disputas facciosas, en general, eran organizadas por miembros de la
elite, pero las motivaciones que tenía la plebe para participar en ellos se debía más a ciertas convicciones arraigadas en ella que a los objetivos que tenían estos dirigentes. Las fiestas revolucionarias eran generalmente organizadas por el gobierno y en ellas participaba toda la población de Buenos Aires. Estas fueron decisivas para la adhesión a la causas generales, pero sin embargo muchas veces podía verse desbordado lo planeado por los organizadores convirtiéndose en verdaderas expresiones populares. Los motines militares no estaban dirigidos por miembros de la elite, sino que eran movimientos protagonizados generalmente por cabos, sargentos y soldados, que eran en líneas generales criollos,  en defensa de lo que consideraban un derecho (no necesariamente igual para todos), lo cual era una práctica muy común en la sociedad colonial. La militarización le dio a la plebe otra manera de defenderlos, con las armas en la mano. A diferencia de ciertas visiones más antiguas, Di Meglio no considera que la profesionalización de las mismas con el objetivo de controlarlas se haya logrado en 1811, sino que él ve que estas formas vuelven a tomar importancia a partir de 1815. La importancia dada en el momento a la movilización popular se vincula con que a pesar de que no existía todavía una república consolidada y una democracia efectiva, luego de la Revolución de Mayo si se consideraba que la soberanía residía en los pueblos, con lo cual su opinión, interés y apoyo era fundamental tanto para resolver conflictos como para obtener la legitimidad para gobernar. Los primeros caudillos, como Dorrego, empezarán a apelar a una retórica popular para encolumnar a la plebe y ganar sustento político basándose en esa legitimidad. Esto dio comienzo a muchas nuevas situaciones, que se materializarán luego en el apoyo popular del que gozará el federalismo por usar este tipo de discurso popular. La Asamblea que se denominó Constituyente,  en 1814 la Asamblea asumió la soberanía nacional, por primera vez en nombre de los  pueblos, y no del monarca español. En él estuvo ausente el juramento de fidelidad al rey Fernando VII de España. Sus objetivos eran que los representantes de los pueblos libres reconocieran la soberanía, proclamaran la independencia de las Provincias Unidas y redactaran una constitución que definiese el sistema institucional del nuevo estado, y si bien estas dos últimas finalidades no se cumplieron, la asamblea estableció una importante cantidad de reformas en las instituciones.


Las monarquías absolutistas que vencieron a Napoleón en Europa proclamaban que el mundo debía volver a 1789, antes de la Revolución Francesa, y condenaban las repúblicas y las revoluciones. Solo quedaban en pie los territorios rioplatenses, pero su economía estaba arruinada por seis años de guerra y la ruptura de los circuitos comerciales. A la vez, estaban divididos entre sí. La Liga de los Pueblos Libres encabezada por Artigas proponía una organización confederal, mientras que las Provincias Unidas dirigidas por Buenos Aires eran centralistas. Aún más: dentro de las Provincias Unidas había divisiones, ya que Salta y Córdoba habían dejado de obedecer a Buenos Aires y solo aceptaban subordinarse al Congreso que debía reunirse en Tucumán. Finalmente, en todas las provincias había grupos que rivalizaban con quienes gobernaban cada una de ellas. El Congreso se planteó como un modo de salir de la crisis. Si bien no logró que los territorios artiguistas aceptasen participar en él, por su desconfianza hacia la política de Buenos Aires, sí pudo intentar una reorganización de las Provincias Unidas. Para ello se planteó cinco objetivos. En 1815 Belgrano y Rivadavia viajaron en una misión a Europa para negociar “la independencia política de este Continente” o al menos “la libertad civil de estas Provincias”, es decir la autonomía. Pero el rechazo del rey fue taxativo: para Fernando VII la situación debía retrotraerse a 1809. Y obviamente tal solución era inadmisible para los revolucionarios. Solo les quedaba entonces fugar hacia adelante y romper todos los vínculos con el monarca. En 1815 hubo una rebelión contra la Logia Lautaro, que cae del poder después de tres años de gobierno y, durante todo el año que va hasta la declaración de Independencia, Salta y Córdoba eligen sus propias autoridades y dejan de obedecer al director supremo provisorio que está en Buenos Aires. Y durante el Congreso de Tucumán hay varios levantamientos de grupos políticos que están en la oposición en las provincias que intentan tomar sus gobiernos para autonomizarlos o considerar una política propia. Y eso el Congreso lo ve con muy malos ojos. De hecho, una medida que toma es poner de nuevo a Belgrano a comandar el Ejército Auxiliar del Perú y lo ubica en Tucumán como una fuerza represiva interna, mientras la frontera norte queda custodiada por las milicias de Güemes.

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