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Historia de la Educación Argentina y Latinoamericana

Gerardo DiapResumen9 de Noviembre de 2017

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UNIVERIDAD DE MORÓN [pic 1]

          FACULTAD DE FILOSOFÍA , CIENCIAS de la EDUCACIÓN  y HUMANIDADES

Licenciatura en Ciencias de la Educación – Licenciatura en    Psicopedagogía

Historia de la Educación Argentina y Latinoamericana

Trabajo Práctico N°4

Juicio a Rosas

[pic 2]

Profesora: Lic. Carina Mizdrahi

Alumnos:

Romina Loisa                        39012865

Moira Lorena González      47010262

Johana Sánchez Velardes  47010571

Gerardo Daniel  Diap           42012827

Juicio a Rosas:

Juan Manuel de Rosas:

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Nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793, ciudad que era la capital del Virreinato del Río de la Plata.

Murió en SouthamptonGran Bretaña14 de marzo de 1877

Gobernador de la provincia de Buenos Aires 

El principal caudillo de la Confederación Argentina

Fue bautizado como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio  pero cambió su nombre por Juan Manuel de Rosas.

No participó de la Guerra de independencia

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Casado con: 

María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel  a quien se le atribuyó el título de Heroína de la Santa Federación.  Se convertiría en la más fiel seguidora política de su marido, ayudándolo en las circunstancias más difíciles. Su rol como impulsora de la Revolución de los Restauradores e impulsora de la Sociedad Popular Restauradora.

Sus hijos:

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Pedro Pablo Rosas y Belgrano  (adoptivo, hijo verdadero de Manuel Belgrano Y María Josefa  Ezcurra, hermana de Doña Encarnación)

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Juan Bautista de Rosas Ezcurra: (hijo  maltratado y  rechazado por Juan Manuel de Rosas y lo mantuvo al margen del poder)  

Manuela Robustiana Ortiz de Rozas: Conocida como Manuelita Rosas.  Tras la pérdida de su madre, Manuelita comenzó a ejercer de hecho como una Primera Dama, acompañando a su padre en ceremonias protocolares y recibiendo a embajadores extranjeros y representantes de los gobiernos de las provincias argentinas. Durante los años en que su padre permaneció en el poder fue un símbolo del Partido Federal; a diferencia del rígido carácter de su padre, aportaba en las relaciones públicas de éste gestos de humanidad y de dulzura. [pic 7]

Eugenia Castro, amante de Juan Manuel de Rosas:

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Ella era apenas una adolescente, frágil y bella, que cuidó a Encarnación Ezcurra, la mujer del Restaurador, hasta que murió. Con los años, junto a su "fiel servidora", Rosas mantuvo una relación afectuosa pero algo distante, que fue un secreto a voces

Fue  una relación amorosa asimétrica. Eugenia tenía 14 o 15 años y era huérfana de padre y madre cuando empezaron sus amores con Rosas. Morocha, bonita, grácil, con cierto aire de abandono y la timidez de quien no se siente dueño de nada y vive temeroso de incomodar. Rosas, rubio y apuesto, de noble linaje, 45 años, viudo y con dos hijos mayores, Juan y Manuela, ejercía el cargo de gobernador de la provincia de Buenos Aires y era, virtualmente, el dictador de la Confederación Argentina. ¿Qué podían tener en común la joven huérfana y este hombre poderoso? El padre de Eugenia, el coronel Juan Gregorio Castro, un militar como tantos, había dejado a sus hijos encomendados al gobernador. Así, como tutor y pupila, se conocieron al principio Rosas y Eugenia. La huérfana, como se acostumbraba entonces, fue colocada por su tutor en lo de una familia conocida, donde hasta los sirvientes la maltrataban. La niña se quejó y Rosas optó por llevarla a su casa, para que cuidara a su esposa, Encarnación Ezcurra, en su última enfermedad. Ella se desempeñó con ternura y eficacia, y la moribunda se lo agradeció. Eugenia pensaba quizá que en ese gran caserón de la calle del Restaurador su presencia pasaría inadvertida. No fue así. Su incipiente belleza sedujo a uno de los miembros de ese numeroso clan (tíos, primos, sirvientes, antiguos esclavos y agregados). Eugenia dio a luz una hija, bautizada Mercedes, cuya paternidad se atribuyó a un sobrino de la difunta señora. Después, en la medida en que nacían otros hijos, Ángela (1840), Emilio (1842), Nicanora (1844), y más tarde Joaquín y Justina, para los habitantes de esa casa no hubo misterio: Rosas había convertido en su amante a esa niña, apenas una adolescente. Ninguno de estos hijos fue reconocido. [1]

Acusaciones  contra Rosas:

Bernardo González Arrili[2][3], sostiene que “a Rozas (con zeta)  no se lo trata  “en serio”. Defensores o acusadores  lo utilizan, la mayoría de las veces, con fines completamente ajenos a la historia. Cada vez que he visto mover , o tratar de mover, la opinión popular  alrededor de su nombre en un sentido favorable, he descubierto, con desagradable sorpresa, que no era confesable el propósito que guiaba a los promotores del ”movimiento”. Lo que menos le interesa a los Rozistas de la actualidad, es Rozas. La defensa del indefendible personaje  ha tenido, unas veces, el móvil oculto de una predica determinada, ya sea Yrigoyenista;  otras veces,  clerical; otras fascistas; germanófilas o hitlerista[4]. Los defensores de Rozas son, en su mayoría, católicos militantes, buena parte extranjeros, y partidarios vergonzantes de los regímenes  de fuerza, enemigos, igual que los comunistas de la libertad.  Antiliberales  que gozan, usan y abusan, del sistema liberal argentino al que quisieran destruir, nadie sabe para qué y porque (…)

Para Gonzalez  Arrili, Rosas es culpable de:

Mal hijo: Insultó  vilmente a su madre, faltó el respeto al padre, huyó del hogar por desobediente y rebelde, transformó y mutiló su apellido  (Ortiz de Rozas  y Osornio por Rosas)

El futuro Restaurador, apenas adolescente, logró forzar la cerradura y escapar como Dios lo trajo al mundo, dejando una esquela en la que doña Agustina y don León pudieron leer: "Me voy sin llevar nada de lo que no es mío".[5] 

Jamás regresaría a su hogar, nunca reclamaría ni un centavo de la abundante herencia familiar y además tampoco se llevaría el apellido ya que de allí en más pasaría a llamarse Juan Manuel de Rosas, suprimiendo el "Ortiz" y modificando la "zeta" de Rozas por una "ese". [6]

Mal Hermano: Su hermano fue acusado y denigrado desde el medio oficial de la mazorca. Ciriaco Cuittiño fue jefe del cuerpo policial de serenos, manejado por la Sociedad Popular Restauradora.   El cuartel de Cuittiño estaba ubicado en las actuales calles Chacabuco y Chile, en tanto el llamado Cuartel de los Restauradores se hallaba en Defensa, entre México y Chile, solar que después ocupó la vieja Casa de Moneda, Ciriaco que manejaba el medio oficial se encargó de acusar públicamente al hermano del Gobernador y El mismo Juan Manuel de Rosas ordenó su  arresto.

Fue un mal padre: Despreció a su hijo varón, legítimo y  a su hija, manuelita le hizo pasar su juventud trabajando para él.  El gobernador recibió varios pedidos de mano. No se conocen los nombres de los que acudieron a declararle el amor a su hija, ya que Rosas apenas contó que tuvo más de cuatro ofrecimientos y los rechazó. En cuanto a la festejada joven, no demostraba demasiado interés por los galanes. Porque su corazón tenía dueño. Máximo Terrero supo sortear la estricta vigilancia del padre y también logró lo que nadie: conmover los sentimientos de la pretendida mujer.[7] 

Manuelita, con 36 años, resolvió desobedecer al padre y casarse por fin con Terrero. Don Juan Manuel lo consideró una traición porque ella le había prometido que jamás se casaría. Enojado, no asistió al casamiento, aunque sí envió el regalo: un álbum con el árbol genealógico de la familia. Con el tiempo, el celoso padre terminó aceptando a su yerno. Manuelita obtuvo el perdón. Esta vez, para ella.[8]

Fue un mal patriota: En lugar de participar de la guerra de independencia, se fue al campo a marcar vacas. No colaboró en la guerra con el Brasil.

Fue un cobarde: Envió a sus generales a luchar, el no iba al frente.  De la batalla de Caseros  huyó tres horas antes  de terminar la batalla. No afrontó las consecuencias de su tiranía. Se refugió en la Legación Británica  y en la noche custodiado por soldados extranjeros, se embarcó para  Inglaterra. ¡Ah, criollo!.

Rosas, herido de bala en una mano, huyó a Buenos Aires. En el «Hueco de los sauces» (actual Plaza Garay) redactó su renuncia:

«Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido».

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