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El Primer Maestro Correntino


Enviado por   •  6 de Octubre de 2014  •  3.980 Palabras (16 Páginas)  •  386 Visitas

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AMBROSIO DE ACOSTA

Nuestro Primer Maestro

1 6 0 3 – 2 0 0 3

El 10 de marzo de 1603 en la ciudad de Vera y bajo la administración del Teniente de Gobernador, el mestizo Diego Martínez de Irala, el Cabildo Correntino designaba al criollo Ambrosio de Acosta “maese escuela” dando así inicio a la tradición educativa de nuestra provincia.

Lejos estamos ya de aquella “leyenda negra” formada en torno a la conquista y que un día nos quisieron legar por verdadera, quizá desconociendo la auténtica historia, aquella que nos dice que la conquista fue realizada por “hombres”, que como tales, tuvieron sus defectos y sus virtudes, pero que por sobre todas las cosas poseían un alto sentido del honor, un valor incuestionable y responsabilidad de la empresa acometida.

Junto al acero de la espada llegó la otra conquista, la más difícil quizá: la espiritual. Las armas no podían alcanzarla, sólo la inteligencia, la perseverancia y la decisión de sus misioneros lograron el milagro. Poco a poco, pacificadas las almas, organizadas las misiones, instituidos los pueblos, el hombre de América va surgiendo como una nueva realidad en marcha.

Por eso podemos decir que Patria es la tierra donde se ha nacido, sus habitantes y tradiciones, el alma colectiva que cree en un solo ideal y que ama, como un dechado que Dios ha puesto delante de sus ojos para que acerque a él todo su ser. Y todo esto, nos llega de nuestros antepasados hispánicos, conquistadores y evangelizadores que afrontan el dominio, no por destrucción sino por asimilación. Llegamos así al punto de partida; la Patria nace en esta tierra virgen, con sabor de hispanidad, contradicción y costumbres semejantes, desligarla es desvirtuar la historia. Y con la Patria también nace Corrientes, cuna de hombres valientes y nobles, moldeados al influjo de la espada y al fulgor del “Milagro de la Cruz”.

Cultivemos la tradición sí, pero sin olvidar jamás los que la forjaron, puesto que son dos páginas de una misma historia indivisible, en ambas late una armonía que subyuga y se identifica en un mismo pueblo.

En su honor levantemos las mismas banderas en las reuniones de la ciudadanía y cuando alguien, extraño a la verdad histórica, interrogue sobre la identidad del homenaje, digámosle que el pueblo de Mayo no pudo nacer por generación espontánea y que es el mismo, que junto al soldado castellano labró en las amplitudes de América los cimientos de esta Patria de Libres.

Entre todas las fundaciones, Corrientes se destacó desde el comienzo, quizá por el empeño de los hombres que vislumbraron su porvenir venturoso, surgiendo allí esta estirpe de varones, formada en el crisol del arrogante corazón hispano y el ardiente alma guaraní, tan magnífica conjunción sólo podía darnos hombres que enorgullecerán la Patria..

El primer contacto con el hombre civilizado lo tuvo Corrientes con la expedición de Sebastián Gaboto o Caboto en 1528, cuando al remontar éstos el Alto Paraná necesitaron proveerse de víveres, en la región cercana donde se produciría el Milagro de la Pura y Limpia Concepción de Itatí.

La gente de Ayolas y de Irala también incursionaron en el territorio de la provincia, pero sin afincarse en ella.

Luego, en 1581, un informe de Fray de Ribadeneyra, señala la conveniencia de poblar una ciudad en el sitio que llaman de las Siete Corrientes, motivando una serie de exploraciones de reconocimiento, realizadas en precarias embarcaciones o a caballo, hasta que el día 3 de abril de 1588, funda, asienta y puebla la ciudad de Vera el Adelantado Don Juan Torres de Vera y Aragón, casado con la mestiza, hidalga reconocida por Real Cédula del 4 de julio de 1570, Doña Juana de Zárate, con ascendencia de probada nobleza, cuyas constancias fueron expedidas por el Cronista – Rey de Armas Félix de Rújula.

La expedición fundadora salió de Asunción, conduciendo alrededor de 200 hombres y 48 mujeres, en penoso viaje terrestre y fluvial por terrenos desconocidos, acechados por las fieras y hostigados por los indígenas, transportando todos los elementos para establecerse en forma definitiva en el nuevo asiento y arreando ganado para su subsistencia y reproducción, con lo que prácticamente nacen nuestras costumbres gauchas, del contacto íntimo del hombre con la naturaleza y la ganadería.

El nombre de estos esforzados pioneros que cristalizaron la hazaña y constituyeron los troncos de las familias que heredaron sus virtudes, se conservan en las Actas Capitulares y en el Repartimiento de las primeras encomiendas, hecho el 2 de octubre del mismo año. Allí constan sus apellidos para eterna gratitud de la Patria que nos dieron, por San Juan de Vera de las Siete Corrientes y por el linaje con que nos honraron. La nómina de las esforzadas damas que les acompañaron, que merecieron el trato de “doña”, figura en la Crónica de Mantilla y ha sido completada en estudio reciente sobre la fundación .

Memoremos a los conquistadores y primeros pobladores, que tuvieron la dicha de vivir “el Milagro de la Cruz”, que ha dejado tan hondas huellas, en el espíritu correntino, lo que se manifiesta en su heráldica, pues el de Corrientes es el único escudo de América toda, que ostenta con orgullo y devoción cristiana el signo divino de la Cruz.

Esa lista de conquistadores, tan preciada en el historial correntino, está encabezada por Ambrosio de Acosta.

Debemos recordar también al que hizo posible esta empresa y que obligara a expresar que ningún guerrero de la conquista se asemeja más al héroe de la independencia americana, como Hernandarias, a quien por incontrastables virtudes le quepan también las hermosas palabras que Rojas rindiera al Águila de Maipo “más hermosa que su hazaña, era su conciencia. Su espada de santo reflejaba al desnudarse la luz de la justicia”.

A diferencia de aquellos que conquistaban para subyugar o luchaban para robar, Hernandarias conquistó para fundar y luchó para civilizar.

La cultura se mide en relación con la capacidad del hombre para juzgar, para comprender y sentir la belleza, para que sirva de vínculo de expresión de su propio espíritu, juego de realidades espirituales, al que poco podía aportar una educación

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