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La Educación Argentina En Los '90

5 de Septiembre de 2012

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ARGENTINA:

LA EDUCACIÓN DESDE LOS ‘ 90 A LA ACTUALIDAD

Lic. Prof. Marcelo Emilio Bianchi Bustos

Prof. de Castellano, Literatura e Historia; Lic. en Enseñanza de la

Lengua y la Comunicación; Alumno de la Maestría en Educación,

Universidad de San Andrés. Profesor de Lengua en el distrito de

Pilar (Provincia de Buenos Aires, Argentina) y Jefe de Trabajos

Prácticos de la Universidad Argentina J. F. Kennedy.

Introducción

A partir de la década del ´90 irrumpen como temática en el campo de la educación las investigaciones sobre el modelo Neoconservador en vinculación con la política educativa llevada a cabo en esos años en nuestro país. Si bien ya se ha escrito sobre el tema, considero que es necesario, a la luz de las distintas investigaciones realizadas y de las publicaciones que existen sobre la materia, resumir algunas de las características más salientes del mencionado modelo a los efectos de que el lector pueda llegar a entender la magnitud de las consecuencias del modelo económico – social al que hago referencia en materia educativa.

A mediados de los años 80 se inicia una serie de reformas que van a repercutir en todos los ámbitos de la vida social, fundamentalmente con un fuerte impacto durante la década del ´90 y el gobierno de Carlos Saúl Menem (1989 –

1999). Estas reformas fueron impulsadas por el Banco Interamericano de

Reconstrucción Y Fomento (Banco Mundial) y consistían, a modo de síntesis, en una reformulación del modelo de crecimiento con orientación al mercado.

Considero - apoyándome en la opinión de distintos investigadores - que las políticas neoconservadoras han afectado profundamente a la sociedad en general y al sistema educativo en especial, por ser éste parte integrante del entorno social.

El objetivo de este trabajo, es analizar las relaciones existentes entre políticas neoconservadoras, educación y desempleo.

Creo que es fundamental partir de este análisis, pues a lo largo de toda la historia de la educación, las medidas económicas han afectado – en mayor o en menor medida – el trabajo en el aula y la educación. Políticas educativas que más allá de lo que pregonaban en sus declaraciones no fueron útiles para los alumnos y los docentes, sino para los sectores de poder que limitaron la cultura y la posibilidad de educarse de la población en su conjunto. Tal como lo señala Pablo Imen

(Fundamentación del Módulo “Políticas educativas y Trabajo docente”, Carrera de Especialización en Investigación Educativa, Universidad del Comahue), las políticas educativas han sido particularmente funcionales a un modelo de desigualdad social, privilegio y exclusión implantados por la Nueva Derecha. Así, sin lugar a dudas, las “nuevas políticas” de los 80 – 90 dieron como resultado un espacio socio educativo que une en su interior esas tres características de las cuales habla Imen.

Las consecuencias sociales de la aplicación del Modelo

El mercado produce desigualdad tan

naturalmente como los combustibles

fósiles producen la polución del aire.

Eric Hobsbawn (en Gentili, 1994: 67)

Como dice el historiador inglés, el mercado produce desigualdad y ésta es moneda corriente. Nadie se asusta de ello y podríamos decir que la convivencia con los problemas del mercado nos ha llevado a parecer inmunes.

Hace más de 500 años, Santo Tomas Moro en su obra Utopía dijo “las ovejas se están comiendo a los hombres”; hoy en el siglo XXI, creo que la pobreza producida por el sistema Neoconservador se está comiendo a los hombres.

Los que transitamos las calles o estamos en las escuelas en los horarios del mediodía cuando miles de niños van en busca de un mísero plato de comida, y a veces, muchas de sus madres esperan en la puerta de las escuelas para pedir por los sobrantes de alimentos que estarán destinados a servir de alimento para sus hijos esa noche, podemos observar las consecuencias del modelo económico Neoconservador, paradigma en el cual se inscribe nuestra actual política económico social.

Pero aquí no se termina el problema: aquellos que vivimos en la ciudad de

Buenos Aires, en cualquier punto del conurbano o en muchas de las capitales provinciales de nuestro país, convivimos con un espectáculo terrible que consiste en que día a día miles de personas, muchos de ellos chicos cuyas edades oscilan desde los 5 hasta el final de la adolescencia, están en la calle revolviendo basura en busca de comida que aunque esté en mal estado “puede” ser consumida después de haberla hervido con abundante vinagre, buscando cartones o lo que es peor, delinquiendo por medio del robo, por ejemplo de las placas de bronce de los monumentos públicos – una nueva modalidad – para después vender ese metal en el mercado, o – en el mejor de los casos - haciendo largas colas para poder obtener algún empleo que le podrá da la posibilidad de vivir con un poco más de dignidad aunque la paga mensual no alcance para llegar a satisfacer las necesidades básicas.

Hoy el desempleo y la pobreza están presentes en la sociedad y el causante de ello no es otro que el modelo impulsado por el Banco Mundial, el FMI y las grandes potencias como los Estados Unidos. Relacionado con el problema del desempleo que nos rodea a los argentinos, creo oportuno citar un párrafo de

Alejandro Rofman (1997: 56) en el que hace referencia a la falta de trabajo y a la política económica mundial:

“El desempleo es funcional y no un efecto no deseado, factible de ser corregido. El ajuste, la desindustrialización, la apertura unilateral y las nuevas formas de comercialización que constituyen la esencia del modelo son todas fuentes expulsoras de mano de obra”.

Frente a esta opinión de un especialista argentino en materia económica quien nos demuestra que más allá de los aspectos declarativos de las políticas internacionales, el desempleo y los problemas estructurales no se solucionarán en un corto plazo sino que son efectos buscados por los grupos de dominación. En los años ´90, el Banco Mundial publicó su Informe sobre el desarrollo mundial en el cual proponía la reducción de la pobreza como principal prioridad para nuestro país y el resto de los países del cono sur. Hoy, aproximadamente a diez años de ese informe podríamos preguntarnos si realmente se redujo la pobreza.

Los argentinos sabemos que no, pero no por estudios internacional sino porque convivimos con ella, con la indigencia y la desocupación.

En los años ‘90 se produjo un aumento considerable de la pobreza, resultante de las políticas de ajuste, de la aplicación de subsidios que beneficiaron a las empresas privadas y a los grupos vinculados con el poder económico, los recortes de las áreas de salud, empleo y educación.

Desde los sectores de poder transnacionales, Breton Woods afirmaba que los ajustes provocan muchas veces efectos desfavorables en los pobres, pero que era necesario tener en cuenta que se trataba de resultados momentáneos, transitorios. Sin embargo, insisto, en la Argentina este proceso no fue transitorio ya se trata de un proceso a largo plazo, opinión que se puede apoyar en el fragmento de la obra de Alejandro Rofman que he señalado precedentemente. El supuesto crecimiento económico de nuestro país anunciado por el gobierno de Carlos S.Menem con su “revolución productiva” y su slogan de campaña “Síganme que no los voy a defraudar”, tuvo como efecto un aumento de las tasas de desocupación, como consecuencia de la desregulación del mercado de trabajo.

El número de pobres aumentó y las condiciones de pobreza a las que se derivó a la población no tiene comparación con otros momentos de nuestra historia.

Como consecuencia de esto, hoy podemos hablar de dos tipos de pobres. En primer lugar encontramos a los nuevos, quienes tuvieron que bajar considerablemente su nivel de vida pero que sin embargo son capaces de subsistir. En según término, se encuentran los pobres estructurales que poseen muchas necesidades básicas insatisfechas, ingresos insuficientes y que ya crecieron en un sistema de pobreza que trajo aparejado problemas de desarrollo, de aprendizaje, etc (Marlachetti, 2000:109).

El estado de pobreza reinante tiene grandes consecuencias sobre la vida social en general y en particular sobre los alumnos que concurren a las escuelas sin haberse alimentado correctamente, aspecto que genera problemas de aprendizaje, desnutrición, etc. Oscar Moreno (en Giberti, 1997: 136) cita un párrafo del documento de la UNICEF “Piden pan y algo más” (1990, Buenos aires, Siglo XXI) en el cual dice: “Los niños pobres presentan en general una mayor cantidad de problemas en su desarrollo: pobreza, desnutrición y retraso conforman un problema complejo que se presenta de manera sincrónica con trágica frecuencia”. El citado sostiene que: “En síntesis, altos porcentajes de desnutrición, riesgo y retraso son las consecuencias del impacto de la pobreza sobre el crecimiento y desarrollo psicológico de los niños” (en Giberti, Eva, 1997: 136). Esto lo podemos observar empíricamente en nuestros lugares de trabajo, en las escuelas, donde aspectos tales como los desmayos y los llantos de niños de cinco años por no haber tenido un plato de comida desde el mediodía del día anterior en el comedor de la escuela, son moneda corriente.

Los que trabajamos con alumnos del tercer ciclo, podemos constatar la siguiente afirmación de Pablo Imen (cit.) quien señala que “una estrategia de la cultura dominante es la reinstalación de una dinámica de vértigo permanente, el cierre de todo horizonte histórico

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