LA ECONOMIA SOCIAL Y LA BUSQUEDA DE UN PROGRAMA SOCIALISTA PARA EL SIGLO XXI
lecr14 de Octubre de 2011
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LA ECONOMIA SOCIAL Y LA BUSQUEDA DE UN PROGRAMA SOCIALISTA PARA EL SIGLO XXI
José Luis Coraggio
1. Introducción: Contra la naturalización de la economía de mercado
Romper con el sentido común: La visión neoliberal (aún hegemónica) de la economía como segunda naturaleza.
Los organizadores de este seminario nos han planteado la cuestión de los sentidos del socialismo en el Siglo XXI, o de los socialismos del Siglo XXI, en una coyuntura en que emergen poderes constituyentes de raíz popular en la región. Y en esta mesa nos corresponde sugerir ideas sobre la nueva economía cuando aún no nos hemos librado de la hegemonía neoliberal, por lo que algunos de sus supuestos siguen aún internalizados en el sentido común, por lo que debemos detenernos a esbozar su crítica.
Para el pensamiento neoliberal la economía de mercado es una segunda naturaleza, no tiene sujetos ni responsables, solo agentes sujetados por las leyes ineluctables del mercado, cuya totalización como institución pone fin de la historia humana. Como institución tiene fallas, pero la visión idealista de su perfección imposible orienta a los mercadófilos para corregirlas en nombre de más mercado.
Aunque sean tendenciales y no exactas, sólo cabría adaptarse a esas leyes como individuos, como grupos, como comunidades y sociedades, cumpliendo siempre con nuestra propia naturaleza interna egoísta en la búsqueda de ventajas a costa de los otros. El mercado sólo reflejaría la verdadera naturaleza humana, con lo cual, como corolario, sería una institución perfectamente adaptada a aquellos cuyos comportamientos pauta. La libertad que nos queda es para participar en la lucha darwiniana entre los particulares o sus agregaciones por la supervivencia, ocasionalmente asociándonos para sacar más ventajas, pero sin pretender dominar al mercado, so pena de generar un caos indescriptible. Para vivir como sujeto hay que tener éxito en la acumulación, los que no lo tengan quedarán como objetos, como fuerza de trabajo que se compra y vende como otras cosas.
Los estrictamente ortodoxos e idealistas afirmarán que hay que combatir el monopolio porque contradice las leyes de la competencia, los realistas dirán que el monopolio pone un orden local en la incertidumbre del mercado (un sujeto con poder puede planificar concientemente su accionar y una parte de su entorno). En todo caso, cómo señalara Darwin para el continente epistemológico de lo natural, la ley fundamental a reafirmar es que la vida, construida sobre el individualismo posesivo, es para los más aptos. Los más aptos tendrán éxito en el mercado, ganarán, acumularán, invertirán, intentarán organizar una parte del mercado según sus intereses, volverán a ganar a costa de la destrucción de otros. Los menos aptos se demostrarán como tales porque sus recursos, capacidades y productos no podrán realizarse, ni sus proyectos sostenerse en el mercado.
Como resultado habrá un proceso de concentración inevitable y necesario y una tendencia al aumento de la desigualdad. Se pretende justificar la desigualdad con argumentos funcionales: si no hay ricos no hay excedente material disponible ni ahorro para la acumulación, es decir para la inversión que permite producir más riqueza potenciando o desplazando a la fuerza de trabajo con tecnologías de máquinas, sistemas cibernéticos, autómatas. Mientras la economía no termine de devorar a la política como paliativo, ante desigualdades sociales insoportables (por razones éticas, o funcionales como la gobernabilidad) se afirma que es posible separar la distribución de la producción (la teoría del derrame: primero producir más riqueza, luego distribuir por procesos propios del mismo mercado o por la voluntad política).
La visión neoliberal de la Naturaleza
Sobre la (primera) Naturaleza, en cambio, la ley histórica (avalada por Marx) es que la sociedad humana, la burguesa en particular, cumple el fin de dominarla y adaptarla a sus fines a través del conocimiento científico y la tecnología. Ese dominio a cargo de la burguesía requiere de la mercantilización de la economía y un desarrollo de las fuerzas productivas en base a los procesos de acumulación y mediante el intercambio desigual (expoliador de energía) con la naturaleza para producir valores de uso útiles para satisfacer las necesidades humanas.
Pero las sociedades de clases, extremadamente desiguales, generan un proceso de polarización entre masas despojadas del acceso a los recursos naturales y al conocimiento científico, que no pueden resolver autónomamente sus necesidades sino en forma de supervivencia en intersticios del sistema, siendo forzados a intercambiar en el mercado su fuerza de trabajo por medios de vida (con la intermediación del salario o precio en dinero que se paga por la disposición de la jornada de trabajo), a perecer, o a recurrir a la asistencia circunstancial. La expectativa de Marx (y de la modernidad) era que al final del proceso el capitalismo habría logrado producir una masa tal de mercancías que entraríamos en la sociedad de la abundancia y todos los humanos quedarían libres de la necesidad y de la obligación de vender su fuerza de trabajo.
Hay aquí un doble estándar: mientras nos indican que a la primera Naturaleza no hay que adaptarse, sino que hay que adaptarla a nuestros deseos, a la segunda (la ley del mercado) sí hay que adaptarse. Pero como muestra la historia la ley del mercado es una construcción política que refuerza asimetrías y socava las bases naturales de la vida al convertir en mercancías el trabajo y la tierra, y para la mayoría adaptarse implica someterse al dominio de las elites económicas y políticas que las llevan a la pauperización. La miseria de las mayorías y su falta de acceso a la riqueza necesaria para satisfacer sus necesidades se complementa con la multiplicación al infinito de los deseos de las elites, dinamizando una economía real polarizada que tiende a estancarse por esta contradicción fundamental.
La señalada objetivación de la naturaleza (y su correlato en la epistemología positivista y el cientificismo) se extiende a los otros hombres. La racionalidad instrumental de la acción estratégica indica que el otro puede ser utilizado para resolver nuestros propios fines particulares. El hombre se vuelve medio para el hombre, y puede ser explotado y reiterarse un intercambio desigual de energía, ahora entre clases, expresada en valor crematístico. Su comportamiento es estudiado y manipulado en sistemas hegemónicos o dominado como en el esclavismo para obtener más valores. El hedonismo y la búsqueda de máximos personales o grupales conducen a la sociedad desigual a multiplicar los deseos sin límite y a someter la producción de los valores de uso a la ley del valor de cambio construida, sostenida y comandada por elites, antes que a la satisfacción de las necesidades de todos. El dinero se institucionaliza como medio de poder y de acumulación para ganar más dinero, erigido en representante de la riqueza en general. El dinero deja de adecuarse a la masa de mercancías producidas y se vuelve mercancía y negocio privado, generando burbujas y crisis financieras por la valorización financiera especulativa que tiende a autonomizarse de la economía real, como el valor de cambio se autonomiza del valor de uso.
En este proceso, los seres humanos dejan de hablar con la naturaleza, pero también con los otros seres humanos, porque la comunicación se vuelve instrumental y no responde a la razón comunicativa (Habermas). El dinero nos domina, el valor se separa del valor de uso, y el trabajo y la energía de la naturaleza dejan de ser los fundamentos de las relaciones de intercambio.
Otras opciones
Los hermanos de los pueblos originarios americanos nos proponen otra cosmovisión: somos uno con la naturaleza, hablamos y respetamos a la naturaleza. Vivamos con lo suficiente, cuidemos los equilibrios ecológicos y los equilibrios entre las personas que cohesionan a las comunidades, evitando la diferenciación por la acumulación de riqueza. El dinero no debe ser corruptor sino corrompible (perecedero) y no usarse para acumular sino para facilitar los intercambios multirecíprocos. Las experiencias del cambalache indígena o las de creación de redes de intercambio multirecíproco emitiendo su moneda social como comunidades libremente asociadas nos muestran que el respaldo de los intercambios y la moneda que los facilita debe ser el trabajo de la comunidad. Algunos autores hablan de una economía del equivalente como utopía realizable . Los Zapatistas nos proponen “una sociedad en la cual haya lugar para todos en concordancia con la naturaleza”. (A través de nuestro actos también hablamos con la Naturaleza, pero tenemos muchas voces disonantes, pues la sociedad tiene conflictos y contradicciones que nos hacer producir mensajes y acciones muy diversas, algunas destructoras, otras no, de las bases naturales de la sociedad).
En el largo período, debemos pasar de una Economía del Capital (valor de cambio que se valoriza) a una Economía del Trabajo Humano y la Energía de la Naturaleza. No sólo se trata de lograr que los productores intercambien cantidades de trabajo equivalentes sino de que toda la producción humana se acerque a un intercambio más equilibrado de energía con la naturaleza. (segunda ley de la termodinámica). Y el principio de que todos somos iguales al nacer debe hacerse valer a través de la radicalización de las oportunidades de todos de realizar su trabajo como inserción en el sistema de división social del trabajo y forma principal de acceso
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