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Estrategia didáctica para la enseñanza de la asignatura historia de México I

kary9710 de Noviembre de 2013

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Actividad Complementaria

Mtro. Juan José Domínguez Gordillo

Colegio de Estudios Científico y Tecnológicos del Estado de Chiapas Plantel 07 Tapilula

Estrategia Didáctica para la Enseñanza de la Asignatura Historia de México I

México

Tapilula, Chiapas.

Agosto de 2012

ACTIVIDADES

1. Construir andamio cognitivo “Escuelas de interpretación histórica” o bien un cuadro sinóptico.

2. Elabora tu árbol genealógico familiar incluye también datos como lugar de origen de tus ancestros, oficio o profesión que desempeñaban, las experiencias importantes que les tocó vivir, religión que profesaban, creencias y costumbres que consideras hasta tus días perduran. Con base a lo anterior responder a las preguntas ¿Quién soy como individuo? Y ¿Qué influencia ejercieron mis padres y abuelos en mi conformación como individuo? ¿Quiénes son y que hicieron mis padres y mis abuelos?

3. Responder a la pregunta ¿Para qué sirve la historia?

4. Efectúa una lectura de las copias “Introducción a la historia” y responde a las siguientes interrogantes:

¿Qué es la historia?

¿Historia para qué estudiarla?

¿Cuáles son las ciencias auxiliares de la historia?

¿A qué nos referimos con fuentes históricas?

¿Qué significa el tiempo?

¿Qué significa cronología de la historia?

5. ¿Cómo podemos comprender el presente y por qué es importante hacerlo?

6. ¿Cómo sería hoy México si no se hubiese consumado la Independencia?

7. Efectúa la siguiente lectura “para qué enseñar la historia” para responder tu evaluación:

a) Escrita

b) Oral

Martes, 20 de Agosto de 2013

INICIO > PARA QUÉ ENSEÑAR LA HISTORIA

01/05/1999

PARA QUÉ ENSEÑAR LA HISTORIA

Enrique Florescano ( Ver todos sus artículos )

Para qué enseñar la historia

Por Enrique Florescano

La enseñanza de la historia es indispensable para el conocimiento del ser humano viviendo en sociedad.

En México se ha olvidado este propósito. De hecho, la enseñanza de la historia es espejo del desastre mayor que padece el sistema educativo nacional. Este artículo, que forma parte del libro Para qué estudiar y enseñar la historia, de próxima publicación en el Instituto de Estudios Educativos y Sindicales de América, caracteriza las deficiencias y expone la necesidad de una reforma radical de la enseñanza de la historia.

Si damos un salto desde los tiempos remotos hasta los días actuales, advertimos que los motivos que hoy nos mueven a enseñar la historia no difieren sustancialmente de los fines que animaron a nuestros antepasados indígenas. Enseñamos a nuestros descendientes la historia propia y la de otros pueblos para hacerlos conscientes de que son parte de la gran corriente de la historia humana, de un proceso que se inició hace miles de años y por el que han transitado pueblos y civilizaciones distintos a los nuestros.

Enseñamos el pasado porque somos conscientes de que el "pasado fue el modelo para el presente y el futuro". En cierta manera, el conocimiento del pasado es la clave del "código genético por el cual cada generación reproduce sus sucesores y ordena sus relaciones. De ahí la significación de lo viejo, que representa la sabiduría no sólo en términos de una larga experiencia acumulada, sino la memoria de cómo eran las cosas, cómo fueron hechas y, por lo tanto, de cómo deberían hacerse".1

Enseñar el desarrollo histórico de los pueblos equivale entonces a ser conscientes, en primer lugar, de nuestra temporalidad, a situarnos en nuestra propia circunstancia histórica.

La primera lección del conocimiento histórico es hacernos conscientes de nuestra historicidad. "La vida humana se desarrolla en el tiempo, es en el tiempo donde ocurren los acontecimientos y (...) es en el transcurso del tiempo que los hombres escriben la historia".2 Los individuos, así como los grupos y las generaciones humanas, requieren situarse en su tiempo, en el inescapable presente que irremediablemente forjará su propia perspectiva del pasado y sus expectativas del futuro. La dimensión histórica, con su ineludible juego entre el presente, el pasado y el futuro, es el ámbito donde los seres humanos adquieren conciencia de la temporalidad y de las distintas formas en que ésta se manifiesta en los individuos y en los grupos con los que éste se vincula.

La conciencia de que nuestras vidas se realizan en el tiempo y se modifican con el transcurrir temporal la adquirimos primeramente en el seno de la vida familiar y en el propio entorno social. La primera noción de que el ser humano está vinculado con sus antecesores en una suerte de cadena temporal se adquiere con los padres y los ascendientes de los que éstos provienen. En el seno de la familia el niño adquiere por primera vez conciencia de que es un eslabón temporal de un grupo social cuyos orígenes se sitúan en un pasado remoto. Es en el seno de la familia donde se percata de las diferencias de edad y donde adquiere noción de los cambios que el paso del tiempo induce en la vida humana. Más tarde esta percepción individual de la temporalidad se convierte en percepción social cuando el joven o el adulto entran a formar parte de generaciones, grupos y clases sociales. La apreciación de que el grupo, la tribu o la nación también cambian con el transcurso del tiempo aparece cuando el individuo se inserta en la vida social de su momento histórico.

El proceso histórico, además de verificarse en el tiempo, ocurre en el espacio. Tiempo y espacio son los dos ejes del acontecer histórico. Los hechos históricos, una vez situados en el tiempo, requieren ser ubicados en el lugar donde ocurren, deben ser registrados en una geografía precisa. Cualquier persona que se acerca al pasado, y con más razón el historiador, está obligada a conocer el lugar exacto donde ocurrieron los hechos y a dar cuenta de las características de ese espacio.

Por estos rasgos del conocimiento histórico en muchos países la historia marcha emparejada con la geografía. No puede haber conocimiento fidedigno de los acontecimientos sin el registro pormenorizado del territorio donde éstos ocurrieron. Sin caer en las aberraciones que proclamaron que el lugar o el clima determinaban la naturaleza de los acontecimientos históricos, es un hecho que el medio geográfico impone su huella sobre las obras humanas. El historiador, como el géografo, está entonces obligado a conocer el ámbito ecológico que rodea la vida social para explicar el peso del medio natural en el desenvolvimiento de los seres humanos.

Por otra parte, el conocimiento histórico, al reparar en las circunstancias que promueven el desarrollo de los individuos, las familias, los grupos o las naciones, nos lleva a percibir la singularidad de esos grupos, nos hace percatarnos de sus rasgos propios y de los lazos de identidad que los unen. El conocimiento histórico enseña que desde los tiempos más remotos los seres humanos se organizaron en grupos, tribus, pueblos y naciones dotados de un profundo sentimiento de solidaridad e identidad. Al mismo tiempo que el conocimiento histórico destaca la naturaleza social de los seres humanos, nos acerca a los artefactos que contribuyeron a soldar los lazos sociales: la lengua, los rasgos étnicos, el territorio, las relaciones familiares, la organización política...

Por las razones anteriores se puede afirmar que el conocimiento histórico es indispensable para preparar a los niños y los jóvenes a vivir en sociedad: proporciona un conocimiento global del desarrollo de los seres humanos y del mundo que los rodea. El conocimiento histórico es, ante todo, conocimiento del ser humano viviendo en sociedad. Si las nuevas generaciones están obligadas a conocer el presente, es conveniente que lo hagan a partir del pasado que ha construido ese presente. Es necesario que cada generación sepa actuar en el presente fundada en el conocimiento que le proporciona el análisis de la experiencia pasada.

Desde el inicio de la vida civilizada el conocimiento histórico ha sido el mejor instrumento para difundir los valores de la cultura nacional y para comprender el sentido de la civilización humana. La historia, al recoger y ordenar el conocimiento del pasado, se convierte en el almacén de la memoria colectiva, en la salvaguarda de la nación. La historia es el saber que da cuenta de las raíces profundas que sostienen las sociedades, las naciones y las culturas y, asimismo, es la disciplina que esclarece el pasado de los individuos: es el saber que desvela las raíces sociales del ser humano.

Para que la historia pueda cumplir sus funciones culturales, sociales, nacionales y educativas es preciso que satisfaga los siguientes requisitos:

1. Ofrecer a los niños conocimientos básicos sobre la historia y la geografía de México, con el fin de familiarizarlos con los fundamentos de la cultura nacional. Enseñar a los alumnos la historia y la geografía equivale a darles una visión del mundo y una memoria.

2. Despertar la curiosidad de los niños y los jóvenes por su pasado. Fomentar, mediante el uso de diversos métodos activos y complementarios, el estudio de los orígenes familiares y sociales, así como los de la región y la nación. Esta enseñanza es la base de su patrimonio cultural, concebido como una herencia del pasado a los seres humanos contemporáneos, que permite a cada uno

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