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La ciudad de Dios.


Enviado por   •  31 de Marzo de 2016  •  Ensayos  •  5.441 Palabras (22 Páginas)  •  243 Visitas

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LA CIUDAD DE DIOS

San Agustín de Hipona



La vida de San Agustín se ubica en un contexto muy difícil para Roma, diversas circunstancias han ido fragmentando al Imperio, es por ello, que en esta introducción a la obra de Agustín de Hipona, abordaré el cómo Roma ha llegado hasta ese punto crítico de su historia. También, daré a conocer un poco de la vida del Obispo de Hipona, y de la misma manera, justificaré la relevancia de esta obra, conocida como La Ciudad de Dios, para la historiografía.

La tradición de Roma remite al año 754/753 a.C., el cual es marcado para la historia  como el año de la fundación de la ciudad, y posteriormente el 509 a.C. como del momento del surgimiento de la República, con un período de doscientos cincuenta años de monarquía. Aunque la Republica esté envuelta en leyendas hermosísimas, sabemos que hubo reyes latinos, sabinos y etruscos, que son los que le darán un carácter al futuro Imperio, que harían de Roma todo un largo período lleno de acontecimientos totalmente míticos.[1] En tan poco tiempo la ciudad fundada por Rómulo se había forjado gracias a su legado de conquista militar, una expansión por el Mediterráneo sin precedentes, que destacó la anexión del África Romana, Britania, Hispania y las Galias. Esta expansión repentina y sin control posicionará a Roma como la creadora de una gran civilización, en la cual la Republica era la base de todas las provincias que ellos habían conquistado, estas provincias a pesar de romanizarse siguieron conservando sus rasgos culturales, pero a medida que el Imperio romano avanzaba por los siglos, la decadente Republica va a ser incapaz de satisfacer a una población multicultural y sobre todo a una aristocracia que pretendía el poder para ellos mismos. Finalmente tras los altibajos de la Republica, se da fin a este sistema e inician los tiempos de los césares con el Imperio. De forma impresionante el nuevo Imperio Romano seguiría conquistando a placer un mundo al cual formaría a su imagen y semejanza, con el proceso de la romanización acabarían de construir un gran Imperio que se extendía desde Hispania hasta el Medio Oriente.

Y es que todos los caminos conducían a Roma, el Mediterráneo y Europa era para los romanos. Roma había adoptado las costumbres de los pueblos conquistados, algunas de manera menos violenta que otras. El Imperio se caracterizaría por el culto a los dioses, eran unos paganos devotos a Júpiter, pues los dioses habían formado y glorificado a Roma, por ello la voluntad de los dioses regía el destino del gran Imperio en el cual su capital, ubicada en la región itálica era considerada la Ciudad Eterna.

Sin embargo, la fuerza de Roma y del emperador residía en sus legiones, las legiones habían pasado por varias transformaciones: a inicios de la Republica, eran requeridas para extremas necesidades, un ejército no profesional en el que sólo las altas clases podían ingresar al ejército, siglos después, tras las reformas de Cayo Mario, los hastati, príncipes y triarii  desaparecerían del ejército, para que ahora las legiones romanas se dividirían en Cohortes. Pero a medida de que el imperio se expandía, la incapacidad de Roma para sostenerse se hacía evidente, con todas las legiones diseminadas por las fronteras del Imperio. Constantino el Grande va a dar las últimas reformas a las legiones, dividiéndolas en comitatus praesentales, comitatus y exercitus limitanei. A pesar de esta división, un ejército para la conquista y otro para las fronteras, se produciría desastrosa derrota en la batalla de Adrianopolis, en el 378, Roma perderá dos terceras partes de sus legiones, por lo que se contrataran mercenarios bárbaros para la protección del Imperio, pero esto solamente sería el inicio de la fusión de romanos y bárbaros, que daría paso a las invasiones bárbaras que terminarían con la caída del Imperio de Occidente hacia el 476.[2]

Ahora, hay que volver 66 años atrás, hacia el 410 d.C. cuando la situación del Imperio de Occidente era insostenible y los visigodos de Alarico amenazaban la frontera sur del Imperio, a tal grado de llegar a sitiar la ciudad de Roma, exigiendo lo que habían prometido los romanos al pueblo de Alarico: tierras donde asentarse, pero tras la negativa y un intento de emboscar a los visigodos, Alarico pierde la paciencia e inicia el ataque a la ciudad, después de 3 días de saqueos constantes las hordas bárbaras se retiran de la capital del Imperio de Occidente, dejando atrás esa idea de que la ciudad Romana era eterna gracias a la gloria del Imperio, la ciudad donde residía el Papa, ahora referente del cristianismo desde Constantino I y Teodosio I, ciudad que era centro del mundo de toda cultura, centro al que el cristianismo  había hecho suyo ahora se había hecho añicos.

Como era de esperarse, el paganismo ahora relegado a un segundo plano, culpará al cristianismo del saqueo de Roma. El cristianismo se había consolidado como la religión oficial del Imperio el 27 de febrero de 380 d.C., gracias a emperadores como Constantino y Teodosio, el cristianismo gozaba de la libertad de profesar su religión, tras haber pasado por periodos oscuros como la purga cristiana ordenada por Decio, así como las distintas persecuciones a lo largo de los siglos dentro y fuera del Imperio. La respuesta del cristianismo ante esta acusación fue rotunda, entre aquellos personajes que sintieron un profundo malestar a las falsedades que se habían dicho fue San Agustín de Hipona.

Agustín nació Tagaste de la provincia Numidia, del África Romana en el año 354 d. C, de padre pagano llamado Patricio, hostil a la iglesia cristiana hasta el final de su vida y de una madre cristiana llamada Mónica, que conoce el cristianismo, tuvo tres hijos, ella tuvo una gran importancia en la conversión de su hijo al cristianismo. Estudió retórica en Cartago, obtuvo el título de maestro en retórica, debió ser un muy brillante orador, porque con sólo 30 años obtuvo el puesto de retor oficial en Milán. Bajo la influencia de Cicerón y de Hortensio, se interesó por la filosofía (su “conversión” a la filosofía data de 373), y en distintas etapas de su juventud fue seguidor del escepticismo de la Academia y del maniqueísmo. Su formación filosófica parece reducirse a la lectura de las Enneadas de Plotino y de algunos escritos platónicos.

En sus años más jóvenes, Agustín parece haber llevado una vida disoluta y de excesos, en el que su alma, como él mismo nos cuenta, estaba distraída y dispersa en un sinfín de tentaciones corporales. La historia de su conversión al cristianismo responde, como él mismo nos relata en sus Confesiones, a una necesidad espiritual de descanso y estabilidad para el alma. Ese descanso, nos cuenta Agustín, sólo lo encontró en el estudio y la contemplación de Dios. Sólo cuando abandonó las distracciones del mundo externo, y la ambición, las tentaciones y la curiosidad, y se volvió hacia sí mismo y hacia Dios, pudo su inquieto corazón alcanzar por fin la paz.

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